No pocos medios han abierto hoy refiriéndose a Chernóbil en sus titulares. La Agencia de Seguridad Nuclear japonesa o NISA ha terminado admitiendo que el incidente nuclear a que se enfrenta el país ha elevado su categoría hasta el máximo de una escala de 7, lo que ha provocado las inevitables comparaciones con la catástrofe rusa.
La noticia estuvo precedida por dos notorios movimientos sísmicos: uno de 6.4 puntos en la provincia de Chiba y otro de 6.3 en los alrededores de la central nuclear. Nada apunta sin embargo a que haya tenido incidencia alguna en las instalaciones y por tanto en la decisión de incrementar el nivel de alerta.
Pero volviendo a Chernóbil, ha de precisarse que la situación es bien diferente. Puede que Fukushima y ésta sean las únicas en compartir numerador tras más de 25 años, pero la emisión de yodo radiactivo (decenas de miles de terabequerelios leemos en El País) aún supone tan sólo un 10% de la emisión registrada en Chernóbil.
No es una mera cuestión porcentual. La NISA ha negado rotundamente cualquier posible similitud entre ambos incidentes ya que no se han registrado víctimas por causa de la fuga radiactiva; porque se sigue trabajando para solucionar el problema y esencialmente porque no se ha producido explosión del reactor nuclear, tan sólo de los edificios de contención: "Los reactores están seguros" han asegurado los expertos.
Pese a todo las perspectivas no son muy optimistas. Tokyo Electric Power (TEPCO) la compañía encargada de gestionar Fukushima ha hecho pública su consternación por las fugas radiactivas, que reconoce no se han detenido por completo. Además, expertos de la NRC han recomendado que el área de exclusión se amplíe hasta los 80 kilómetros.
Toda preocupación es poca, en efecto, pero aún queda bastante hasta que podamos hablar de Chernóbil y Fukushima en términos equiparables.