Para hablar de cómo va a cambiar la industria de los pagos electrónicos, que indudablemente también afectará a los pagos con dinero físico, no hace falta que viajemos al futuro. Las tarjetas están totalmente asentadas y hasta hace poco no han tenido competencia, hasta que llegaron los **pagos móviles extendidos con NFC**. Como sabemos, no ha sido hasta finales del pasado año y principio de este cuando plataformas como Samsung Pay (nacida de la compra de LoopPay) han comenzado a extenderse en algunos países (con la promesa de llegar muy pronto a España).
Esto nos ha hecho pensar y escribir mucho sobre pagos móviles, dificultades de expansión y acogida, brecha digital, estandarización... Pero la clave no estará ahí. Ahora estamos viviendo el proceso de ruptura que se da con cambios profundos en un sistema, y precisamente, cuanto menos profundos tengan que ser, por su menor implantación, más fáciles serán.
El ejemplo más claro de ello es África, donde el pago móvil triunfa. Una vez se extienda globalmente, y va a ser en un período muy corto, todos esos debates habrán quedado en el olvido y la pelota estará en el tejado de la conveniencia en los pagos, porque siempre ha sido conveniencia lo que ha movido este sector, pues, cuanto más fluido sea el acto de pagar, más fácil será que el cliente consuma. La comodidad siempre ayuda.
La conveniencia en el pago supone invisibilizar hasta el máximo posible el propio proceso de pago, al igual que la carga inalámbrica busca hacerlo en el ámbito de la alimentación eléctrica, donde para mí no se consigue por la fricción existente en que el cable sigue existiendo. La carga del móvil sí es inalámbrica, pero por una parte no podemos moverlo, y por otra, la base de carga necesita (obviamente en 2015) un cable.
Lo mismo ocurre con la industria del pago, aunque aquí el avance es más complejo por temas de pura seguridad. Mientras compramos, es para muchos de nosotros habitual llevar el móvil en la mano, ya sea por repasar la lista de la compra o por realizar cualquier tarea de consulta, pero para otra mucha gente no es habitual. Sacar el teléfono del bolso o bolsillo no difiere mucho de sacar la tarjeta contactless de una cartera, salvo porque se pierde menos.
En ese contexto, de nuevo, con preocupación por la seguridad, entran en escena los wearables. Y es que cuando nacieron los primeros proyectos de pago vía NFC no se pensó en la relevancia que ese mercado tendría, y sí se situó al smartphone como claro dominador de nuestra vida digital. Ahora, desde mi punto de vista, es exponencialmente más cómodo pagar con un smartwatch como el Gear S2 que hacerlo con uno de sus hermanos móviles. No requiere un acto especial, forma casi parte de nuestro cuerpo, está ahí para el momento justo, pero para todos los momentos. Es conveniente, y no tiene por qué ser caro, ya que cualquier pulsera de diseño podría albergar un chip NFC destinado al pago.
Lo último, y será importante dentro de poco, es lo que podría eliminar la necesidad del móvil, y es el pago con manos libres que vemos en el vídeo, donde ya no siquiera es necesario sacar nada, sólo pedir con nuestra voz y olvidarnos de lo físico, de una manera segura y que respeta la privacidad. El futuro de los pagos móviles seguirá siendo móvil, sí, pero no es del smartphone, sino de la conveniencia de todo lo que ha llegado después.