El debate del escalón de la pirámide de Maslow que ocupa a día de hoy, en el mundo occidental, el smartphone ha terminado por difuminar los límites entre las necesidades reales y el puro capricho de la etapa más alta. No obstante, con la comoditización del smartphone y por extensión, la estandarización de lo que se considera medio para cubrir la necesidad del smartphone y de la conexión total, ha generado un nuevo debate en torno a la parte que ocupa el smartphone de gama alta en la misma pirámide: mismo producto en los años posteriores a su nacimiento vs en día a día actual.
La reducción del ASP (precio medio de venta) del mercado de telefonía en su conjunto, la caída de los costes de producción por un lado y la guerra de precios entre los fabricantes de medios por otro, ha generado una situación en la que, sobre el papel, un terminal de gama media satisface, en términos de necesidades y status, las mismas cuestiones que lo hace un teléfono de gama alta. Es más, si utilizamos el mismo paralelismo para un terminal de gama alta de 2016 vs el mismo terminal justo antes de cumplir su ciclo de renovación por el fabricante, escalón que ocupa en la mencionada pirámide varía considerablemente.
Todo esto está determinado (también) por la imagen de marca y por el nivel de satisfacción de los peldaños más bajos de Maslow. Lógicamente un consumidor que no tiene satisfechas las necesidades básicas de seguridad no busca la autorrealización con un smartphone, por mucho que la percepción del mercado español nos dé a entender que la media del consumidor está dispuesto a hipotecarse por un iPhone sin tener la seguridad que vaya a poder pagarlo.
De nuevo seguridad vs autorrealización, teniendo claro que estamos hablando de la gama alta, y eso en pleno 2016 no representa la satisfacción de las necesidades básicas de comunicación, va mucho más allá. A día de hoy un terminal de gama alta representa principalmente la satisfacción de las necesidades de afiliación, pertenencia y autorrealización.
Es un comportamiento curioso porque este movimiento solo sucede, en términos generales, con dos terminales y dos marcas: Samsung y Apple. La gama alta es, para el consumidor medianamente informado, la dos únicas que se consideran de facto gama alta. El resto, por mucho que por especificaciones y precio superen a los anteriores, no ocupan la misma posición en la cadena alimenticia.
La razón detrás de este comportamiento anómalo de mercado (que es extensible a algunas fabricantes de coches determinados) tiene que ver sobre lo que mencionábamos antes de la necesidades: a igualdad de condiciones, las que representan reconocimiento o estatus son percibidas con mayor utilidad por el público. Nadie compra un Zetta Xiaomi buscando satisfacer sus necesidades de autorrealización, e incluso, subiendo un precio, un LG de gama alta por especificaciones. Además entre Samsung y Apple también hay diferencias de estatus. En términos de afiliación, la gama alta de Samsung está un peldaño por debajo de la de Apple, al menos en occidente.
Eso lo sabe perfectamente Apple, pues si uno se para a mirar el último anuncio del iPhone, la compañía apela precisamente a eso: superación (Watch + Salud), autorrealización y creatividad (Photos), pertenencia y afiliación (iMensaje)... y así podríamos seguir con todas las posibilidad del terminal. Hay que estar muy arriba, desde el punto de vista del usuario, en la pirámide de Maslow para apelar con un producto a esas necesidades o, dicho de otro modo: Apple da por supuesto que el público objetivo de su terminal tiene las necesidades básicas y complementarias sobradamente satisfechas.
Todo ello nos lleva a una encrucijada: dar o no por bueno que un producto tenga su propia pirámide de Maslow de necesidades, de la que se generan complementarias, cuando todas las demás necesidades están sobradamente cubiertas. Aquí encaja el ejemplo que ponía anteriormente sobre las diferencias entre la percepción de un terminal durante el período en el que se presenta su sucesor y este sale a la venta: cambia diametralmente. Durante ese período, el iPhone pasa a suplir necesidades más mundanas, no tanto como las puramente básicas, pero pierde parte de ese halo de autorrealización y sentimiento de pertenencia que genera cuando es el más novedoso en el mercado.
El iPhone, por tanto, más que cualquier otro producto de Apple (e incluso que el Watch), se coloca en lo más alto de la jerarquía de las necesidades. Es a la vez el menos fundamental y el producto más deseable. El asunto aquí reside en que tanto Apple como Samsung (por seguir con los dos ejemplos que generan un halo de primer escalafón) han creado productos que en sí mismo generan sus propios niveles de Maslow y rellenan los huecos con servicios que cubren cada una de esas de nuevas necesidades.
Una suerte de Maslow inflacionario en el que cada año el nuevo escalón de la pirámide desplaza al anterior. Es el iPhone, porque en unos pocos años, hemos pasado de envío de SMS a vídeo en directo. Lo anterior no sirve, no genera la sensación de autorrealización que Maslow consideraba fundamental para alcanzar la plenitud.
Cuando pensamos en los escalones bajos de la pirámide, como la seguridad, nuestra casa o las necesidades fisiológicas, hay multitud de variables que afectan al lugar en el que vivimos, a cómo vivimos, y a si nos sentimos seguros o no. Un iPhone, sin duda, no es capaz de cambiar por sí solo nuestra casa, nuestra alimentación o darnos mayor sensación de seguridad, pero puede influir en esas variables: forzarnos a hacer mayor ejercicio, a alimentarnos mejor... facilitarnos enormemente la vida por encima de otras alternativas de mercado (e independientemente de las variables que influyan en esto último).
Llegados a este punto puede ser un buen momento para preguntarnos si, un dispositivo de este tipo, que de facto satisface algunas de las necesidades básicas o ayuda a que sean satisfechas, puede seguir estando en la escala más alta de la pirámide.