Muchos políticos --hablo del caso de México, pero creo que es una regla en muchos países-- están acostumbrados al aplauso fácil de sus fieles devotos. O peor aún, muchas veces se rodean de lisonjeros para elevarse el ánimo, obnubilándose a las críticas y reclamos. Son muchos medios convencionales (periódicos, programas de radio, revistas) que reciben un incentivo económico con tal de suavizar la pluma ante determinado personaje o hacerse de la vista gorda ante desfalcos, torpezas, irregularidades o incongruencias.

Sin embargo, la realidad no siempre es tan linda como el político cree. Uno de los lugares más inhóspitos para pregonar la política es Twitter. En general, muchas figuras públicas sufren al llegar al servicio de microblogging, pues se salvan las distancias y el público queda a un insulto de distancia. Sí, no es lo mismo que el asesor te lleve las cifras de aprobación mientras tomas tu café matutino a que te toque recibir de primera mano los reclamos y protestas. Pocos son los que aguantan, y aún menos los que entablan un diálogo fértil.*

La presencia en redes sociales está sumamente malentendida entre la clase política mexicana. Siguen pensando que se trata de números, de ver quién alcanza la cifra más alta de seguidores, aunque nunca se converse con ellos. Algunos recurren a la compra de followers en paquete; otros más creativos, adquieren alguna cuenta spammer* y le cambian el nombre. Lo importante es presumir la cifra y que los detractores vean que el político goza de apoyo popular.

Una de las prácticas más comunes es la creación de cuentas falsas. Mi colega Geraldine los ha bautizado como paradigitales, un eufemismo lindísimo que expresa el rol de estos patiños. Sirven como una especie de avanzada en las redes sociales, cuentas que sirven para alabar cada acción que hace el político, y por supuesto, para atacar a terceros. ¿Qué un periódico dijo algo malo de nuestro candidato? ¡Aviéntale una avalancha de tweets furiosos para que aprenda!

Estas cuentas, por supuesto, son manejadas por un puñado de personas que se dedican a simular reacciones, sembrar polémica y acolchonar el paso del político por las redes sociales. No, el personaje no se ensucia las manos en un debate: para eso están las cuentas apócrifas, para dejarse ir sobre los revoltosos. Twitter, más que una herramienta de comunicación, se ha convertido en un mecanismo de manipulación política. No en balde existe la sospecha de que una de las razones por la que #MarchaNacional no se convirtió en TT el domingo pasado fue que un montón de paradigitales se encargaron de promover otros temas para tapar la protesta.

Pero no entremos en hipótesis de conspiración. Al final, resulta tonto el uso de estas cuentas falsas. Quizá sirvan en su momento como perros de guardia, pero lo importante de Twitter no es el volumen, ni la cantidad, sino la influencia y la relevancia. El comentario de cuarenta o cincuenta cuentas apócrifas no tiene el mismo valor de un tweet de un usuario prominente, reconocido y con apoyo de sus seguidores. Y si se les cae el teatro, peor para los políticos, pues su imagen resulta más dañada. Así que mejor salgan de sus burbujas de cristal, platiquen con la gente --aunque les toquen regaños y quejas-- y tómenla en cuenta. Ganarán más.