Aunque existen diferentes opciones de trabajo como fotógrafo, lo más común es que un profesional termine siendo un autónomo puntualmente contratado por terceros. Las largas jornadas y las horas extras gratuitas o mal pagadas suelen ser características propias de este oficio, ¿a qué se debe la mala reputación? La respuesta es sencilla: a los propios fotógrafos.
Existe una gran diferencia entre tener una cámara profesional y ser fotógrafo
La democratización de las cámaras fotográficas ha provocado que ésta sea una tecnología accesible para la gran mayoría. No es difícil encontrar a alguien que tenga un dispositivo capaz de captar grandes imágenes y que además disponga de miles de accesorios pensados para ello. Sin embargo, existe una gran diferencia entre tener una cámara profesional y ser fotógrafo.
La cámara es el medio, mientras que el fotógrafo es quien utiliza sus conocimientos para sacarle todo el partido posible. Decir que por tener una Canon 5D Mark III ya puedes capturar buenas imágenes es como afirmar que eres un gran conductor solo por haber comprado un Porsche. En ambos casos se juzgan los posibles resultados tomando como base la herramienta y no quien la sujeta.
No tener claro lo anterior es lo que, entre otras cosas, ha provocado que ser fotógrafo sea concebido como un trabajo en el que solo debes “apretar un botón”, razón por la que muchos clientes suelen alarmarse al consultar el presupuesto de una sesión en grandes estudios de fotografía.
Son los propios profesionales quienes reducen sus precios a niveles ridículos
Podemos pensar que lo anterior es una postura únicamente ofrecida por los clientes, pero no, también son los propios profesionales quienes reducen sus precios a niveles ridículos, alargan las jornadas de trabajo gratuitamente o no tienen en cuenta todos los gastos personales que supone una sesión. Y eso no beneficia a nadie, ni al profesional ni al cliente.
Mayoritariamente, la perspectiva del consumidor es la de buscar un buen profesional que se ajuste a su bolsillo. Pero el problema llega cuando es el fotógrafo quien reduce su caché para que otros acepten su trabajo. De esta manera es como se contribuye a precarización laboral tan propia de ámbitos como las artes o la comunicación.
Entonces ¿cuánto vale nuestro trabajo? Depende, pero como fotógrafos autónomos debemos tener en cuenta bastantes cosas. Si queremos que este sea un oficio rentable, tendríamos que empezar a elaborar presupuestos añadiendo tanto los gastos fijos como los variables. Así, habría que incluir desplazamientos, dietas o incluso, si tenemos oficinas, lo que nos cuesta pagar el agua, la luz e Internet. De lo contrario, es imposible que podamos vivir de ello sin encontrarnos con una balanza de pagos negativa.
Precisamente, la Asociación de Fotógrafos Profesionales de España (AFP) tiene entre sus objetivos el de “proyectar y fortalecer la imagen pública de nuestro sector y del fotógrafo profesional”. Asimismo, pone a nuestra disposición diferentes modelos de presupuestos o facturas, los cuales deberíamos tener en cuenta si empezamos un negocio de forma oficial.
Tampoco digo que debamos ser inamovibles con respecto a un presupuesto, pero sí que deberíamos establecer un precio base en función a todos nuestros gastos y salario que, de ser reducido, también implicaría ofrecer menos servicios al cliente.
Tomando de nuevo el sector automovilístico como ejemplo, vemos que cuando alguien desea un coche y considera que su precio es abusivo, una de las soluciones puede ser eliminar esos extras que lo convierten en un vehículo de lujo. Esto ocurre con la mayoría de productos que consumimos, incluso con las hamburguesas. Por ello, quizá nuestro cliente no pueda permitirse una sesión de foto en exteriores pero sí en el estudio. Al final, se trata de ofrecer un servicio que rentable para quien lo realiza.
Se trata de ofrecer un servicio que rentable para quien lo realiza.
Es común que algún consumidor ofrezca argumentos del tipo “es que en otro lugar me cobran menos”. Pero eso no debe ser válido, ya que quizá ese especialista esté perdiendo dinero realizando su trabajo y, no solo eso, sino colaborando a la espiral de precariedad que se asocia con el trabajo como fotógrafo.
Al igual que en un restaurante no pedimos el plato más caro si no disponemos del dinero suficiente para ello, tampoco se puede comprar un servicio que no podemos pagar o consideramos excesivo. Y somos nosotros, los fotógrafos, los que tenemos que empezar a valorar nuestro trabajo como es debido para darnos cuenta de ello.