homosexualidad

Guillaume Paumier (Flickr)

Hoy en muchas ciudades del mundo se celebra el día del Orgullo LGTB, que recuerda los conocidos como disturbios de Stonewall, en Estados Unidos, que marcarían el inicio de las reivindicaciones de este colectivo. Desde un punto de vista científico, siempre ha habido acaloradas discusiones sobre si existía o no el famoso gen de la homosexualidad.

Hoy en ALT1040 os contamos qué sabemos sobre la orientación sexual desde un punto de vista científico. ¿Es un factor genético u hormonal el que determina que alguien sea gay, lesbiana o bisexual? ¿Influyen determinadas condiciones ambientales? ¿Somos libres para decidir qué sexo nos atrae?

Las cuestiones que nos planteamos son, sin duda, polémicas. Pero no tanto porque la ciencia no desee indagar en ellas, igual que en cualquier otro tema que pueda resultar de interés. Más bien, porque ante la pregunta sobre si existe el gen de la homosexualidad, deberíamos plantearnos también la contraria: ¿existe un condicionante para ser heterosexual? Quizás evitaríamos en parte la polémica inicial si simplemente tratáramos de averiguar si la orientación sexual como tal está o no condicionada de alguna manera a nivel fisiológico.

¿La orientación sexual nace o se hace?

Uno de los debates más encendidos en torno a la orientación sexual se basa en si la orientación sexual nace o se hace. ¿Estamos condicionados, o por contra tenemos la libertad de elegir quién nos atrae? Lo resume bien Pere Estupinyà en su libro "S=EX2, la ciencia del sexo", en el que dice:

Investigar el origen de la homosexualidad tiene un punto intrascendente a nivel práctico, [...], pero nos ofrece un muy buen ejemplo sobre el eterno debate filosófico y científico entre el peso de los determinantes biológicos y la socialización en el desarrollo del comportamiento humano

Partiendo de esta premisa, podríamos pensar que el eterno debate de nature vs. nurture no es más que una cuestión para marear la perdiz, como se suele decir. En otras palabras, es posible asumir que los condicionantes biológicos no son excluyentes del entorno, y que en cada caso, unos factores u otros tendrán más o menos peso.

La visión más biologicista de la orientación sexual asume que, debido a la selección natural, 'tendemos a buscar' una pareja con la que reproducirnos, y que esa atracción sexual vendría mediada por una serie de piezas biológicas, entre las que encontraríamos algunos genes u hormonas. Sin embargo, el propio Estupinyà cuenta en su libro que se han observado comportamientos homosexuales y/o bisexuales en más de mil quinientas especies. ¿Qué es entonces lo que no es natural? ¿La homosexualidad o la homofobia?

Aunque la orientación sexual no puede ser comparada al 100% entre especies animales y los seres humanos, sí que es cierto que en la naturaleza existe una gran diversidad de contactos sexuales. Una vez dicho esto, y analizando la orientación sexual desde un punto de vista puramente biologicista, ¿existe el gen de la homosexualidad? ¿Son las hormonas las que condicionan nuestra atracción? ¿O ninguna de estas preguntas es cierta?

La genética de la orientación sexual

Algunos estudios publicados durante la década de los noventa afirmaban que existía una cierta predisposición genética en torno a la homosexualidad masculina. En particular, se sugirió que polimorfismos en el gen Xq28 podian relacionarse con la homosexualidad en varones.

Sin embargo, la evidencia científica posterior sugirió que esta hipótesis no era cierta. No existía un gen de la homosexualidad, como confirmaron análisis publicados en la prestigiosa revista Science. Y es que de haberlo habido, la discusión y el debate hubieran sido más complejos.

¿Podría ser patentada su secuencia genética? Incluso entre comunidades radicales, recordando las famosas prácticas aberrantes de la eugenesia, se podría haber valorado la opción de 'disminuir' el número de personas portadoras del gen de la homosexualidad. Naturalmente, el debate estaba totalmente latente. Y la existencia de un gen candidato a condicionar la predisposición sexual, podría acarrear problemas en cuanto al ejercicio de nuestros derechos y libertades más fundamentales como personas.

Hoy sabemos que no existe, o al menos se desconoce, que haya un gen que nos haga ser heterosexuales u homosexuales, presentar atracción por ambos sexos o no tener deseo sexual. ¿Pero qué ocurre con el epigenoma? Aunque a día de hoy no hay estudios suficientemente fuertes y contrastados como para hablar de que la orientación sexual viene mediada por el epigenoma, lo cierto es que existen hipótesis que apuntan, desde una perspectiva puramente biologicista, que deberíamos indagar en esa dirección.

El año pasado, de hecho, se publicó un trabajo en la revista The Quarterly Review of Biology, en el que se hablaba de que más que fijarnos en los polimorfismos genéticos, la orientación sexual podría venir determinada por las marcas epigenéticas. Para entender qué es el epigenoma, podemos desviarnos un poco de nuestro post de hoy, y escuchar este monólogo del concurso FameLab, en el que se explica muy bien qué entendemos por epigenética:

YouTube video

¿Tienen relación las hormonas en nuestra orientación sexual?

Otra de las hipótesis científicas que existen acerca de qué condiciona nuestra atracción sexual es la que propone el papel central de las hormonas. Si seguimos con la argumentación de Estupinyà, hasta la sexta semana el óvulo fecundado no empieza a desarrollarse con un sexo definido. En otras palabras, durante las seis semanas previas, el óvulo fecundado se divide sin un sexo determinado como tal.

En el caso de que el feto tenga cromosoma Y, a partir de ese período se desarrollarán los testículos, que comenzarán a generar testosterona, que alcanza su concentración máxima entre la duodécima y la decimocuarta semana. Será en ese tiempo cuando también se desarrolle el cerebro que, dependiendo de los niveles de esta hormona sexual, se masculinizará más o menos.

En esta revisión publicada en la revista Endocrinology en 2011, sí se habla de que existen regiones del cerebro diferentes dependiendo de si analizamos a un hombre o una mujer. A pesar de ello, no se ha demostrado aún la influencia directa de las hormonas sobre la masculinización y/o feminización de esas partes cerebrales.

A pesar de la complejidad del tema que tratamos hoy, Estupinyà en su libro recoge una curiosidad bastante particular. El ratio 2D:4D, es decir, aquel que mide la diferencia entre el dedo índice y el anular, disminuye conforme aumenta la exposición a testosterona durante el embarazo. Aunque el divulgador hace hincapié en que existe una diversidad de estudios sobre esta anécdota, uno de los últimos metaanálisis publicados sugiere que sí existen diferencias entre mujeres homosexuales y heterosexuales. La relación de este ratio, la exposición a testosterona y la homosexualidad masculina no está tan clara.

Pero como hemos ido comentando a lo largo de este post, la orientación sexual, igual que otros rasgos de nuestro comportamiento y conducta, es demasiado compleja como para ser analizada únicamente desde una perspectiva biologicista.

En ese sentido, el artículo de Endocrinology que comentábamos antes hace hincapié en lo difícil que resulta asumir únicamente la teoría hormonal como factor crítico en la determinación de nuestra orientación sexual. Tan complicado es que, hasta el momento, solo contamos con estudios observacionales que hablan de diferencias estructuras entre personas homosexuales y heterosexuales, en regiones como el área INAH3 del cerebro. Sin embargo, esta zona no aparece vinculada con el nivel hormonal en la época adulta, por lo que no podemos establecer una relación directa causa - efecto.

Como conclusión, hasta el momento podemos decir que los estudios científicos existentes hasta el momento apuntan a que existen algunos determinantes biológicos que influyen en nuestra orientación sexual. Esto no significa, por una parte, que exista un gen de la homosexualidad o que las hormonas sean las responsables únicas de nuestra condición sexual.

No debemos entender solo la orientación sexual como una faceta compleja de nuestro comportamiento, sino también como un tema muy influenciado por nuestra cultura y el ambiente en el que desarrollamos nuestra vida. Valga recordar la escala de Kinsey, en la que se apunta que no existen poblaciones homogéneas de heterosexuales y homosexuales, sino más bien una gran variedad de matices en cuanto a nuestro comportamiento sexual.

No existirían, por tanto, blancos y negros en cuanto a nuestra orientación, sino más bien una diferente gama de grises, difíciles de estudiar desde la biología, que además se ven influenciados por parámetros sociales y culturales. Sea como sea, lo cierto es que nuestra orientación sexual, esté marcada o no por factores biológicos, es un rasgo más de nuestra personalidad y como tal ha de ser respetado y defendido en cuanto a su diversidad.

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