Si hablamos de los smartphones Galaxy, la suspicacia como forma de vida no es ni mucho menos una novedad. Pero el 2015 y principio de 2016 que lleva Samsung debería, como mínimo, despertar reconocimiento y elogios incluso en los agoreros más acérrimos.
Los nuevos Galaxy de Samsung no suponen revolución alguna, no se ha reinventado la rueda, no hay lugar para hablar de la innovación del año. La miga está en que con el Galaxy S7 Edge, Samsung ha consolidado una idea. “Si algo funciona, no lo toques”, dijo alguien. Y el diseño se ha mantenido prácticamente idéntico.
La estrategia de mantener el diseño y mejorar los componentes la lleva haciendo años un fabricante cuyo CEO se llama Tim y se apellida Cook. Y Samsung, que se ha hartado y nos ha hartado de dar bandazos con sus diseños, acertó de lleno con el S6 Edge. En Samsung, que no tienen un pelo de tontos y saben lo que se cuece, se han aferrado a lo que llamaremos el Protocolo de No Intervención. Partiendo de la base de que el S6 Edge cosechó las mejores críticas que se recordaban desde los tiempos del paleolítico S II, lo sensato era hacerlo mejor por dentro y no experimentar de nuevo por fuera.
Es un terminal absolutamente espectacular
Contentar a casi todo el mundo es fácil y complejo a la vez. Un smartphone bonito, fluidez y desempeño, ningún punto que deje insatisfecho. En la mano se siente todo eso con un grosor ridículo y una relación de marcos / pantalla excelente y acentuada por los bordes curvados.
¿Y las ventas? La opinión casi unánime va a ser que con un diseño calcado al del año anterior va a ser más difícil vender muchas unidades. Puede ser, pero las cuentas de Samsung piden vías de vuelta al crecimiento de los beneficios, y así se amortiza el diseño creado un año antes.
Queridos Reyes Magos…
Una cámara a otro nivel, un gran diseño, un buen rendimiento, lo que parece — a falta de probarlo de verdad una genial batería, una pantalla espectacular con el añadido del Always On para aprovechar el panel AMOLED… Pero la perfección no existe. ¿Qué le podríamos pedir al S7 Edge para rizar el rizo?
Por lo pronto, una alineación central del altavoz, el micrófono y el conector microUSB que limpie, fije y dé esplendor al impecable diseño del terminal. Nadie resultará herido por el detalle de los orificios desalineados, pero puestos a imaginar la excelencia, lo primero es cuidar los grandes detalles.
Para seguir, un acabado trasero que descargue de trascendencia la incógnita que pesa sobre cómo resistirá las huellas y el paso del tiempo ese cristal que, en unos pocos minutos, ya podía ser utilizado por el CSI como prueba dactilar concluyente.
Para finalizar, “creer que se puede”, como diría aquel, y cargarse el logo de la marca en la carcasa frontal, que es un lienzo donde lo aspiracional debe ser limitarlo a la pantalla y muy poco más. Sólo lo necesario. Lo demás es accesorio.
De todas formas, tras 60 minutos con él, nos queda claro: la crítica global al S7 Edge resulta forzada y prosaica, y los detalles por pulir sólo nos recuerdan que la perfección no existe. A partir de ahí se podrá preferir un iPhone, un Xperia, un Moto G o un Firefox OS, ya puestos. Todo funciona según necesidades y preferencias. Pero que nadie lo dude: el resto va a tener muy difícil arrebatarle el título de "smartphone del año". Y si se repite el guión reciente, sólo Apple podrá batirse el cobre con este S7 Edge.