Pongámonos en situación. Imaginemos que somos felices usuarios de algún servicio "para leer más tarde", como por ejemplo Pocket. Un día descubrimos que el vecino conoce Pocket, y también Instapaper pero no le terminan de convencer, pese a que sí tiene la necesidad que ambas aplicaciones cubren: guardar un artículo para más adelante ya que parece interesante pero en ese momento no se tiene el tiempo para leerlo. En lugar de eso, prefiere abrirlo, capturarlo entero con unos cuantos pantallazos en su smartphone, y luego leerlo imagen por imagen. O peor aún: lo manda a imprimir en papel y posteriormente lo archiva en un carpesano. En ambos casos estamos ante el mismo esperpento tecnológico: la redundancia, la ausencia de optimización, la obligación de realizar muchos más pasos de los necesarios para un mismo fin. El terror del minimalismo.
No es un problema de formato, sino de uso: ¿cuántos QR con lógica viste recientemente?
Esto viene a cuento de que en mi trayecto de casa a la oficina me he encontrado al menos ocho códigos QR. Ni uno de ellos con sentido y lógica. Todos representan lo que me gusta llamar "tecnología porque sí", tecnología superflua que acaba siendo protagonista y entorpece procesos en lugar de aligerarlos. No sólo estamos hablando de qué herramientas y tecnologías usamos, sino de cómo lo hacemos. No voy a decir que "el QR está muerto" porque a estas alturas sería como decir que "Spotify es el futuro de la música en internet", y no me gusta llegar tarde a los sitios.
Ejemplos: un cartel de una academia de inglés en el que para ver el número de teléfono hay que hacerlo vía QR. Abrimos la aplicación, enfocamos el código, y nos lleva a una página web (con su correspondiente consumo de datos móviles en el país donde reina la oferta de 1 GB, pero a velocidad 4G) en la que entonces sí vemos los datos de contacto. Otro ejemplo: un QR puesto a palo seco, sin información adicional, sin contexto. Sin que sepamos qué nos vamos a encontrar si seguimos los tediosos pasos del proceso para revelarlo. Además, podemos rizar el rizo con ubicaciones y contexto como este:
La imagen anterior está sacada de WTF QR Codes, un Tumblr que se dedica a recopilar estropicios causados con esta tecnología.
¿Cuáles son los usos correctos de un QR?
Un QR no es necesariamente un añadido superfluo. El problema es que se suele acabar usando para entorpecer el proceso de conexión entre anunciante o empresa y usuario, y para tratar de saturarlo de información irrelevante, también a través de su smartphone. Hay formatos en los que sí tienen sentido. Por ejemplo, para ahorrar los prospectos de medicamentos moderados sin prescripción médica. En el caso de que se desee ver su composición, posología o efectos secundarios puede solicitarse al farmacéutico, o que venga ya incluido en la caja en formato QR.
QR, la tecnología perfecta para ser mal utilizada.
En la publicidad, puede utilizarse para mostrar el vídeo que una revista en papel no puede. O para regalar un determinado contenido al usuario que esté frente a ese código en particular. Mientras tanto, la mayoría de códigos QR que vemos en nuestro día a día podrían ser perfectamente elimiandos y absolutamente nadie los echaría de menos. De hecho podría aprovecharse su tinta o espacio para información directa sin ese proceso de por medio. Pero en general, el problema es que es una herramienta fácil de utilizar que causa sensación de conocimiento tecnológico a quien no lo tiene ni está acostumbrado a manejarse con dispositivos y herramientas realmente actuales y funcionales.
El colmo son los códigos QR insertados en una página web que únicamente llevan a otra web o enlace. Si aún tienes dudas de si es buena idea utilizar un QR, mi consejo es que en caso de dudas, es mejor olvidarlo. Como botón, otro Tumblr: fotos de gente escaneando códigos QR.