"Me llamo barro aunque Miguel me llame", escribía el insigne poeta de Orihuela en su libro El rayo que no cesa. Miguel Hernández, uno de los artistas más reconocidos de la generación del 27, murió un día como hoy de 1942. Ya en prisión el alicantino publicaría Cancionero y romancero de ausencias, su compilación de poemas escritos entre el final de la Guerra Civil y la postguerra. En el libro se incluiría "Antes del odio", en el que el escritor clamaría contra la sentencia que le confinaba a estar treinta años encerrado en aquellas cuatro paredes de Alicante.
El poeta de Orihuela falleció en 1942 a causa de la tuberculosis, una enfermedad que años más tarde podría ser tratada gracias a los antibióticos
Miguel Hernández había formado parte del bando republicano durante el conflicto bélico. Terminada la guerra, el poeta trató de salir de España. Pero no lo consiguió. En la frontera con Portugal, el escritor fue detenido acusado de "rebelión". La dictadura franquista le impuso la pena de muerte como castigo. La sentencia, sin embargo, sería conmutada por una condena de treinta años de prisión. El régimen quería evitar a toda costa el rechazo internacional que produjo el fusilamiento de Federico García Lorca.
"Este mundo de cadenas / me es pequeño y exterior. / ¿Quién encierra una sonrisa? / ¿Quién amuralla una voz?", gritaba el poeta de Orihuela en la cárcel. La condena impuesta por el dictador Francisco Franco sentenció a Miguel Hernández a la muerte. Las duras condiciones de la prisión alicantina provocaron el empeoramiento de la salud del escritor. Pero lo que mató al poeta fue en realidad la tuberculosis, conocida popularmente como "la gran simuladora". Esta enfermedad, provocada por la bacteria Mycobacterium tuberculosis y también conocida como tisis o mal del Romanticismo, había afectado a ilustres artistas como George Orwell y políticos y monarcas como Eleanor Roosevelt o Alfonso XII.
La creencia popular sugiere que Miguel Hernández murió como consecuencia del encarcelamiento. La falta de salubridad e higiene en los barrios más pobres, además de las malas condiciones de prisiones como la de Alicante, favorecieron la expansión de una bacteria que ha provocado millones de muertes en la historia de la humanidad. ¿Pero pudo acaso contagiarse el poeta de forma previa al golpe de estado del 18 de julio de 1936? Así lo sugiere Pablo Mugüerza, licenciado en Medicina y Cirugía y traductor médico, en la revista Tremédica. El experto analiza la Elegía a Ramón Sijé, escrita el 10 de enero de 1936 con motivo del fallecimiento de uno de los mejores amigos de Miguel Hernández en el pueblo de Orihuela.
"Tanto dolor se agrupa en mi costado / que por doler me duele hasta el aliento", escribía ante la muerte de Ramón Sijé. ¿Son acaso estos versos reflejo de la pura tristeza que sentía? Mugüerza sostiene que "en su poesía el dolor físico y el dolor anímico se mezclan a menudo. De la metáfora que utiliza el de Orihuela podemos deducir que le dolía el costado y que presentaba algún tipo de dificultad respiratoria". Según el médico y traductor, el escritor podía estar afectado por algún tipo de enfermedad renal o pulmonar que produjera ese pinchazo en el costado. Tal vez el dolor por el fallecimiento de Sijé escondiera los primeros síntomas de una infección que, seis años más tarde, terminaría con su vida:
La tuberculosis es una enfermedad muy compleja y que conocemos bien. Sabemos, por ejemplo que, si no se trata, causa la muerte en un porcentaje elevado de pacientes unos cinco años después de la primera infección. Miguel Hernández murió seis años después que su amigo (y mucho antes de que se encontrara la curación). También sabemos que, con frecuencia, la pleuresía tuberculosa (que a menudo produce «dolor en punta de costado») sigue a la primoinfección tuberculosa. La pleuresía (palabra poética donde las haya, que suena a condicional y a trato de respeto) es un derrame pulmonar, una acumulación de líquido en torno a los pulmones que, de abajo arriba, los va comprimiendo y puede ahogar al paciente en cuestión de horas. O hacerlo más lentamente.
"Los síntomas de la tuberculosis son muy variados", explica una fuente consultada por este medio. Entre otros se incluye la pérdida de peso, la tos, el sudor o la hemoptisis, un problema que consiste en la expectoración de sangre procedente de los pulmones o de los bronquios. En el caso de que la infección se hubiera mantenido latente, Miguel Hernández no habría manifestado ningún síntoma. Por el contrario, el escritor también podría haber desarrollado los signos iniciales de la enfermedad. "El tiempo hasta el diagnóstico puede tardar mucho, es un trastorno conocido como la gran simuladora", comenta.
Un trabajo sugiere que Hernández podría haberse infectado antes de la guerra civil y que los síntomas podrían haber comenzado en 1936, justo cuando falleció su amigo Ramón Sijé
Ignacio López Goñi, catedrático de Microbiología de la Universidad de Navarra y autor del blog microBIO, confirma a Hipertextual que "es verosímil". "Es posible, en esa época [la enfermedad] era frecuente, aunque desconozco el caso concreto de Miguel Hernández", señala. Xavier García Ferrandis, de la Universidad Católica de Valencia, sostiene que "desde finales de 1937, y especialmente tras el final de la Guerra Civil, tuvo lugar en España un repunte de la tuberculosis, una enfermedad endémica que había experimentado un progresivo descenso desde comienzos de siglo".
La miseria y el hacinamiento que provocó la guerra civil, especialmente a partir de 1937, fueron claves para explicar la irrupción de la tuberculosis y la fiebre tifoidea. Una vez terminado el conflicto, otras enfermedades como la viruela, la difteria o el tifus exantemático agravaron las pésimas condiciones de salud de la sociedad española. Para combatir estos trastornos, la dictadura creó decenas de sanatorios y dispensarios con los que atender a los enfermos. La asistencia médica, sin embargo, evitó a los presos políticos como Miguel Hernández. El poeta murió en la cárcel a causa de una enfermedad que solo cuatro años más tarde contaría con una cura eficaz gracias a los antibióticos. La lucha contra "la gran simuladora", sin embargo, no ha terminado todavía, pues según datos de la Organización Mundial de la Salud, 9,6 millones de personas fueron infectadas por el patógeno en 2014, que causó el fallecimiento de más de 1,5 millones de pacientes.