En varias de las primeras secuencias de Nueve días, disponible en Apple TV+, la cámara atraviesa lo que parece un desierto interminable. En el centro se levanta una vieja cabaña de tablas. No hay otra cosa que señale la presencia humana o su posibilidad. 

Gradualmente, la historia dejará claro que ese lugar, sin edad, que podría pertenecer a cualquier época y cultura, representa todas las cosas. El futuro que se decide en su interior, el pasado que se reflexiona con cuidado. El presente, suspendido entre ambas cosas. Dao muestra la muerte como un espacio silencioso en que se resolverá lo que ocurre una vez que el mundo físico queda atrás.

Se trata de una aproximación a la muerte poco común. El director no quiere asombrar, tampoco aterrorizar. Solo relatar que el país de los fallecidos es una memoria en formación. Un sitio que trasciende lo conocido y en el que lo único real es el recuerdo. Un concepto abstracto que Nueve días hilvana con delicadeza hasta lograr que sea claro. Uno de los elementos más sorprendentes del largometraje es su capacidad para conmover con poco. Lo sobrenatural, desligado como está de lo humano, se enlaza con un sentido del bien infinito que emociona.

Nueve días

Nueve días, de Edson Oda, es una aproximación a la muerte poco común. El realizador no quiere asombrar, tampoco aterrorizar. Desea dejar claro que el país de los fallecidos es una memoria en formación. Un concepto abstracto que se hilvana con delicadeza hasta lograr que sea claro. Uno de los puntos más sorprendentes del largometraje es su capacidad para conmover con poco. Lo sobrenatural, desligado como está de lo humano, se enlaza con un sentido del bien infinito que emociona. Will (Winston Duke) y Kyo (Benedict Wong) deben tomar una decisión incuestionable, que marcará el destino de una vida humana. Entre ambos, y por razones por completo subjetivas, determinarán quién puede volver al mundo y vivir otra vez.

Puntuación: 4 de 5.

La muerte como búsqueda de la historia personal

Pero, a la vez, con la percepción del individuo —el que existió y murió— como una entidad atada a su historia. Es entonces cuando Will (Winston Duke) y Kyo (Benedict Wong) deben tomar una decisión incuestionable que marcará un destino incierto. Entre ambos, y por razones por completos subjetivas, determinarán quién puede volver al mundo y vivir otra vez.

Para un hecho de semejante envergadura, ambos recurren a un método antiguo: escuchar y mirar, para después reflexionar. La premisa de Nueve días pudiera parecer simple, incluso ingenua. En el mejor de los casos, profundamente espiritual. Pero no lo es. A medida que avanza, demuestra que, de hecho, tiene una singular complejidad.

Nueve días y la decisión de volver a vivir

El argumento de Nueve días hace mucho más énfasis en la idea práctica de que cada suceso que se vive lleva a un objetivo. ¿Uno predestinado? Nada es muy claro en este largometraje que encuentra sus mejores momentos en las escenas contemplativas. Lo que ocurre después de fallecer no es una incógnita. Se profundiza como un recorrido a través de las lecciones aprendidas de los que abandonaron el mundo. Una última prueba acerca de las motivaciones, reflexiones y dolores que construyeron una experiencia humana completa.

Los candidatos deben atravesar el desierto y tocar la puerta para pedir ser escuchados. La metáfora es clara y Dao la usa con buen sentido de lo íntimo. Uno a uno, los personajes encarnados por Tony Hale, Bill Skarsgård, Arianna Ortiz, David Rysdahl y Zazie Beetz deben exponer sus motivos. Internarse a plenitud en por qué volver a la vida es tan esencial para cada uno de ellos. Un discurso —el último de todos— que enlaza cada vivencia con una emoción. 

Dao emplea la exploración de la personalidad de los recién llegados y cuestiona también a Will y Kyo. ¿Cómo llegaron allí? ¿Quién los designó para semejante labor? Las respuestas son casi tan interesantes como el tema central de Nueve días. Son los sucesores de otros guardianes, que les escogieron para una tarea de milenios. También ellos lo harán, antes o después. “¿Es Dios entonces el que permite estas cosas?”, pregunta el personaje de Zazie Beetz. “Todos somos este experimento”, responde Will. Lo que supone que, incluso en la gran conversación de la vida y la muerte, también hay misterios que resolver.

La belleza de la vida

A medida que avanza, el guion de Nueve días se hace más elaborado y deja atrás su aire casi nihilista. ¿Qué motiva que alguien desee volver a la tierra después de morir? Es la interrogante que se repite desde diferentes puntos de vista y en momentos disímiles en la película. Pero la respuesta no es la misma, sino que se estratifica en múltiples reflexiones que exploran el anhelo de comprender la identidad.

Como la animada Soul, de Pete Docter, el guion de Dao profundiza acerca de qué significa vivir. ¿Se trata de alcanzar metas? ¿De cristalizar los grandes sueños? ¿Aspirar al amor, a cumplir las ambiciones, asumir las pérdidas, a la fructificación del talento? Los cuestionamientos se suceden unos a otro durante nueve días, un lapso muy mundano para una premisa ultraterrena. Pero es el período del que disponen los espíritus de los fallecidos en su intento de convencer a Kyo y Will de que hay un buen motivo para regresar.

“Lo que somos no es más que un pequeño pliegue entre infinitos sucesos simultáneos”, explica Will en voz baja. Dao dota a Nueve días de un aire de portento a punto de consumarse, como si morir o vivir fueran extremos de una misma cosa. De hecho, lo son y la fugacidad plantea una idea muy clara sobre apreciar los pequeños prodigios cotidianos. “Desde el sonido del viento al último parpadeo, la existencia es todo lo que poseemos”, explica Kyo.

Las respuestas que nos deja Nueve días

En Nueve días, la muerte y el deseo de trascender son, en esencia, lo mismo. Pero, precisamente, los actos sutiles confieren importancia a la determinación de volver a la carne y al cuerpo. Al igual que en cientos de relatos mitológicos, en el mundo de Dao el peso del corazón es importante. Con todo su simbolismo aparejado, la idea tiene relación directa con el anhelo por seguir un largo trayecto de aprendizaje.

A diferencia de otras tantas narraciones que escogen paisajes oníricos o terroríficos, Nueve días muestra lo que ocurre al morir como un espacio neutral. No hay grandes revelaciones en el inmenso desierto que rodea la cabaña en la que aguardan los encargados de decidir la suerte de un espíritu descarnado. Una forma elegante de sugerir lo poco relevante que es lo que imaginamos acerca de lo sobrenatural.

Nueve días

Para el director, el otro mundo trasciende la experiencia religiosa o filosófica humana. Al puntualizarlo, crea un ámbito de conocimiento espiritual en estado puro. Para sus últimas escenas, en que la muerte y la vida se confunden, es evidente que regresar al mundo de los vivos no es una proeza. Es un acto de amor. También de valentía. Una durísima premisa que Nueve días muestra en todo su poder para conmover y desconcertar.

Recibe cada mañana nuestra newsletter. Una guía para entender lo que importa en relación con la tecnología, la ciencia y la cultura digital.

Procesando...
¡Listo! Ya estás suscrito

También en Hipertextual: