De sobra conocemos esa declaración según la cual, si es triste pedir limosna, más triste es robar. Pero ¿qué ocurre cuando la situación llega a un límite en que la única alternativa que queda es el hurto de alimentos para dar de comer a la familia de uno y a sí mismo? ¿Alguien puede pensar que, por pura honradez y en tal extremo, lo preferible es que se mueran de hambre para no infringir la ley ni tomar lo que a uno no le pertenece? Pues los jueces de la Corte de Casación italiana y el policía estadounidense William Stacy opinan lo contrario.
Roman Ostriakov y los reos del hambre
Hace unas semanas supimos que esta institución judicial, equivalente al Tribunal Supremo español, había absuelto al indigente Roman Ostriakov por intentar robar comida en un supermercado de Génova en 2011. Entonces había sido detenido por el vigilante jurado antes de que tuviese oportunidad de salir del supermercado, después de que un cliente avisara de que había visto cómo Ostriakov metía queso y salchichas en sus bolsillos, valorados en 4,07 euros. Por tan ridículo importe le habían condenado en 2015 a medio año de cárcel y el pago de cien euros de multa.La Corte de Casación italiana ha determinado que robar comida por necesidad no constituye un delito porque, en tales circunstancias, no puede ser punible
Curiosamente, la Fiscalía recurrió la sentencia al considerar que el delito de Ostriakov no había sido el hurto sino el intento de hurto, pues no había logrado llevarse la comida del supermercado. Y la sorpresa llegó cuando los magistrados de la Corte resolvieron que “la condición del imputado y las circunstancias en las que se produjo el hurto de la mercancía demuestran que él se apropió de esa pequeña cantidad de alimento para afrontar la inmediata e imprescindible exigencia de alimentarse, actuando por lo tanto en estado de necesidad”, y que este hecho no constituye un delito porque, en tales circunstancias, lo que hizo Ostriakov no es punible.
El diario La Stampa lo resumió con que la Corte había dejado claro que el derecho a la supervivencia prevalece sobre el de propiedad, lo cual es digno de celebración para Carlo Rienzi, presidente de la asociación de consumidores italiana Codacons, quien apuntó que “en estos casos, el delito no es cometido por el ladrón sino por el Estado, que abandona a los más débiles a su destino, llevándoles a cumplir gestos como el robo de alimentos”. Y uno recuerda lo que escribió el británico Oscar Wilde sobre que “el objetivo adecuado es tratar de reconstruir la sociedad sobre una base tal que la pobreza resulte imposible”.
**La sentencia italiana no sería moco de pavo si se extendiese por el mundo. Sólo en México DF, por ejemplo, había unas 6.000 personas encarceladas en febrero de 2014 por robar comida según Olivia Garza, la presidenta de la Comisión Especial de Reclusorios, quien reconocía de todas formas que no cuentan con una estadística clara de cuántas personas están en prisión por el delito de robo famélico, es decir, qué número de ellas componen a los que se conoce como los reos del hambre**.
Por ejemplo, una madre soltera desesperada que había intentado sustraer comida en un Walmart de Azcapotzalco en julio de 2013 para que sus hijos pequeños pudiesen desayunar, a la que el Ministerio Público absurdamente pedía 27.000 pesos de fianza, que por supuesto no tenía, para poder librarse de los seis meses de prisión a los que la condenaron. Si hubiese dependido de la Corte de Casación italiana, esta mujer, ladrona a causa de la necesidad y con dos niños a su cargo, no habría pisado la cárcel por ello.
Lo que hicieron el chef Arnold Abbott y el policía William Stacy
Mientras tanto, con el desperdicio global de alimentos por las nubes, la crisis económica mundial ha aumentado el número de personas que rebuscan en la basura buscando algo que llevarse a la boca, práctica que se persigue en ciudades españolas como Madrid, Córdoba o Sevilla con multas de hasta 750 euros, y ni Cáritas ni los Bancos de Alimentos tienen para mantener a todos. **La criminalización de la pobreza se extiende**: desde otras localidades de España como Valladolid y Canet d’En Berenguer, pasando por las nigerianas Kano, Lagos y Abuja, y hasta el distrito londinense de Hackney, se multa sin ningún sentido a los indigentes por pedir dinero en las calles.No sólo se criminaliza a los que buscan qué comer en la basura y a los mendigos, sino también a aquellos que tratan de ofrecerles su ayuda
Pero no sólo se ha criminalizado a los menesterosos, sino también a aquellos que tratan de ofrecerles su ayuda: un chef nonagenario de la ciudad de Fort Lauderdale, en Estados Unidos, llamado Arnold Abbott lleva desde 2006 alimentando de manera gratuita a los necesitados que acuden a su puesto callejero cada miércoles, y en 2014, la Alcaldía ilegalizó actividades como la suya con la correspondiente ordenanza, la cual prohíbe distribuir comida a una distancia menor de 152 metros de cualquier zona residencial y sin instalar un baño portátil, suponemos que porque una aglomeración de pobres queda fea a la vista de tan distinguidos residentes y, según Abbott, porque el propósito es echar a los indigentes de allí para que no espanten el turismo de playa.
“El problema es que a las autoridades de la ciudad les falta una pequeña cosa de su personalidad, y esa cosa se llama compasión”, comentó Abbott a la BBC después de recibir varias citaciones judiciales que le amenazaban con multarle con 500 dólares por cada infracción y hasta meterle en la cárcel durante sesenta días. El anciano, un veterano de la Segunda Guerra Mundial y fundador de la organización activista Love Thy Neighbor, al que su difunta esposa Maureen apodaba Don Quijote por razones obvias, ya había creado años atrás una escuela culinaria para adiestrar a los menesterosas y ofrecerles más oportunidades de encontrar trabajo, algunos de los cuales, según él, se dedican ahora a cocinar en distintos restaurantes a lo largo de Estados Unidos e incluso de Europa.
Y en noviembre de 2014 detuvieron a Abbott: “Suelte ese plato ahora mismo”, le ordenó uno de los policías que procedió al arresto. Tras lo cual, el grupo hacktivista Anonymous derribó la página web oficial de la ciudad e interfirió en el correo electrónico de su Gobierno, instando al Alcalde, Jack Seiler, a que levantara tan insolidaria ordenanza. Pero fue un juez de Florida quien la dejó sin efecto a principios de diciembre, para regocijo de los activistas y de la opinión pública, que está con Abbott.Al menos 32 localidades de EE.UU. han prohibido o restringido el reparto de comida gratuita a indigentes o pretenden hacerlo pronto
Pero la Alcaldía de Fort Lauderdale no es la única con la carencia que señala el anciano chef porque, según la Coalición Nacional para los Mendigos, al menos otras treinta y una del país han prohibido o restringido el reparto de comida gratuita o pretenden hacerlo pronto. Qué gran contraste la de estos legisladores con la decisión que tomó poco después William Stacy, oficial de policía de la localidad de Tarrant, en Alabama, cuando una tienda de ultramarinos denunció que una mujer, a la que tenían retenida, acababa de intentar robar allí unos cuantos huevos.
Esta mujer se llamaba Helen Johnson, y tenía a su cargo en diciembre de 2014 a sus dos hijas, a una sobrina y a dos nietos, todavía bebés. La madre de los niños no había recibido el cheque de 120 dólares que recibía mensualmente, perdido entre el correo, ni ella el correspondiente, y cuando llevaban dos días sin comida en casa, Johnson marchó a la tienda con 1,25 dólares y, al darse cuenta de que le faltaban centavos para comprar los huevos, intentó robarlos, pero se rompieron en su bolso y los encargados de la tienda la pillaron.
Pero Stacy, no sólo no la detuvo, sino que le informó de que no presentarían cargos, le compró la comida y se la dio en el estacionamiento de vehículos, donde ella aguardaba. Otro comprador, al tanto del incidente, grabó el momento en que Johnson abrazaba al policía y subió el vídeo a Facebook, donde contó la historia y se volvió viral. Y una semana más tarde, el mismo Stacy fue a casa de la mujer, quien pensó que, después de todo, sí sería arrestada. Sin embargo, la llevó a la comisaría para que viese la cantidad de alimentos para varias semanas y de ropa que había llegado de todas partes para su familia, con la que abarrotaron dos camionetas policiales y se la transportaron hasta su casa.
Pero no nos equivoquemos: conocer estas historias, la de Roman Ostriakov y los magistrados de la Corte de Casación italiana, la de Arnold Abbott y la Alcaldía de Fort Lauderdale y la de Helen Johnson y William Stacy, no debe servir para quedarnos en las simples anécdotas y regocijarnos por la calidad humana que a veces se halla en el mundo, sino para ser conscientes de que, como sociedad, tenemos un gran problema que requiere ser solucionado cuanto antes, y que deberíamos hacer caso a Oscar Wilde y procurar construir un sistema en que el hecho de la pobreza sea tan difícil que resulte completamente inadmisible.