Brad Pitt protagoniza la primera película de ciencia ficción de James Gray, un viaje espacial hacia el interior del personaje y de la misma esencia de las relaciones humanas. La cinta nos centra en una época que nos recuerda a los años sesenta, solo que con un impresionante avance en el campo aeroespacial, que permite a la Humanidad gestionar viajes comerciales a la Luna y tener un puesto de control en Marte. Brad Pitt es Roy McBride, un ingeniero espacial hijo de uno de los astronautas más importantes de la Historia, que partió cuando él era un adolescente en un ambicioso viaje para descubrir vida más a allá de la Tierra y nunca regresó.
La cinta nos perfila al protagonista como un hombre insensible, abatido por la sensación de abandono que le impregnó la marcha de su padre e incapaz de entablar relaciones personales sanas o estables. La voz de Brad Pitt resuena en cada escena a modo de narrador en primera persona de sus inquietudes y verdades internas. De este modo, somos testigos de su evolución emocional, que comienza con un “no siento nada, ¿por qué no puedo sentir nada?” y traza una trayectoria de evolución personal que lo hace, cada vez, más humano. El reparto de la cinta lo completan Donald Sutherland, Ruth Negga y Liv Tyler, pero, de no ser por la voz en off, no podríamos conocer al personaje, ya que apenas interactúa con ninguno de ellos.
**Ad Astra no es una película de acción. Hay momentos de extrema tensión, con ataques terroristas y persecuciones. Hay más de un enfrentamiento verbal y alguna que otra pelea llega a las manos, pero no se trata de la típica película de conspiraciones políticas y enfrentamientos armados. Aunque todos esos elementos están ahí, lo que en realidad vemos es un retrato intimista, tal vez de los propios miedos del director. La carga principal de tensión la generan las conversaciones intensas, las revelaciones y los largos silencios que acompañan a Roy. También el sonido ambiente, de una cadencia tal que nos atrapa y nos disgusta a partes iguales. No es de extrañar, teniendo en cuenta que se trata de las voces de los propios actores deformadas y puestas en bucle**, de modo que, aunque repiten frases características de sus personajes, el mensaje es indescifrable.
La escenografía es minimalista, tenemos lo justo para creernos que estamos en una nave espacial. Por lo demás, los espacios son fríos y vacuos; largos pasillos de pared lisa, un desierto infinito que emula el paisaje de Marte o la decoración simplista de una casa sin marca personal. Lo mismo sucede con los colores. Casi todas las escenas se componen de una gama muy limitada de tonos: blanco, negro y rojo dominan el escenario, moteados aquí y allá por explosiones color índigo que nos recuerdan que estamos en el espacio exterior. En general, la ambientación de la cinta nos resulta hostil y ajena. Algunas veces es, sobre todo, extravagante, una visión curiosa y única de la colonización humana fuera de la Tierra.
Esa esencia humana se va disipando conforme el protagonista se aleja de nuestro planeta. Así, mientras está en la estación lunar, vemos tiendas de marcas reconocidas, restaurantes de comida rápida y gente que pasea de un lado a otro como en cualquier centro comercial. En Marte, la decoración y el vestuario son sobrios, pero siguen teniendo esa reminiscencia humana que le atribuiríamos a un despacho pobremente amueblado o a los angostos pasillos de una base militar secreta. Una vez el protagonista llega más allá, todo es negrura y otredad; la soledad representada en un espacio.
Viaje hacia uno mismo
Ad Astra es un viaje espacial, pero no trata sobre viajes espaciales. Es la travesía humana de quien lleva toda la vida reprimiendo sus emociones en lo que el propio director ha caracterizado como “la representación más simple de la conducta masculina”. Roy es un hombre que se ha autodestruido a base de contención. En su campo de trabajo, es importante mantener un perfil emocional equilibrado, que permita controlar la tensión y el miedo en momentos de necesidad. Sin embargo, ¿qué sentido tiene mantenerse constantemente a raya? Al comienzo de la cinta, Roy no tiene nada. Su mujer le ha dejado, no tiene amigos ni familia y vive llorando en silencio la marcha de su padre. Llegar hasta los confines del espacio es la única manera en que consigue despertar de ese letargo emocional y darse cuenta de lo que verdaderamente importa.
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Ad Astra es una de esas películas que entran mucho mejor cuando te paras a digerirlas con cuidado y la comentas con otras personas. Solo en ese diálogo de impresiones compartidas puedes llegar a disfrutar del significado de este filme. No es tanto una película para saborear en soledad, sino, más bien, como un punto de partida para abrir conversaciones profundas y filosóficas sobre la esencia de las personas. Es una excusa para sacarle partido a un tema que, de otro modo, no suele compartir la sobremesa de ninguna reunión de ocio. De otro modo, la historia resulta en dos horas de contemplar primeros planos de la nariz de Brad Pitt a través del casco de astronauta y escuchar su incesante monólogo interior.
Es curioso que sea en este intercambio de opiniones donde resida el interés de la película teniendo en cuenta que ese es el mensaje que el director quiere transmitir. Para James Gray, lo que más importa está en los pequeños detalles, en los puntos de conexión con otras personas que enriquecen nuestra personalidad y nuestra experiencia vital. En la presentación del filme en la Academia del Cine de Madrid, Gray afirmaba que, sin conexión, las relaciones humanas no valen nada y que era ese aspecto el que más quería resaltar: “Esa es la condición humana, lo que nos importa como artistas, no convertirlo en algo clínico, evitando las emociones. (...) He intentado hacer una película sobre la necesidad y la importancia crucial de esa conexión con otros seres humanos”.
*Podríamos compararla a los trabajos de Cuarón o Nolan en Gravity e Interstellar, pero no tendría mucho sentido*. Ad Astra es tan única como universal su mensaje y, aunque comparte características con ambas cintas, su tono es mucho más personal y despreocupado de los aspectos técnicos del espacio, lo que la diferencia irremediablemente de las anteriores. El protagonista podría haber sido cualquier otra persona, en cualquier otro escenario. Ni los demás personajes, ni las naves espaciales, ni los terroristas, ni los astronautas; nada de esto importa realmente en la película. Solo el mensaje final, la esencia que trasciende de la historia.