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**El principio esencial de la ciencia ficción, ese género narrativo que muchos disfrutamos tanto por las perspectivas futuristas que nos ofrece, es la especulación sobre lo que podría ocurrir con los avances de la tecnología y con nuevos descubrimientos científicos en la naturaleza que conocemos o gracias a la exploración del espacio, es decir, sobre cómo afectarían a nuestras sociedades desde el impacto económico y medioambiental hasta en la rutina diaria de las personas, para bien como nos muestran los relatos animosos o de forma negativa según los antipáticos y sombríos. Un buen ejemplo de esta especulación es la serie Humans, con la que Jonathan Brackley y Sam Vincent* han adaptado la sueca Real Humans (Lars Lundström, 2012-2014) *para la AMC desde 2015**, y cuya tercera temporada se podrá ver en su canal español a partir del 4 de septiembre.

Esta coproducción mayormente ambientada en Londres y con personajes sobre todo británicos se centra en la encrucijada a la que llegaríamos con el advenimiento de la singularidad tecnológica, o sea, con la eclosión de una inteligencia artificial capaz de optimizarse de manera ilimitada y de superarnos entonces en cualquier aspecto como especie, acerca de lo que conllevaría su trato con nosotros y sobre si la inquietud ante la posibilidad de que imponga su dominación es razonable y está justificada. Muy en especial porque sus individuos robóticos, los sintéticos con autoconsciencia, no están muy de acuerdo con que sus congéneres se dediquen a servir a los seres humanos, sea en faenas mecánicas, de atención a la clientela o en sus hogares y hasta para satisfacer sus deseos eróticos, en condiciones que una nueva forma de vida inteligente sólo podría considerar esclavitud.

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Humans no se aleja mucho de lo que esperamos conseguir en el terreno maquinal, automotriz y estético de los robots electrónicos, tan parecidos a los seres humanos como sea factible en la serie televisiva: **la animatrónica progresa adecuadamente para dotar a los androides del aspecto físico, los movimientos y la gestualidad con los que estamos familiarizados en nuestros iguales. Y, por lo pronto, hemos alcanzado la etapa en que una inteligencia artificial luzca ciertas capacidades intelectuales correspondientes a las de un crío humano, pueda instruirse de un modo autodidacta, aprender por sí misma, y contar con emociones sintéticas**; e incluso se ha lanzado la conjetura de que será capaz de producir una cultura propia, sin alucinaciones. Con este panorama tan prometedor y la lógica incertidumbre que albergamos por lo que podría ocasionar, el debate ético está sobre la mesa.

En principio, si hay una cosa que debemos tener clarísima es que los efectos de la robotización generalizada no se han podido analizar porque no ha sucedido todavía; conque lo único que barajamos son posibilidades. Sobre **el viejo temor a que las máquinas priven de su empleo a la gente, sustituyéndola** en la agricultura, las fábricas y hasta la cocina, la Federación Internacional de Robótica concluye que “no hay nada que apoye la visión de que las nuevas tecnologías harán desaparecer la mayoría de los trabajos, haciendo a los humanos redundantes”, mientras que diversos investigadores cifran esta pérdida con números tan alejados como el 9 y el 47 por ciento para los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) según la tendencia estadounidense, y el Banco Mundial envida y la sube a un muy preocupante 57 por ciento. Vaya con la bola de cristal.

Sin embargo, si ya el novelista ruso-estadounidense Isaac Asimov ideó las tres leyes de la robótica, implantadas en los circuitos de los personajes androides en sus obras narrativas, de las que Humans bebe sin duda, para evitar que dañasen de ninguna manera a los seres humanos, el Future of Life Institute organizó **un gran encuentro científico a comienzos de 2017 en el Asilomar Conference Grounds de California para el análisis de las posibles consecuencias en el auge de la inteligencia artificial, con el que se acordaron veintitrés principios éticos** con la brújula en que las investigaciones y la producción deben ser transparentes y por el bien de la mayoría de la humanidad, con estándares altísimos, control humano siempre, la consideración de los riesgos y la puesta al día de las regulaciones según se vaya innovando, y sin utilizarla para el desarrollo de armas destructivas.

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Y, poco después, **el Parlamento Europeo aprobó unas recomendaciones sobre derecho civil y robótica**: la protección de la dignidad humana, nuestra privacidad y libertades frente a los robots, su uso y sus eventuales manipulaciones, la igualdad en el acceso al progreso robótico y la reglamentación del transhumanismo. No obstante, el único punto en el que no puede entrar el debate ético a día de hoy, pues aún no hemos llegado a una singularidad tecnológica con androides ni similares en inteligencia y emociones a los seres humanos, es su estatus de derecho, cosa a la que sin contemplaciones que se atreve Humans, cuya tercera temporada se podrá seguir en el canal AMC, como decimos, desde el 4 de septiembre, y Lars Lundström o el bueno de Isaac Asimov antes que sus responsables. Así que sus especulaciones al respecto sí que son de la más pura ficción científica.

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