Hay personas que se labran una buena reputación por su carrera y sus logros, y por ello las valoramos; y luego hay otras que, además de eso, trabajan y se expresan de una forma tan elocuente y encantadora que resulta inevitable hasta apreciarlas personalmente, casi quererlas. Una de estas personas era el fallecido Oliver Sacks, médico que dedicó su vida a ayudar a pacientes con enfermedades neurológicas, y que nos contó sus experiencias por escrito para acercarnos y hacernos comprender el sufrimiento y las necesidades de sus pacientes con una humanidad y una empatía por la que le recordaremos.
Los despertares de un médico escritor
No hay duda de que el interés por la medicina de Sacks le viene de familia: Samuel, su padre, era médico, y Muriel, su madre, fue una de las primeras cirujanas británicas de la historia. Probablemente por esta influencia se interesó en su juventud por la química, ingresó en el Queen’s College de Oxford en 1951 y se licenció en Fisiología y Biología tres años después, para luego, cuatro más tarde, especializarse en ser médico cirujano.Escribió sobre sus experiencias para acercarnos y hacernos comprender el sufrimiento y las necesidades de sus pacientes con una humanidad y una empatía por la que le recordaremos
De Gran Bretaña se trasladó a Canadá y a Estados Unidos, y fue en este último país donde desarrolló su extensa carrera y donde demostró de lo que era capaz: del Hospital Mt. Zion de San Francisco a la Universidad de California en Los Ángeles, del neoyorkino Hospital Beth Abraham al Colegio de Medicina Albert Einstein y la Escuela de Medicina de la Universidad de Nueva York, del Centro Médico de la Universidad de Columbia al Centro Psiquiátrico del Bronx, de consultor de las Hermanitas de los Pobres y médico practicante a miembro de la junta directiva del Instituto de Neurociencias neoyorkino; Sacks realmente nos enseñó a todos lo que es amar el trabajo de uno y respetar a las personas con las que trata.
**La mayoría de nosotros le tenemos muy presente gracias a la conmodevora película Awakenings (Penny Marshall, 1990), que cuenta la historia del doctor Malcolm Sayer, trasunto de Sacks, quien toma la decisión de usar un nuevo medicamento en sus pacientes de encefalitis letárgica, una enfermedad que merma las capacidades motoras y reduce a las personas que la sufren a un estado vegetativo, con resultados bastante espectaculares, pero no permanentes. Esta experiencia es la que Sacks vivió en el Hospital Beth Abraham en los años 60 del siglo pasado, trabajando con supervivientes aquejados de esta enfermedad desde los años 20, y que plasmó en un libro autobiográfico homónimo de 1973. Lo curioso es que, dada la bonhomía de Sacks, la elección del también fallecido Robin Williams para interpretarle, un actor al que el público quería verdaderamente por lo mismo, fue uno de los grandes aciertos de la adaptación** cinematográfica.
Sacks trató a personas que padecían epilepsia, la enfermedad de Parkinson y la de Lytico-Bodig, el síndrome de Tourette, agnosia visual, autismo, sordera, acromatopsia e incluso alucinaciones, y lo que vivió durante su tratamiento y todo lo que descubrió lo plasmó en más de una docena de libros, como Awakenings, que fueron publicandos a lo largo de los años. En abril de 1990, el veterano crítico literario Anetole Boyard afirmó en The New York Times que Sacks se había convertido “en una especie de poeta laureado de la medicina contemporánea”. No por nada pertenecía a la Academia Americana de las Artes y las Letras desde 1996, además de haber sido nombrado El crítico literario Anetole Boyard afirmó que Sacks se había convertido “en una especie de poeta laureado de la medicina contemporánea”
Doctor Honoris Causa por más de una decena de instituciones educativas.
Pero, como a cualquier persona notoria, también le llovieron críticas, unas veces acerca del rigor de su trabajo, y otras, acusándole de explotar a sus pacientes en beneficio de su carrera, algo que, a poco que se conozca su trayectoria, a uno le puede resultar de lo más absurdo. Aunque el particular director de cine Wes Anderson decidiera caricaturizarle con el personaje que Bill Murray interpreta en The Royal Tenenbaums.
Sacks se veía a sí mismo, aparte de como “un viejo judío ateo”, como “un narrador, un contador de historias” con “la convicción de que la narrativa es una forma esencial a la hora de articular los problemas neurológicos en el contexto de la experiencia humana”. A fe que consiguió demostrar que estaba en lo cierto, y cuando supo que le quedaban meses de vida a causa del cáncer terminal de hígado que sufría, **nos conmovió a todos con un artículo de despedida que publicó en The New York Times**: “… he sido un ser sensible, un animal pensante en este hermoso planeta, y eso, por sí solo, ha sido un enorme privilegio y una aventura”. Un privilegio ha sido el nuestro de que esa aventura la haya compartido con todos nosotros.