Como todos sabemos, esta semana ha tenido lugar la presentación del Samsung Galaxy Note 5 y del Samsung Galaxy S6 Edge+, que vienen a cerrar el gran año que Samsung inició con los sobresalientes Galaxy S6 y Galaxy S6 Edge. Los nuevos modelos, que me han gustado mucho, me han hecho pensar más en el estado de modelos anteriores como Galaxy Note 3 o Galaxy Note 4. Además de otros modelos que comentaré más adelante, pienso que particularmente el Note 3 es un gran ejemplo del gran problema de los smartphones modernos.
Y es que, pese a que como dijo Javier Lacort "fijarte sólo en las especificaciones es el mayor error que puedes cometer a la hora de adquirir un smartphone", lo cierto es que sí que nos sirven siempre de indicador sobre el estado actual de la tecnología móvil. Y con el Galaxy Note 3, al igual que con el Nexus 5 o el LG G2, llegamos a un gran punto en potencia, dando un gran salto sobre modelos de principios de 2013, como el Galaxy S4, el HTC One o el Sony Xperia. De hecho, diría que unido a sus 3 GB de RAM, el Note 3 fue el primer terminal que me hizo pensar que si lo adquiriera tendría terminal para muchos años, incluso con uso muy exigente.
Si ahora echo la vista atrás, creo que pequé de ingenuidad a medias, pero en otro sentido demostrado estuve acertado. El Nexus 5, con un hardware inferior al del Note 3, es un terminal que a día de hoy tiene un comportamiento perfectamente fluido en Android 5.1 Lollipop. El Nexus 4 también se conserva muy bien teniendo en cuenta cómo pasa el tiempo para él. Incluso el Moto X original, actualizado a Lollipop demasiado tarde, rinde a nivel de fluidez en la interfaz mejor que muchos flagships posteriores y de 2015, según pruebas de mi compañero Nicolás Rivera. El Note 3, en comparación, es un terminal muy deficiente. He podido probar recientemente dos unidades distintas de ese terminal, con KitKat y Lollipop. Ambas me hicieron preguntarme si estaba ante un terminal de gama baja o ante uno que comparte especificaciones con mi OnePlus One, que desde mi punto de vista, aún vuela.
Los smartphones igualan y superan a muchos PCs, pero su vida útil es muy inferior. Pese al argumento de la poca madurez, comienza a ser necesario un cambio.
Los poseedores de Samsung Galaxy Note 3 no tendrían que plantearse siquiera adquirir el nuevo por "necesidad", dado que lo más deteriorado después del período debería ser la batería, que en ese modelo era intercambiable. Dar el salto al nuevo es comprensible, está claro, pero el problema es que los terminales de 2 años que aún tienen una potencia similar a nuevos modelos ya estén obsoletos. El smartphone, en potencia, ha alcanzadodo a PCs de hace un tiempo, pero aún se queda anticuado a nivel de rendimiento con suma facilidad. Al usuario, que suele estar sujeto a un plan de contrato de 2 años, no suele importarle, pero si analizamos terminales dos años más tarde, veremos que, más allá de los que he mencionado antes, y ni siquiera es que tengan una vida muy larga, la mayoría deja de ser usable incluso bajando expectativas de su usuario.
Lo más problemático es que, incluso cuando las marcas cubren bien las actualizaciones de estos modelos, como Samsung con el Note 3 o Apple con sus iPhone, el usuario no se libra de que la última actualización que reciba arruine su experiencia. Como decía antes, ni adquieriendo lo último ni con el salto de potencia que llegó en 2013 se ha conseguido alargar la vida, parece algo cíclico. Hace poco usé el caso del Moto E para mostrar cómo importan las actualizaciones a la hora de matar o resucitar un terminal, y es triste que con terminales como los Galaxy o los iPhone que valen 7 veces su precio, a día de hoy, el problema sea similar.