Tony Stark. Reed Richards. Black Bolt. Dr. Strange. Cuatro de las más grandes mentes del universo Marvel forman parte de los Illuminati, una sociedad secreta que busca protegernos de todo peligro. En una de sus reuniones, estas cuatro lumbreras tienen una gran idea: enviar a Hulk al espacio. Después de que el coloso verde casi destruye la mitad de Las Vegas en un arranque de furia, Richards decide construir una nave para mandar a Hulk a un planeta tranquilo y apacible, donde su ira no afecte a nadie. Por desgracia, algo sale mal y el gigantón termina en Sakaar, un mundo bélico. Menuda metida de pata.
Por supuesto, Hulk es imparable y termina por salvar dicho mundo, derrocar a su tirano y quedarse con la chica. ¿Final feliz? Para nada. Una explosión súbita asesina a una buena parte de la población; entre ellos, a su amada y a su hijo. La detonación proviene de la nave de Richards. Enfurecido. Hulk decide declararle la guerra a los cuatro que lo exiliaron de la Tierra. Ups. Lo que parecía una idea genial en su momento, ahora es una sentencia de muerte.
Uno a uno, los héroes sufren la venganza de Hulk. El primero en caer es Black Bolt, quien a la postre, resulta ser un skrull infiltrado en el grupo. En Manhattan, se confronta con los otros tres, a quienes derrota con relativa facilidad. A Tony Stark le destruye una armadura reforzada, a Reed Richards lo estira casi al grado de rasgarse y a Dr. Strange le rompe las manos para que no pueda invocar magia. Inconforme con la derrota de los héroes, abre un Coliseo a la mitad de Nueva York, donde ellos deberán asesinarse entre sí.
En la miniserie central de World War Hulk --complementada en un crossover con otros títulos como X-Men o Ghost Rider-- Greg Pek nos entrega una historia trepidante sobre la delgada línea entre la venganza y la justicia. Sí, Hulk es categórico con su castigo, pero no le motiva la ira pura, sino un deseo de que los héroes paguen su deuda con los no correspondidos. Particularmente sobrecogedora resulta la secuencia en la que los habitantes de Nueva York leen, frente al patíbulo de los héroes, sobre todas las muertes accidentales que han causado. Son demasiados fantasmas sobre sus hombros.
Incluso, en su afán por detener a Hulk, **Dr. Strange invoca al espíritu del demonio Zarathos Zom, quien lo posee en batalla. Aunque termina por ser derrotado, Strange se percata que ha sido un error recurrir a la entidad, la cual ha quedado libre tras su caída. Hulk, desde esa perspectiva, actúa como una justicia divina, como un revés kármico en el que toda acción de un superhéroe tendrá una consecuencia de proporciones monstruosas.
Al final, es Sentry quien entra al quite, en un duelo memorable entre dos fuerzas incalculables. En una confrontación tan pareja, es el factor humano el que decide al ganador**. Hulk gana pero no gana. Descubre que todo se ha tratado de una treta, de un engaño. Entonces, el hombre dentro del monstruo debe luchar contra sí mismo, fraguando su propia derrota para asegurarse la victoria. El final, apoteósico, nos demuestra lo difícil que es ganar la guerra cuando el enemigo está en la casa.