Tengo sentimientos encontrados respecto a The Amazing Spider-Man. Si la juzgo con base en sus antecesoras, me parece que estamos ante un fresco reinicio de la franquicia. Marc Webb ha hecho bien los deberes para entregar una cinta que, en tono, forma y fondo, se separa bien del legado de Raimi. Pero algo no termina de hacerme clic en la cabeza. Las cintas anteriores del arácnido, aunque más infantiles, me parecen más recordables. Es como si Webb se hubiera propuesta hacer el lado B de un disco, usando elementos opuestos (desde la personalidad de Parker hasta detalles minúsculos como el disparador de telaraña) para tener un resultado similar en efectividad pero diferente en estilo.

Ya les había dicho con Prometheus que las comparaciones son odiosas pero necesarias. En The Amazing Spider-Man, la comparación es indispensable. No hay para dónde escapar: o Webb se inclinaba hacia la filmografía de Raimi o hacia la representación en los cómics. Eso pasa cuando tu personaje principal lleva décadas en el imaginario: tienes que recurrir a alguna referencia para construir tu versión (a menos, claro, que te llames Christopher Nolan).

Webb tenía que deshacerse rápido de la lápida que le puso Raimi con la tercera entrega, así que se propuso limpiar la casa: un Parker menos soso, un nuevo romance, un antagonista diferente, un origen reinventado. Vamos, que hasta decidió cargarse el CGI tan amado por su predecesor para darle paso a tomas más realistas, dobles saltando de edificio en edificio y una cámara en primera persona.

Cuando la originalidad es una obligación, hay muchos riesgos en fallar. En el caso de The Amazing Spider-Man, es el inicio el que sufre más. La primera hora transcurre lenta, muy lenta. Es como leerse de nuevo el Génesis: manzanas más, serpientes menos, todos sabemos en qué termina. Sin embargo, una vez llegados al punto de quiebre (la muerte del Tío Ben, sin espóiler alguno), el relato adquiere velocidad. Si en el primer tercio, el guión marcha a paso forzado, después se vuelve vertiginoso y atractivo. Y llega el romance, la confrontación, el duelo heroico y el final apoteósico; hasta culminar en un epílogo que, sin ser demasiado empalagoso, nos deja con un buen sabor.

Webb nos presenta un Peter Parker más marginado por voluntad propia que por su torpeza social. Es, en términos en inglés, más cercano a un outcast que a un nerd. Andrew Garfield retrata un protagonista más atlético que la versión de Maguire (éste anda en patineta) y con una personalidad mucho menos bisoña. Es, por momentos, hasta arrogante; un lavado de cara que le viene muy bien a la cinta. Gwen Stacy, en la piel de Emma Stone, está mucho mejor dibujada que la rubia anecdótica de Spider-Man 3. Logra hacernos olvidar a Dunst como Mary Jane y aporta para que la cinta se mantenga en ese toque adolescente que tan bien le va a Webb (después de todo, él dirigió 500 days of Summer). Mantiene buena química con Garfield y da esperanzas para la secuela.

Es en el elenco de secundarios donde están los mayores aciertos y los peores fracasos. El sinsabor mayúsculo lo da el villano, con un Rhys Ifans que se entrega en la actuación, pero no alcanza a salirse de la caricatura. El problema con el Dr. Connors viene desde el guión, donde nunca se define la personalidad del antagonista, quien salta de redentor de la Humanidad a científico loco en un pestañeo. Ifans intenta conectar con Garfield, pero lo que se supone una relación profunda (tanto cuando son aliados como cuando se enfrentan) termina por no cuajar. Se extraña -sobre todo hacia el final- esa conexión que sí consiguieron Maguire y Molina (Parker/Octavius) en la segunda cinta.

Aún así, Webb compensa la carencia del villano con los roles complementarios. Al tío Ben lo desprende de su aura bonachona, convirtiéndole en una figura de autoridad moral que conecta más con el espectador (¿quién no ha tenido un familiar como él?). Con Ben, Webb también se carga las frases desgastadas sobre las responsabilidad y el poder y bla, bla, blá; para dar paso a un discurso más simple, pero más real. Quizá su muerte tiene menos drama que en la primera película de Raimi, pero me parece un personaje más sólido y verosímil. Con May ocurre algo similar: adiós a la viejecita endeble y frágil; aquí, la tía queda como el sostén moral de Parker y se proyecta como un personaje menos carismático pero que, en el conjunto, logra consolidar el ecosistema de relaciones de Peter.

Para mí, la revelación es el capitán Stacy. No tanto por la actuación de hombre duro de Denis Leary, sino porque Webb logra el conflicto más real de toda la película con él. El capitán no sólo es el jefe de policía de la ciudad, sino también el padre del amorío de Peter. En las dos facetas de Parker, Stacy representa el referente, la autoridad; y en ambas, él es el transgresor, el rebelde. Para mí, la escena de la cena con la familia de Gwen (la cual aparece en el tráiler) resulta fundamental: si Webb hizo bien en despojar al tío Ben de su parte moral, se anota un diez convirtiendo al capitán en el mentor involuntario de Spider-Man.

Si perdonamos el inicio lento y hacemos la vista gorda con el villano (sobre todo, cuando va cubierto de CGI), The Amazing Spider-Man es una cinta bastante pasable. Tuvo el incómodo problema de estrenarse después de The Avengers y antes de The Dark Knight Rises, pero aún así merece la oportunidad. Más, si la miramos como un lado b de una historia conocida por millones, como un experimento novedoso por contar por enésima vez la misma historia del chico de secundaria que lo mordió una araña. Ojalá la siguiente, con más holgura para la creatividad, podamos ver todo el potencial de este nuevo Hombre Araña.

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