Las comparaciones son inevitables. Desde que Futurama vio la luz en 1999 (¡parece que fue ayer!), fue imposible no contrastar el nuevo experimento de Matt Groening con su obra maestra. Y es que llenar los zapatos de Los Simpson es imposible. Más de dos décadas en nuestras pantallas, en nuestras mentes, en nuestro inconsciente colectivo. La herencia de la familia amarilla es impresionante. Allá, en 1999, el éxito de la familia Simpson era apabullante, una aplanadora que terminó por destruir al intento futurista de Groening. Ahora, diez años después, las cosas son un poco diferentes.

Advierto desde este momento que no hago una comparación histórica. Imposible que alguna serie compita en aportes socioculturales con los Simpson. Lo que sí es que, hoy por hoy, Futurama parece tomar la estafeta de un programa que alguna vez fue una crítica ácida, un escrutinio desenfadado de la sociedad norteamericana (y en buena medida, de la cultura occidental). Atrás quedaron los episodios épicos de los Simpson en los que el texto subyacente nos invitaba a pensar, a reflexionar, a vernos reflejados. Con el paso del tiempo, la serie se fue deslavando, conviertiéndose más y más en un chiste fácil. No hay que darle vueltas: los Simpson son hoy una caricatura de los Simpson.

He tenido la oportunidad de ver nuevamente todos los episodios de la sexta temporada de Futurama, gracias a un pequeño maratón que organizó mi compañero de casa ayer por la noche. Más allá de la hilaridad, en Futurama se percibe la esencia original de la primera serie de Groening, corregida y aumentada. Ya comentamos en este espacio sobre la fabulosa entrega de "The Attack of the Killer App". A mí es que me ha dejado sin aliento es "Proposition Infinity", en el que se toca el tema del matrimonio robosexual en una clarísima alusión a la Proposición 8. Mientras que los Simpsons se han convertido en una irrefrenable secuencia de cameos de artistas, Futurama apuesta por la parodia, la ironía y la ridiculización. El futuro es el pretexto para reírnos de nuestro presente.

Ha sido una cuestión de coyuntura. Hace una década, era imposible quitarle el trono a Los Simpson. Ahora, a fuerza de buenos momentos, nos quedan en la mente los episodios clásicos, los insuperables. Pero hablemos del hoy: en este momento, el hijo pródigo de Groening es superior por una simple razón: regresar a lo básico. Regresar a tocarnos las fibras sensibles a través de la sátira, del gag, de la broma elaborada, de la referencia oculta. Esa crítica, la que aparece disfrazada, tácita, usando el absurdo como un recurso para replantearnos nuestro comportamiento, es lo que se agradece.

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