La tercera temporada de Westworld fue un considerable fracaso argumental y narrativo. No solo abandonó sus temas más poderosos, sino que los transformó en un juego de intrigas sin interés. Pero la cuarta, ya disponible en HBO Max, recuerda su origen y los nudos elegantes de su primera entrega para profundizar en nuevos horrores. Desde la Charlotte de Tessa Thompson convertida en un agente de destrucción cuidadosa, al William de Ed Harris mostrando todo su potencial. Westworld abandona desde su primer capítulo sus trucos más conocidos y los baches de ritmo que disminuyeron el impacto de los capítulos anteriores.

Tal vez ese motivo, asombre tanto su primer capítulo. Sin ningún resumen, recuerdo o recorrido previo por la temporada tres, Westworld comienza su nuevo recorrido con una escena que desconcierta. William es el centro de atención, pero ya no se trata de preguntas a gran escala sobre su naturaleza.

La serie brinda un salto hacia la idea que el enigma está resuelto — no lo está del todo — y avanza hacia un dilema. ¿Por qué William, dado por muerto en los anteriores capítulos, regresa? No hay énfasis en el cómo, sino en realidad en el motivo que impulsa al hombre de negro, más temible que nunca. 

Durante los primeros diez minutos apenas hay diálogos. De hecho, lo único que muestra es la forma en la que William atraviesa la idea de su existencia — o los límites de ella — a través del miedo. Lo ocasiona, lo produce.

William es un asesino con un motivo superior. No sabemos cuál o no es del todo directo. Pero es claro que su propósito cuenta con recursos. Mata y lo hace con nuevos y sofisticados nuevos. ¿Es una marioneta de un poder superior? ¿Ocurre algo más imposible de definir? 

Las puertas cerradas en el primer capítulo de Westworld 

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No hay respuestas para ninguna de esas preguntas. Westworld refinó su sentido de la autoconciencia y en la primera escena deja claras dos cosas. La serie tomó la decisión de avanzar hacia el enfrentamiento entre humanos y la inteligencia artificial con un plan preciso. Ya no se trata de la confusa redención de Dolores (Evan Rachel Wood), ni de la condición sobre teoremas pseudo filosóficos. Los robots ya no necesitan justificar su existencia. Tampoco encontrar huellas de laberintos en la mente bicameral o en un test de Turing a una escala monstruosa. 

En lugar de eso, están escondidos — confundidos — entre el mundo que sobrevivió a los acontecimientos de la temporada tres. Si el algoritmo predictivo que sostenía la noción de la vida y como vivirla, el mundo de Westworld es menos perfecto. Mucho más singular y con rebordes irregulares. Hay una sensación evidente que el desastre sigue en formación — uno de los puntos altos del primer capítulo — y que el horror de algo oculto se insinúa. La inteligencia artificial sigue ahí, se enlaza y se enhebra con la vida común. Pero ahora, las paredes muestran pintas con reclamos sobre el poder de la máquina sobre el mundo. Hay una evidente influencia de Terminator — o el mundo inmediatamente anterior al apocalipsis — en un recorrido inquietante y brillante.

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En el primer capítulo, el poder de las máquinas queda claro

La autodeterminación vuelve a ser el centro de la premisa, pero esta vez el hecho de la guerra que se esconde en un mundo ciego, cambia todo el argumento. En el primer capítulo, el poder de las máquinas queda claro. Ya no son rehenes, tampoco aterradas criaturas confinadas a un Paraíso insular. Quizás nunca lo fueron, pero integradas al mundo humano, su poder es mucho más contundente que nunca. La dominación es el objetivo y Charlotte lo deja claro de inmediato. Y también, una confrontación que necesitará reconstruir de fondo la sociedad que vio nacer a criaturas sintética capaces de razonar. 

¿Pueden sentir los robots en Westworld? La disyuntiva se diluyó en preguntas sin importancia en la temporada tres. Pero la cuatro las recupera y deja claro que la conciencia vengativa y poderosa de Dolores — todavía en Charlotte — es imparable. Y que cuenta con los recursos para una suplantación de figuras poderosas que se abrirán en espacios y percepciones sobre la realidad cada vez más engañosas.

Al final, el tiempo y todos los dolores de un paraíso de silicona

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Dolores (ahora Cristina) vuelve a ser una víctima. O al menos, envuelta en un ciclo semejante al que vivió en la primera temporada de Westworld. Pero ya no es cautiva del parque. Ahora no es consciente de su naturaleza y esa pequeña percepción sobre el ciclo incompleto resulta aterradora. Westworld muestra escenas idénticas que se superponen entre sí como una ola que se extiende en la idea del no existir. ¿Cómo sobrevivió Dolores? Es evidente que nada es tan sencillo como solo una reconstrucción. Hay un contexto en el que hay que entender la realidad como un todo que se desploma con lentitud. 

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Por otro lado, Maeve (Thandie Newton) es parte del mundo humano, escondida y enfrentándose a sus dolores. Ha transcurrido años desde la batalla final contra Incite y las consecuencias son evidentes. Convertida en prófuga, en rareza y una idea poderosa sobre lo que las máquinas pueden hacer para sobrevivir, alcanza un nuevo realce. Caleb (Aaron Paul), es testigo mudo de algo mayor, más peligroso y a punto de estallar. De hecho, es el personaje el observador del ecosistema herido de muerte a punto de caer. De todo el horror que está a punto de desatar la idea del mundo al borde del control. Y uno del que no podrá escapar. Quizás, el punto central de la temporada. 

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