Desde su presentación oficial en 1839, la fotografía ha sido un medio para la expresión y la comunicación muy poderoso. El hombre siempre ha estado obsesionado con la idea de plasmar la realidad, de copiar a la naturaleza, de ver un instante fijado para siempre, de perpetuarse.

Curiosamente, a pesar de los esfuerzos y de los conocimientos que se tenían, la fotografía tardó demasiado tiempo en aparecer. Algunos aventuran que su desarrollo se debió a las demandas de una ideología burguesa en auge. Así, la invención de la fotografía es un fenómeno social y político. Otros piensan que se debió a la confluencia de tres corrientes de pensamiento: óptica, química y poética, entendiendo esta última como fruto de la ideología artística del momento, el Romanticismo. Son distintas teorías, todas ellas válidas.

El filósofo Aristóteles (384-322 a.C.), y el sabio iraquí Alhazán en el s.IX  escribieron sobre la posibilidad de atrapar los rayos del sol a través de un agujero practicado en una habitación. Roger Bacon, en el s. XIII aplicó las teorías de sus antecesores para observar los eclipses solares. El Tribunal de la Santa Inquisición quiso quemarle en la hoguera “purificadora” por entender que estaba evocando a los muertos. Leonardo da Vinci, en 1515, hizo la primera descripción minuciosa más allá de la ciencia astronómica:

…cuando las imágenes de los objetos iluminados penetran por un agujerito en un aposento muy oscuro, recibiréis esas imágenes en el interior de dicho aposento en un papel blanco situado a poca distancia del agujero: veréis en el papel todos los objetos con sus propias formas y colores…

Más o menos a la par, los fenómenos químicos se iban registrando en los libros científicos. El romano Vitruvio, autor del libro De Architectura, recomendaba orientar las galerías adornadas con pinturas hacia el norte para que la luz del sol no las deteriorase. Los alquimistas medievales trabajaban con la “luna cornata” citada en los libros clásicos, una sustancia que oscurecía ante la luz.

Sólo faltaba que alguien uniera en un mismo experimento ambos campos. En el camino se quedaron unos cuantos nombres con importantes soluciones: Samuel Morse, el inventor del telégrafo; Bayard no pudo con las relaciones públicas del inventor oficial; incluso España tiene su inventor oficial, José Ramos Zapetti. Pero quien pasó a la posteridad fue Daguerre.

El año 1839 Daguerre presentó el daguerrotipo en la Academia de París, con el apoyo incondicional de todos sus miembros. El año anterior estuvo promocionando su invento en plena calle, con el fin de crear una sociedad de explotación por suscripción pública. Sólo consiguió interesar a los científicos, que fueron los que finalmente le dieron todo su apoyo, y los que hicieron posible que el invento fuera propiedad del Estado francés, sobre todo para evitar que pasara a manos inglesas o incluso rusas.

Pero la historia del daguerrotipo viene de lejos. Muchos hombres intentaron fijar un instante para siempre, pero fueron las investigaciones de Niépce y su posterior asociación con Daguerre las que pasaron a la posteridad.

Niépce fue primero religioso en un colegio, en plena Revolución Francesa. Luego militar en Italia, y por último, un acaudalado terrateniente que dedicaba su tiempo a la investigación. Todo empezó gracias a la litografía, técnica que consiste en dibujar sobre una piedra especial con tinta grasa, para luego bañarla en ácido diluido y así fijar el dibujo. Su hijo hacia los trazos, y Niépce los trataba y reproducía. Pero Isidore se alistó, y nuestro inventor tuvo que buscar un sustituto: la cámara oscura.

Pronto se dio cuenta de que sería más cómodo fijar la realidad que pintarla (aceptaba su incapacidad para pintar). Ideó la heliografía, técnica copiadora de láminas y grabados a través de la cámara oscura. Y de esta técnica no le costó llegar a la primera fotografía en 1826, fruto de las continuas mejoras ideadas para la heliografía, como el diafragma o la mejora de las lentes.

Precisamente estas mejoras le condujeron a un personaje fundamental dentro de esta historia. El tío de Niépce marchó a París, y le pidió que le comprara una cámara de los afamados ópticos Chevalier. Cuando fue a comprarla, les enseñó unas pruebas para que se convencieran de las habilidades de su sobrino. Admirados, dieron su dirección a su amigo Daguerre, un hombre reconocido y muy aficionado a todas estas cuestiones. Y tanto le interesó a este, que pronto le pidió pruebas de sus investigaciones, pero continuamente chocaba contra el muro de la desconfianza.

Al enfermar su hermano, a Niépce no le queda más remedio que pasarse por la ciudad de la luz. Allí visita el diorama de Daguerre, ingenio visual que se ayudaba de la perspectiva y de los juegos de luces. Entusiasmado ante tal espectáculo, accedió a los requerimientos del que pronto sería su socio. En 1829 forman una sociedad que reconoce a Niépce como inventor. Como dato curioso señalar que fue entonces la única vez que se vieron. Daguerre aprendió todo el procedimiento y se volvió a París, donde perfeccionó la técnica, incluso estuvo intentando buscar la consecución del color, sin éxito. Lo conseguirían los hermanos Lumiere en 1908, con almidón de patata.

En 1833 muere Niépce, afectado por la muerte de su hermano y los efluvios de los químicos, según algunos autores. Daguerre tiene el camino libre. Cambia el contrato de la sociedad, con el beneplácito del hijo de Niépce, para figurar él sólo como inventor del daguerrotipo.

El éxito y el reconocimiento llegaron pronto. Su pechera se llenó de condecoraciones. Comercializó manuales y material fotográfico. Además, todo los jueves de 11 a 15, organizaba demostraciones en público. Intentó borrar el nombre de su compañero para la posteridad, pero los historiadores, incluso sus contemporáneos, restablecieron la imagen de Niépce.

Todo investigador, tímido y recluido en su laboratorio, necesita a un empresario que aporte el lado mercantilista y espectacular de un descubrimiento costoso, difícil de realizar y lejos de ser perfecto.