Termina el concierto acústico al que llevabas semanas queriendo ir, y una persona comienza a aplaudir. Milisegundos después, el resto de espectadores siguen al 'individuo atrevido', y la sala entera se llena de aplausos y silbidos. Una muestra de que a los espectadores les ha gustado el concierto, y que el grupo ha conseguido superar las expectativas.
¿O quizás no? ¿Por qué aplaudimos? ¿Porque nos haya gustado el concierto? O quizás, ¿resulta contagioso aplaudir? Dentro de la complejidad de nuestro cerebro, existen comportamientos difíciles de comprender. Aplaudir es uno de esos actos que nos descoloca. ¿Lo hacemos por empatía social, o por mostrar satisfacción? ¿Son los aplausos una muestra de aprobación en grupo, como si aún no nos hubiéramos despojado de ciertas acciones más cercanas a la tribu social que somos en el fondo?
Una acción tan común en nuestros días como la de aplaudir puede ser una buena forma de entender nuestra propia psicología. Y es que aplaudir podría ser el resultado del contagio social, y la duración de los aplausos estaría determinada por el comportamiento del grupo, y no por nuestra propia satisfacción personal.
Esos serían los resultados principales de un nuevo estudio publicado en Journal of the Royal Society Interface, y realizado por investigadores británicos, alemanes y suecos. En su trabajo experimental participaron 107 estudiantes universitarios, cuyo comportamiento ante una presentación oral fue analizado.
Una vez divididos en seis grupos (tres de ellos formados por 20 individuos, y otros tres por 18, 16 y 13 personas), comenzaron las dos presentaciones que debían escuchar. Todos los participantes debían permanecer atentos al lenguaje corporal de la persona que realizaba la presentación en ese momento, de forma que los científicos aseguraron la máxima atención de los investigados. Asimismo, se pidió que una vez finalizada la charla, los participantes aplaudieran de manera cortés, ya que la presentación había sido dada de forma voluntaria.
Una vez finalizada cada charla de 7 minutos, los investigadores analizaron el comportamiento de los participantes. Para ello, modelizaron matemáticamente los diferentes aplausos en cada presentación, teniendo en cuenta la duración y el tiempo que se tardaba en comenzar a aplaudir en grupo. Ambos resultados sugirieron un comportamiento social condicionado, de forma que tanto el inicio como el fin de los aplausos dependían de lo que hicieran el resto de participantes.
En palabras del investigador Richard Mann, de la Universidad de Uppsala en Suecia, "la duración de los aplausos no dependía de la calidad de la charla directamente, sino más bien de la dinámica social del propio grupo". Aplaudir podría entonces considerarse como un contagio social, que no realizamos por voluntad propia, sino más bien por presión de grupo. ¿Ocurriría lo mismo con otros actos de nuestra vida diaria?