Siempre me han llamado poderosamente la atención aquellas personas que utilizan ordenadores conectados a internet para cargar contra la ciencia, normalmente cuando esta contradice alguna de las cosas sin demasiado fundamento en la que creen; porque supongo que no pensarán que esa tecnología se ha conseguido de otro modo que aplicando el método científico y, como pueden comprobar, funciona. De la misma forma, si son sensatas, acudirán al médico para que diagnostique y les recete antibióticos con los que tratar y eliminar alguna infección que padezcan, tanto como en sus aparatos instalan antivirus, otro fruto de la experimentación científica, para que no se les vayan al garete. Y si los ordenadores han revolucionado el ámbito de la comunicación humana, del almacenamiento y el análisis de datos, **antibióticos como la penicilina revolucionaron la lucha médica contra las infecciones bacterianas. Es lo que quiero explicaros aquí.
El descubrimiento del recluta 606
El médico alemán Robert Koch enunció los principios de la teoría del origen microbiano de enfermedades en 1882, estando en el mismo ajo de estudio otros científicos destacados como el químico Louis Pasteur, y más tarde, el también médico Paul Ehrlich, compañero de Koch, describió los componentes químicos capaces de actuar contra los gérmenes de manera selectiva**: “Debemos aprender a disparar a los microbios con balas mágicas”, dijo, y sintetizó el salvarsán en 1901, eficaz contra la sífilis, y los conservadores de la época, entre otras cosas, le acosaron, señalándole como “un peón del Diablo” por impedir “el justo castigo por el pecado de promiscuidad” con este compuesto, al que en principio se lo llamó numéricamente, el 606, y como el trabajo de Ehrlich influyó en Alexander Fleming, a este se llegó a caricaturizarle como “el recluta 606”.La penicilina acaba con docenas de temibles bacterias sin apenas toxicidad para los pacientes
Este científico escocés, biólogo y farmacéutico, había emprendido la búsqueda de bactericidas y estaba estudiando en 1928 unos cultivos de estafilococos en el sótano de su desordenado laboratorio en el Hospital Saint Mary de Londres y, cuando regresó tras unas vacaciones, se percató casualmente de que las cepas se habían contaminado con un hongo a cuyo alrededor todos los estafilococos habían sido destruidos: se trataba del penicillium notatum, respecto al que que el médico irlandés John Tyndall había verificado en 1876, sin llegar más allá, que algunas bacterias tenían problemas para medrar cuando este moho de los alimentos estropeados estaba presente.
Fleming comenzó a cultivar este hongo, productor de una sustancia antibacteriana, la penicilina, que podía acabar con docenas de temibles bacterias sin apenas toxicidad para los pacientes. Pero, por diversos motivos, como la dificultad para producir la sustancia en masa, la ceguera de la comunidad científica respecto a sus aplicaciones reales e incluso el carácter apocado del escocés por el que no era enérgico al exponer su descubrimiento, la importancia y el desarrollo de la penicilina tuvieron que esperar hasta que dos bioquímicos, el inglés Edward Abraham y el alemán Ernst Chain, revelaron la estructura de la penicilina, la purificaron en 1939 y hallaron la forma de producirla en masa según una idea de su colega Norman Heatley en 1941.Alexander Fleming previó la resistencia de las bacterias a los antibióticos por la automedicación irresponsable
Tiempo después, cuando la penicilina estaba ya plenamente integrada en la industria farmacéutica, el recluta 606 lanzó una predicción durante el discurso que dio al recoger el premio Nobel de Medicina por su trabajo en 1945: “Existe el peligro de que un hombre ignorante pueda fácilmente aplicarse una dosis insuficiente de antibiótico y, al exponer a los microbios a una cantidad no letal del medicamento, los haga resistentes”. Y razón tenía pues, a día de hoy, cuando las infecciones han sido derrotadas por las penicilinas, es la automedicación irresponsable la que nos está haciendo perder terreno en la lucha contra ellas.
Las aplicaciones de la penicilina
Diversas culturas antiguas se dieron cuenta de que, al aplicar algunas plantas y mohos, tierra caliente y hasta pedazos de pan florecido en las heridas, podían reducir las infecciones. Pero, por supuesto, sin la precisión científica, estos métodos eran claramente insuficientes, y de ahí que celebremos la labor de personas como Alexander Fleming: el primer fármaco basado en la penicilina que distribuyó la industria farmacéutica era muy eficaz para el tratamiento y e incluso la prevención de la sífilis, por lo que arrinconó al salvarsán de Ehrlich, la meningitis, el tétanos, la gonorrea, la sepsis infantil, la neumonía y la gangrena, además de la mayoría de las infecciones que provocan las heridas, y de hecho, en el año 1944 se producía tanta penicilina como para tratar a todos los heridos occidentales en las batallas de la Segunda Guerra Mundial. Y hay que decir que esta sustancia también es de aplicación veterinaria: perros, gatos, conejos, aves, erizos, hurones, tortugas o serpientes, por ejemplo, pueden ser tratados con ella.
En la década de los setenta aparecieron las penicilinas sintéticas, que permiten un mayor número de fórmulas y, a día de hoy, los principales antibióticos primarios siguen siendo penicilinas como la cloxacilina o la amoxicilina, aunque contamos con la alternativa de las cefalosporinas, cuyo principio es idéntico pero se origina en un hongo distinto, son más estables y cuentan con un espectro de acción de mayor amplitud. Otros antibióticos sintéticos son las tetraciclinas, las quinolonas y algunos más pero, por lo general, no son tan eficaces como los anteriores y ocasionan más efectos secundarios.En 1900, las primeras causas de fallecimiento eran enfermedades infecciosas; en el presente, gracias a la penicilina, ninguna de ellas lo es
Junto con las vacunas, la gran mejora en la higiene y otros avances, el desarrollo de las penicilinas es el responsables del aumento espectacular de la esperanza de vida de la población en Occidente, que se mantenía por debajo de los cincuenta años, con una media mundial de treinta y uno, entre otras cosas porque, si en 1900 las tres primeras causas de fallecimiento en los países eran enfermedades infecciosas como la neumonía, la tuberculosis y la diarrea o la gastroenteritis, en el presente ninguna de ellas lo es. No por nada la aplicación de la penicilina es considerada por muchos científicos el logro más importante de la medicina en el siglo pasado, y todo gracias al empeño científico de personas como el tímido Alexander Fleming, el recluta 606.