En 2005, cuando Christopher Nolan aceptó el reto de dirigir Batman Begins, había muy poco que perder. El héroe venía de ser caricaturizado por la mano de Joel Schumacher, DC Comics carecía de credibilidad en el cine y Nolan era una promesa como director, apoyado por la magistral Memento (2000) pero empañado por la floja Insomnia (2002). Batman Begins fue un voto de confianza, un salto al vacío por parte de DC. Con un trabajo serio, Nolan consiguió ganarse el respeto de los fanáticos y demostró que se podía hacer una cinta basada en cómics que fuese atractiva para el público no iniciado.

The Dark Knight lo cambió todo. Es, sin escatimar halagos, una de las mejores cintas producidas en los últimos 20 ó 30 años. Convirtió el respeto de los seguidores en fanatismo, en idolatría. Batman resurgió como icono cinematográfico. Heath Ledger se transformó en un actor histórico, cuya interpretación de The Joker puede crear escuela. La inercia llevó a Nolan a consagrarse como director, y con Inception, a desarrollar un estilo bien marcado. Hoy en día, quien diga que cierto filme está "nolizado", entiende perfectamente por dónde va el asunto.

En 2012 la apuesta era muy alta. Nolan ya no era una promesa, sino un referente. Batman no venía de una adaptación desastrosa, sino de una de las mejores películas de la década. DC Comics venía con el lastre de competir contra dos pesos pesados de Marvel: The Avengers y The Amazing Spider-Man. Era el momento de ascender, de marcar una trilogía perfecta, de demostrar que la perfección de The Dark Knight es superable. Había mucho en juego, mucho que perder.

Y The Dark Knight Rises cayó.

The Dark Knight Rises cae no porque sea una cinta insufrible -vaya, no se pasa del todo un mal rato al verla- sino porque en sus descuidos, termina por cimbrar a sus antecesoras. A mí, incluso, me ha hecho preguntarme cómo soporté a Bale como Batman durante todo este tiempo. Cae porque se colma de lugares comunes; de una seriedad implacable que, lejos de hacer lucir a la cinta, termina por dotar al filme de un ritmo apesadumbrado. Cae porque toma a un villano formidable como Bane y lo desdibuja a lo largo del metraje (contrario, por ejemplo, con lo que ocurre con Dent y The Joker). Cae porque desperdicia a sus actores, quienes mueren aplastados por el guión aunque entreguen actuaciones decorosas. Cae porque es una cinta ambientada en la mitología de Batman, con personajes que aparecen en los cómics de Batman, pero que al final, no toca ni por encima su psicología, su profundidad, su riqueza narrativa.

He pensado en ahondar en los detalles en la reseña, pero me parece un tanto fútil. El único cumplido que puedo darle a The Dark Knight Rises es que nos hace revaluar aún más a The Dark Knight como un joya. Esta última entrega cumple con lo básico: darle un cierre a la trilogía, uno que conecte por la tangente con las partes anteriores, uno en que la espectacularidad nos haga obviar los huecos. Como cinta individual, resulta tediosa, lenta y predecible. Una película en la que Nolan se caricaturiza a sí mismo: persecuciones, tomas de edificios, más persecuciones, mensaje político confuso, personajes que (¡oh, sorpresa!) no son lo que parecen, giros en la trama y giros en el giro de la trama. Si vale la comparación, a Nolan le ha pasado lo que a otros genios en potencia como Aronofsky: intentar la obra total y fracasar por pretensión. Porque al final, quizá su mayor pecado es despertarnos con la cubetada fría de que The Dark Knight Rises es, detrás de su máscara, sus luces y su teatralidad, sólo otro blockbuster de verano más.

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