El budismo es mucho más que una religión y cuando ese señor del que se habla tanto, Siddhartha Gautama hablaba en los montes, lo menos que tenía en mente era fundar una religión o ser considerado un dios: es más, como dice Dzogchen Ponlop Rinpoche, "él buscaba la verdad y sólo la encontró después de abandonar las prácticas religiosas, cuando comenzó a dejar la religión detrás". El budismo, al igual que el taoismo original, era una especie de sistema filosófico que buscaba encontrar la verdad, una manera de superar el sufrimiento. Y en el proceso, el budismo tomó un término existente en las distintas religiones y mitologías indúes: Maya, la ilusión. Decir que el mundo en el que vivimos no es más que una ilusión puede parecer un cliché hoy en día, pero la idea tiene una profundidad verdaderamente hermosa. Además, lejos de plantear la existencia de un mundo "más allá" que sí es real, lo único que postula el budismo es la existencia del Nirvana, un estado de vacuidad y paz que también es ilusión.

A lo largo del tiempo, esta idea filosófica se ha venido repitiendo en numerosas ocasiones, por ejemplo de la mano de Robert Anton Wilson y sus "túneles de realidad" inspirados en la famosa frase del padre de la semántica Alfred Korzybski: "el mapa no es el territorio". Es decir, lo que percibimos no es más que nuestra interpretación de la realidad, producto de nuestra actividad neuronal y cómo el cerebro interpreta la información que recibe del mundo, por lo que no hay una realidad sino múltiples realidades. Luego vino el sociólogo francés Jean Baudrillard con sus conceptos de hiperrealidad y simulación tomado por el mayor ejemplo de la teoría de maya en nuestra cultura pop postmoderna: Matrix, peli que no creo que haga falta que recuerde y explique en qué se relaciona con el resto del post. Aunque siendo franco, la cuestión de si el mundo es real o no nos puede retrotraer a un simple diálogo platónico.

¿Pero qué tiene que ver todo esto con la ciencia? En la década del 50, los físicos David Bohm y Karl Pribram postularon la idea de que usando estructuras holográficas podríamos obtener un mejor conocimiento de la conciencia humana y del universo, partiendo de que todos los organismos son hologramas embebidos en un universo holográfico. Dejando de lado el interesantísimo concepto del Universo como un holograma y de todos como parte de él y del trasfondo científico de las investigaciones, las lecturas de Bohm y compañía están en la delgada línea roja que separa algunas investigaciones científicas de mediados del siglo pasado con la emergente cultura new age. Por lo tanto, a veces (en los textos de divulgación, por lo menos) están más cerca de modernas interpretaciones del budismo que de Gabor. El físico húngaro Dennis Gabor fue el inventor de la holografía, técnica que consiste en crear imágenes tridimensionales. Y en cierto sentido, un holograma no es más que una ilusión, maya.

Pues bien, en el Fermilab (la némesis del CERN) tienen pensado realizar un estudio bastante interesante. Están construyendo nada más y nada menos un holómetro, un gran dispositivo que nos permitiría conocer, de una vez por todas, si Buda y tantos otros tenían razón, si el universo no es más que una ilusión. La verdadera idea del universo como un holograma, que no expliqué al hablar sobre los orígenes de la teoría, es que la tercera dimensión no existe y, por lo tanto, el universo 3D que percibimos cotidianamente es una ilusión. ¿El origen de esta ilusión? La interacción del tiempo con la profundidad, generando una falsa tercera dimensión que no puede ser percibida como tal ya que nada viaja más rápido que la velocidad de la luz y por lo que ningún instrumento puede percibir sus límites (de paso, entonces, estarían dando una respuesta curiosa a la pregunta sobre si el Universo es infinito). Plantean que el espacio-tiempo parece completamente claro, pero se pixela a medida que vamos haciendo zoom, como un jpeg de baja resolución.

Si tenemos en cuenta el constante asombro que nos genera ver imágenes de enorme belleza tanto de galaxias y supernovas como de paisajes (tanto naturales como artificiales), al igual que la conformación de las estructuras de los compuestos químicos y aún una buena peli en el cine o el sabor de un rico café, la comparación de nuestro mundo con una imagen de baja resolución puede llegar a parecernos un insulto personal. Técnicamente, el objetivo del holómetro es magnificar el espacio-tiempo para ver si posee tanto ruido como es sugerido por la matemática. Compuesto por un interferómetro poco común, lo que hará este será medir la interferencia en el propio espaciotiempo. Clarísimo, ¿no?

Cuando el año próximo en Fermilab comiencen a obtener los primeros resultados, podrían estar brindando una respuesta a esa incógnita fundamental sobre la naturaleza del universo y no podemos decir que no fuimos advertidos: pero tendremos nuevamente, entonces, la posibilidad de elegir: ¿tomaremos la pastilla roja o la azul?

Vía: PopSci