¿Cómo se consigue un buen retrato? Algunos dirán que necesitamos emplear un determinado encuadre o utilizar ciertos valores de exposición. Y las reglas pueden ser útiles, pero no son determinantes. Del mismo modo que España no ganó el Mundial de 2010 por usar un 4-4-2, el éxito en la fotografía no se limita a seguir una teoría de aquello que supuestamente es correcto. Hay algo más.
Steve McCurry no consiguió el retrato de la “niña afgana” solo adecuándose a ciertos patrones estilísticos. Tampoco Dorothea Lange captó la crudeza de la Gran Depresión únicamente apuntando a la miseria con el objetivo de su cámara. Existe algo que suele escapar de todo libro o incluso conocimiento. Se suele hablar del apartado técnico necesario para obtener una buena imagen, pero no de otro que quizá sea más importante: el humano.
Aunque podemos tender a creer que el periodismo se encuentra vinculado a la objetividad, eso es una falacia. Es imposible que hablemos de algo neutro cuando tras los textos existen personas que los escriben. En la fotografía ocurre algo similar. Es el reportero quien decide dónde apuntar y cómo hacerlo, seleccionando con ello un breve fragmento de la inmensa realidad.
Por ello, el autor de la imagen es también una parte activa en la fotografía de retrato, no solo por la forma de hacerla, sino también por su mera presencia y los lazos que le unen con el ser fotografiado. Precisamente por eso, Jimmy Nelson se adentró en tribus indígenas de los lugares más remotos. Por un tiempo formó parte de sus costumbres y aquello le permitió alcanzar un grado de intimidad que de otro modo sería imposible.
Hunter S. Thompson convivió durante más de un año con la banda “Los Ángeles del Infierno”
Es la misma práctica que aquella bautizada como periodismo gonzo, donde destacan reporteros como Hunter S. Thompson. El periodista convivió durante más de un año con la banda “Los Ángeles del Infierno” transformando su vida en una continua odisea de mujeres, motos y alcohol. ¿El resultado? una de las obras más íntimas y representativas de aquellos a quienes creían capaces de pactar con el mismísimo diablo.
Cuando alguien mira al objetivo de una cámara no lo hace a la lente, sino a la persona que se sitúa detrás. De nuevo, volvemos a ejemplificar cómo existe una conexión entre quien realiza la imagen, quien aparece en ella y el momento capturado. Por eso la fotografía de retrato es tan poderosa y, en ocasiones, nos lleva a lugares donde duele volver. Es el mismo argumento que Don Draper utiliza para vender “El Carrusel” a Kodak y que también podemos aplicar a numerosas instantáneas.
El vínculo entre fotógrafo y fotografiado es tal, que incluso los prejuicios de los primeros terminan plasmándose en un retrato de los segundos. Imaginad que seis profesionales diferentes deben retratar a un mismo sujeto con diferente información sobre su vida. Para algunos será un millonario y para otros un ex-preso. ¿Cambiaría el tono de esa instantánea?
La respuesta es sí, y como ejemplo de ello tenemos una campaña de Canon donde se pone en práctica todo lo citado con anterioridad. Vemos cómo una misma persona puede ser seis diferentes al mismo tiempo, o incluso más si existieran otros fotógrafos. Al final todo depende de la complicidad que exista entre sujeto y objeto, es ese el factor que definirá el resultado del retrato.
Entre las definiciones de “retrato” encontramos la de “descripción detallada de alguien o de algo”. Entonces, volvemos a la primera pregunta: ¿cómo se consigue un buen retrato? Esa “descripción detallada” solo sería alcanzable si llegásemos a comprender cómo es el retratado en toda su esencia, qué le define, asusta, enamora o alegra. Se trata entonces de eliminar las barreras que impiden a la otra persona exhibir lo más puro de sus emociones. Robert Capa fue capaz de inmortalizar el terror del Desembarco de Normandía, algo imposible si no hubiese compartido el mismo pánico.
Por lo tanto, aunque manejar conceptos técnicos como el triángulo de Rembrandt pueden ser importantes para saber qué luz es la más adecuada, una fotografía de retrato va mucho más lejos. Es un contrato no firmado entre los dos cómplices de la imagen que comparten un momento único y, en muchos casos, irrepetible.