Ethan Hawke y Lena Headey protagonizan The Purge, la segunda película dirigida por James DeMonaco que se presenta como un claustrofóbico thriller, bajo el que se esconde una fuerte y contundente crítica social y política ¿O es al revés?El márketin y la promoción funcionan a veces como un cuchillo de doble filo. Mientras unos estarán encantados en comprar una entrada para ver una película de los creadores de Paranormal Activity y Sinister —referiéndose sólo a alguno de los productores—, ese mismo reclamo servirá para mantener alejados a otros —que desconocerán que también está relacionada con remakes tan inofensivos como los de The Amityville Horror, The Texas Chainsaw Massacre, Friday the 13th o A Nightmare on Elm Street. Tanta confusión de referentes nos conduce a la desorientación, porque con esa sencilla propuesta de que 'una noche al año, todo crimen es legal', creo que resulta lo suficiente atractiva como para llamar la atención de cualquier tipo de espectador. Más todavía si esa ley, bajo la que se ampara la premisa que sostiene el argumento de la película, resulta tan sugerente como terrorífica. Siempre dependiendo del punto de vista ético y moral con el que cada uno la aborde.
No me extraña en absoluto que The Purge haya sido número uno en la taquilla de los Estados Unidos. No es que la segunda película como director de James DeMonaco tenga todos los ingredientes para seducir a los espectadores norteamericanos, es que tiene el principal: la violencia. Además se trata de una violencia limpia, depurada y totalmente exenta de sexo. Tal es así que incluso podría haber superado aquella censura de los tiempos de la caza de brujas. La alusión no es gratuita, porque, lo que en realidad propone es una feroz crítica a esas políticas de derechas que amparándose en el neoliberalismo ponen a la altura de la suela de sus zapatos los derechos de los más desfavorecidos. Para no herir sensibilidades distanciarse del presente, nos sitúa en un futuro distópico (e idílico) en el que el paro se ha reducido al uno por ciento, el crimen se ha establecido en su nivel más bajo y la violencia apenas existe… salvo por una noche en la que todo acto violento es permitido legalmente y no necesita justificación alguna (el sueño y paraíso tanto de políticos como de mafiosos).
Un planteamiento formidable que deja claros los conflictos éticos y morales a los que se enfrenta la familia modelo protagonista. De esas que dicen que prefieren no participar, pero están a favor de que se celebre tan "entrañable" carnicería, para liberación de los malos pensamientos y no soliviantar a sus propios vecinos. Tampoco es menos interesante el planteamiento formal bajo el que se plantea el desarrollo de la trama principal, tanto por lo que pretende hacer el novio de la hija, como por el acto de solidaridad con el que el hijo pone en riesgo la integridad, física y moral del núcleo familiar. Pero de nada sirven tantas buenas intenciones y un planteamiento así de contundente sin un adecuado desarrollo de la trama y la intensidad y profundidad psicológica que hubieran requerido los personajes. Si por un lado podemos intuir los vínculos evidentes que la ley de esta "renacida" nación mantiene con la famosa ley de la película de Kinju Fukasaku, Battle Royale (2000), también se pueden desenmarañar los que extiende soterradamente con una película española como Secuestrados (2010, Miguel ángel Vivas). Un extraordinario thriller emocional y sensorial que quizás no recibió el merecido reconocimiento por parte del público y que responde al planteamiento de una familia acosada en su fortificada mansión, que ya fuera bochornosamente plagiado por Joel Schumacher en Trespass. Precisamente, la película de Vivas ya recogía la influencia de Funny Games, que algunos acusan en The Purge, pero mientras el cineasta español sabía extrapolar la premisa de Michael Haneke a sus territorios argumentales y emocionales, el neoyorquino la desaprovecha en todo momento.
De nada sirve contar con actores tan solventes como Ethan Hawke y Lena Headey. Tercera colaboración del primero con el cineasta de Brooklyn, si tenemos en cuenta tanto que en 2005 protagonizaba el remake que Jean-François Richet dirigía de Assault on Precint 13, según guión de DeMonaco, como que también protagonizaba su debut en la dirección,Staten Island, cuatro años después. Para ella supone una nueva incursión en el cine antes de que la veamos en 300: Rise of an Empire y después de haber participado en Dredd y The Mortal Instruments: City of Bones, únicas colaboraciones cinematográficas que se ha permitido mientras integraba uno de los personajes más estimulantes de Game of Thrones. Si a duras penas me cuesta creer que sean verdaderamente un matrimonio, mucho menos los vínculos que se supone debieran establecer con sus hijos. Es posible que forme parte de esta crítica a una sociedad totalmente deshumanizada, pero no contribuye a dotar de credibilidad a ese conflicto al que se enfrentan.
Sin desmerecer las aportaciones de Edwin Hodge, como el único elemento verdaderamente hostil y cuya eliminación es justificable para casi todos los protagonistas de la película —anticipándose a la resolución del caso de George Zimmerman, absuelto por la muerte de Trayvon Martin—, ni la de Rhys Wakefield, capaz de hacer que se te remueva el estómago con una sonrisa; quizás sea el jovencísimo Max Burkholder —niño prodigio que arrastra una espléndida trayectoria, primordialmente televisiva, y que se me antoja una nueva versión masculina de Christina Ricci—, el único capaz de transmitir el dilema moral al que se enfrenta su familia. Mención aparte merece la breve aportación de Arija Bareikis, que consigue hacerte desear que existiera realmente esta ley para proceder a su eliminación inmediata.
También es cierto que la película contiene momentos espeluznantes, como la simple imagen de jóvenes estadounidenses parapetándose detrás de máscaras sonrientes para cometer crímenes irracionales, o el uso de algunas piezas musicales en determinados momentos, que terminan de confirmar el tono crítico hacia la sociedad que retrata. Momentos que acaban siendo superficialmente efímeros, no consiguiendo en ningún momento mantener esa sensación de morbo enfermizo, que, además, acaba traicionada por unas soluciones dramáticas cada vez más previsibles a medida que avanza la trama. De esta manera, lo que comienza siendo una propuesta sugerente y estimulante, acaba perdiéndose por los mismos pasillos por los que se cruzan una y otra vez unos personajes que nos hacen pensar que, en lugar de una mansión en Los Angeles, estuviéramos en un ala renovada del hotel Overlook —hay quien decía que el propio hotel de The Shining se planteaba como una metáfora de la cultura estadounidense.
Ciertamente, me quedo con el estimulante tratamiento visual de la película —extraordinario para un primerizo como Jacques Jouffret en su primera película como director de fotografía, después de pasar por una larga lista de películas de acción y terror en las que formaba parte del departamento de cámara— y esos conflictos éticos y morales que plantea su trama, así como con la crítica a las políticas defendidas por aquellos sectores más conservadores de la sociedad que, irónicamente, se amparan, la mayoría de las veces, en la religión, cuando en el fondo son los que más se parecen a esos que tanto disfrutan con esta purga.
Conclusión
James DeMonaco nos propone un cine de evasión con implicaciones morales. Una propuesta intelectual sobre el uso de la violencia que acaba traicionada por los clichés del cine de género a través del que se articula y al que se acoge para sostener su trama y presentarla de una manera más convencional y digerible para le público masivo. El error no es el estereotipo, sino la pretensión de llegar al mayor número de público posible, perdiendo autenticidad por el camino. Si su objetivo era que el público se divirtiera a la vez que se planteaba las mismas preguntas que sus personajes, intuyo que ha fracasado, pero si lo único que pretendía era generar un producto vendible y ampliable, sin duda ha acertado de lleno porque el éxito en taquilla de la película le ha puesto en bandeja una primera secuela, aunque no estará dirigida por él, lo que me indica que la ruta a explorar va más por la vía superficial del terror y la acción, que por entender los profundos lazos que la cultura estadounidense ha mantenido a lo largo de su historia con la violencia.