En un verano en que todas las miradas están postradas sobre las películas previas a The Avengers --la ya estrenada Thor y la venidera Captain America: First Avenger-- llegó X-Men: First Class a las salas con menos cartel, menos alharaca publicitaria y menos expectativas. Quizá, al final, ése es su gran virtud: no haber hecho demasiado ruido. El resultado es un filme que se erige como el caballo negro de Marvel para este verano, una cinta disfrutable con un guión sólido pero muchos pecados técnicos.
Sin duda, lo más elogiable de la cinta es su diseño de personajes principales. El que se lleva la película es Michael Fassbender, con una excelente interpretación de Eric Lehnsherr (Magneto). Su presencia en pantalla es imponente, sensacional. A Fassbender le ha caído bien su trabajo previo en Inglorious Basterds para delinear a un antihéroe de personalidad magnética --valga el juego de palabras-- que cautiva por su poder en la pantalla. Michael nos entrega un protagonista motivado por el dolor, la pena, la rabia, un villano que, lejos de cegarse por el poder, ve su misión final como una responsabilidad histórica.
De otro lado, James McAvoy nos entrega un Charles Xavier humano, imperfecto pero carismático. Al igual que en el cómic, nos delinean a un personaje con tantas partes de sabiduría como de soberbia, como si el liderazgo no pudiera despegarse nunca de cierto dejo de megalomanía. Es manipulador, pero siempre ejerciendo este poder para hacer lo correcto. O mejor dicho, para hacer lo que él cree que es correcto.
Aunque McAvoy y Fassbender funcionan muy bien como personajes individuales, el verdadero éxito está en la combinación. Juntos --como complemento, como colega, como pares-- logran mantener el filme a flote sin ningún problema. A pesar de sus orígenes dispares, su amistad se forja por una visión común: los mutantes son el siguiente paso. Su relación fraternal es conmovedora, no porque nos haga soltar la lágrima fácil, sino porque nos remueve las entrañas en los momentos álgidos del filme.
De ahí en fuera, el filme se sostiene por tener uno de los guiones más sólidos que he visto en adaptación al cómic. La historia hace bien en sacrificar mucha de la acción por el suspenso, por la historia de espías, por el trasfondo político. Y hace bien, porque nos da un aire diferente, una sensación de tensión ligera que contribuye a la atmósfera. Mención aparte merece la caracterización de la época --ubicada en los años sesenta, en la crisis de los misiles en Cuba--, muy bien lograda por el departamento de arte.
Tampoco hay que perder de vista el arco narrativo entre Beast y Mystique, repleto de alegorías y metáforas sobre la autoaceptación, el peso de la sociedad, la discriminación y otros tópicos habituales. También ha sido un acierto incluir algo de romance en el filme, sin que éste se convierta en el hilo conductor. El trama es muy inteligente para saber acoplar estas situaciones sin que ninguna nos distraiga del punto central. En ese sentido, hay que reconocerle a Bryan Singer y a Sheldon Turner por escribir una historia tan atractiva.
Pero también tiene algunos puntos flacos. En la parte de la actuación, a mí me quedan a deber los villanos. Sebastian Shaw, a pesar de ser interpretado por Kevin Bacon, no logra superar esa impresión de estar viendo al mismo villano anárquico arquetípico. Aún así, es su relación con Fassbender la que lo ayuda a despegar, a dar sus mejores momentos. Salvo por el inicio, Shaw está lejos de ser el antagonista de peso. Lo mismo me pasa con Emma Frost, un personaje que es tratado con demasiada simpleza, como una simple femme fatale de grandes senos y poco cerebro. Un desperdicio. A mi parecer, es la adaptación que sale peor librada en todo el filme.
El gran traspié de X-Men: First Class está en los efectos especiales. Sí, una cinta no debe juzgarse sólo por este rubro, pero en el género de superhéroes es imperdonable que ni siquiera las pantallas azules estén bien realizadas. ¡Es básico! El pésimo uso de efectos me quita méritos y ensucia el trabajo colectivo. Ocurre algo similar con la edición, que si bien imita el estilo de la época (¡bien por ese detalle!), a momentos se siente irregular. El problema es que se trata de una película hecha al vapor, por lo que post-producción tuvo que sacar lo más con lo menos. Si le hubieran retrasado el estreno unos meses (¿diciembre, quizá?), entonces estaríamos ante una cinta cuya parte técnica sería digna de sus otras cualidades.
¿En síntesis? Véanla. X-Men: First Class es una agradable sorpresa en cartelera, que sin altas expectativas, consigue saciar nuestro gusto cinéfilo. Representa, además, un filme que apela a la profundidad de las relaciones humanas, a la complejidad de lo fraternal. Dicha mirada se agradece, sobre todo para inyectarle nueva vida a una franquicia que había perdido mucho con su última entrega. Mutant and proud, señores.