A comienzos de siglo, el concepto de teléfono móvil era absolutamente diferente al que tenemos hoy. En aquel momento los teléfonos móviles se limitaban a realizar llamadas, enviar SMS y, los más avanzados, a tomar fotografías con cámaras de menos de un megapixel de resolución. Nadie pensaba en procesadores de ocho núcleos como el del Huawei P8 ni en pantallas de 5.5 pulgadas.
Con el paso de los años, ese concepto base ha ido evolucionando de forma progresiva. Los teléfonos móviles comenzaron a aproximarse más a los ordenadores de escritorio que utilizábamos (y utilizamos) a diario para trabajar y divertirnos. Es decir, pasaron de ser meros comunicadores a herramientas de trabajo y ocio completas.
Para alcanzar ese punto óptimo que vivimos a día de hoy, los fabricantes han tenido que sortear varios obstáculos a lo largo del camino, como el desarrollo de UI/UX totalmente nuevas. Pero, sin lugar a dudas, el obstáculo más difícil de sortear y, sobre todo, el más influyente de todos, ha sido *el desarrollo del SoC***.
La mejora exponencial que han sufrido los SoCs para teléfonos móviles ha sido la piedra angular que ha posibilitado el crecimiento de los smartphones durante los últimos años.
El SoC (System on chip en inglés) de un teléfono móvil —o de cualquier dispositivo electrónico— es una de las piezas fundamentales para su correcto funcionamiento. En él podemos encontrar módulos tan importantes como la CPU (Central Processing Unit en inglés), la GPU (Graphics Processing Unit, en inglés) o los modems que permiten al dispositivo conectarse a las diversas redes existentes (Wi-Fi, 4G LTE, Bluetooth, etc.).
De esos módulos internos, **la CPU es la que más mejoría ha sufrido desde el comienzo de la era *smartphone***. Allá por 2007, la CPU para smartphones más avanzada contaba con un único núcleo de procesamiento y una frecuencia de reloj inferior a 1 GHz. Con el paso de los años llegaron *SoCs con CPUs* más avanzadas, con dos y cuatro núcleos y frecuencias de reloj superiores a 1 GHz. Unas cifras realmente increíbles considerando el tamaño del dispositivo en el que se montaba.
No obstante, el mayor salto lo hemos presenciado recientemente con la llegada de los procesadores de ocho núcleos, una cifra difícil de encontrar incluso en ordenadores de escritorio. Aplicando la lógica básica, mayor número de núcleos implica un mejor rendimiento, ¿verdad? Efectivamente, pero eso es solo una pequeña parte de la historia.
Los procesadores de ocho núcleos están basadas en la arquitectura big.LITTLE. Es ahí donde está lo realmente interesante.
Para comprender lo que implica la llegada de los procesadores de ocho núcleos a dispositivos como el Huawei P8 primero debemos conocer brevemente cómo están compuestos a nivel interno estos microchips:
- Ocho núcleos desiguales. Hasta ahora, todos los núcleos de un mismo procesador —salvo excepciones— han sido similares unos a otros. Con los procesadores de ocho núcleos, ese comportamiento tan regular desaparece. En estos encontramos dos grupos de cuatro núcleos totalmente diferentes. Cuatro de ellos están enfocados en rendimiento y el resto están enfocados en la eficiencia energética. A esto se le conoce como estructura big.LITTLE.
- Desiguales pero capaces de funcionar a la vez. Según qué modelo de CPU, estos ocho núcleos, a pesar de sus diferencias, podrán funcionar de forma simultánea o no. Esto tiene un claro beneficio en términos de rendimiento y desempeño, sobre todo cuando se somete el dispositivo a tareas más intensas.
Partiendo de esta base, observaremos que la lógica aplicada anteriormente era algo simplista. Los procesadores de ocho núcleos obviamente implican una mejoría en términos de rendimiento —especialmente si el modelo ofrece la posibilidad de poner en funcionamiento los ocho núcleos de forma simultánea—, pero el mayor beneficio respecto a procesadores anteriores lo encontramos en la eficiencia energética, un aspecto esencial en un segmento como el de la telefonía móvil.
Los procesadores de ocho núcleos se activan de forma inteligente según qué tarea estemos realizando. Si, por ejemplo, el terminal está conectándose a internet para consultar una página web, el procesador solo pondrá en funcionamiento los cuatro núcleos de menor potencia (más eficientes energéticamente), prolongando así la autonomía del dispositivo. En cambio, si el terminal está ejecutando una aplicación que demande más recursos, el procesador activará los núcleos de mayor potencia (y, obviamente, mayor consumo), ofreciendo así un rendimiento óptimo ante tareas más complejas. Como comentaba anteriormente, también se pueden llegar a activar los ocho núcleos de forma simultánea en determinados momentos, pero eso dependerá del procesador concreto ante el que nos encontremos.
Paralelamente, la llegada de procesadores de ocho núcleos también tiene un efecto positivo en la eficiencia térmica del dispositivo. Para las tareas más sencillas, el dispositivo solo activa los núcleos de menor potencia y consumo energético (menor voltaje y amperaje de entrada), los cuales, por naturaleza, generan una menor cantidad de calor. Esto asegura que el dispositivo, durante la mayor parte de la jornada, se mantenga a temperaturas relativamente bajas, algo más difícil de lograr si solo encontráramos núcleos de alto rendimiento.
Llegados a este punto, la deducción lógica es que **la llegada de los procesadores de ocho núcleos a terminales como el Huawei P8 es, si se ejecuta de forma correcta, una buena noticia.** No solo implica una mejora en términos de rendimiento y potencia máxima, también colabora a un consumo energético más eficiente y, por consiguiente, menos calor generado, dos aspectos cada vez más importantes en el segmento de la telefonía móvil.