Desde el lanzamiento del primer satélite en la década de los 50 (Sputnik 1, enviado por la Unión Soviética), el número de satélites y objetos artificiales puestos en órbita no ha hecho más que aumentar a un ritmo exponencial. Algunos cuentan con una mayor envergadura, como la Estación Espacial Internacional; otros, en cambio, presentan un tamaño más reducido, como el satélite Jason 3 (recientemente desplegado por SpaceX).

Todos estos satélites y objetos artificiales han permitido un avance científico sin precedentes, facilitando la exploración de otros planetas y proporcionando un conocimiento más exacto del planeta en el que vivimos. Los beneficios son, por lo tanto, incuestionables.

No obstante, todos los satélites y objetos artificiales situados en las órbitas más próximas a la Tierra tienen una fecha de caducidad. Una fecha que certifica el momento en el que no continuarán prestando servicio a la empresa u organismo internacional encargado de mantenerlo en órbita. Cuando ese momento llega, los sistemas de comunicación y control simplemente se desconectan y se obvia su presencia en el espacio para futuras investigaciones.

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Esta mecánica, aplicada durante años en la exploración espacial, ha dejado alrededor de la Tierra numerosos restos de cohetes, satélites y otros objetos artificiales diseñados para la exploración espacial. Unos restos que, en el futuro, pueden suponer un gran problema.

Ya en 2013, la NASA anunció la presencia de más de un millón de piezas de diferentes tamaños orbitando alrededor del planeta Tierra. Estas piezas, como consecuencia del campo gravitatorio, alcanzan velocidades y aceleraciones muy elevadas (entre seis y diez kilómetros por segundo) lo que las convierte en objetos potencialmente peligrosos, independientemente de cuál sea el valor de su masa o su tamaño.

En 2011, sin ir más lejos, los restos del Kosmos-2251 pasaron a unos 250 metros de la ISS (Estación Espacial Internacional), poniendo en riesgo la integridad de la misma. Más recientemente, en 2014, la Estación Espacial Internacional volvió a ser víctima de una situación similar, poniendo en riesgo la vida de los seis astronautas que se encontraban en su interior.

Donald J. Kessler ya predijo este incremento exponencial

Donald J. Kessler, un consultor asociado a la NASA durante la segunda mitad del siglo XX, propuso un escenario en el que el volumen de basura espacial situado en la órbita baja de la Tierra alcanzaría unos niveles tan elevados que el resto de objetos situados en órbita serían impactados con frecuencia por dicha basura, generando, como si de un efecto dominó se tratase, más basura y un mayor riesgo de nuevos impactos. Esta situación, a largo plazo, dejaría la órbita baja de la Tierra (entre los 600 y los 1.000 km respecto a la superficie terrestre) como un rango inutilizable para la puesta en órbita de nuevos satélites, al mismo tiempo que dificultaría la satelización o puesta en órbita de nuevos objetos.

Con el paso de los años, la tímida predicción de Kessler parece aproximarse más a la realidad. La cantidad de basura espacial situada en el espacio no hace más que aumentar, dificultando la presencia de nuevos objetos en las órbitas próximas a la Tierra.

La eliminación de los residuos espaciales es compleja, costosa y, a su vez, muy necesaria

La órbita baja de la Tierra cuenta con una longitud aproximada de 45.000 km, en los cuales se encuentran más de un millón de piezas potencialmente peligrosas cuyos tamaños oscilan, en su mayor parte, entre uno y diez centímetros. Encontrar y eliminar estas piezas, considerando el amplio espacio y las irregulares órbitas de las mismas, supone un reto de gran envergadura que, además, conlleva unos costes muy elevados.

A pesar de ello, los diferentes gobiernos e instituciones ya trabajan de forma prioritaria en una solución que permita limpiar parcialmente las órbitas más próximas a la Tierra. Proyectos desarrollados por Airbus, la Unión Europea y Roscosmos ya proponen diferentes soluciones a este complejo problema. Algunas de ellas sugieren la puesta en órbita de un vehículo espacial que, mediante brazos articulados y "redes" permita recoger los desechos espaciales de gran tamaño. Otras, en cambio, sugieren la alteración de la trayectoria de los residuos con la intención de provocar su entrada en la atmósfera, donde probablemente se desintegrarían.

basura espacial

Como medida preventiva, los satélites y las naves enviadas al espacio durante los últimos años ya cuentan con sistemas de autodesecho. Estos sistemas permiten, una vez finalizada la vida útil del satélite, tres desenlaces diferentes: devolver los restos a la superficie terrestre, provocar una desintegración de la materia al entrar en la atmósfera o enviar los restos a órbitas superiores.

Los objetos de menos de un centímetro son los más peligrososDesafortunadamente, ninguno de estos proyectos solventa la cara más peligrosa de la basura espacial: las piezas de tamaño reducido. Según la NASA, el número de objetos de menos de un centímetro que orbita alrededor de la Tierra es superior al millón. Estos objetos, dado su reducido tamaño, resultan casi invisibles para los sensores y observadores espaciales, pero dada su elevada velocidad, pueden llegar a provocar serios daños en otros satélites y naves.

Por suerte, el número de incidentes registrado como consecuencia de la basura espacial es relativamente reducido, gracias, en gran parte, a la supervisión constante de los desechos espaciales y a los blindajes de los objetos enviados al espacio. No obstante, su existencia implica un riesgo que, como ya formuló Kessler durante el siglo XX, no hará más que aumentar exponencialmente con el paso de los años.

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