Desde su estreno en 2020, Emily en París es una de las series más populares en Netflix. Algo que no ha variado en el estreno de su cuarta temporada, esta última dividida en dos partes, lo que le permitió extender su éxito más allá del maratón. Eso, a pesar de su argumento trivial y que la serie, que ya cuenta con cuatro temporadas y sigue siendo un resonante éxito, se niega a innovar. Pero lo cierto es que la producción, basa su capacidad para seducir a su fiel público, en ser una fórmula amable y que no requiere mayor esfuerzo para disfrutarse. ¿No parece suficiente? En el caso de la producción de Netflix, es uno de sus puntos a favor.
En una época en que las grandes producciones se hacen más complejas y que requieren una enorme inversión de tiempo e interés, Emily en París brilla por su sencillez. Mucho más, porque esa visión sin complicaciones sobre una historia predecible, es la excusa para la evasión sin mayores consecuencias. Mientras dramas de alto calibre como Succession o fantasías oscuras y densas como La casa del Dragón analizan personajes y situaciones crueles, la historia de Emily se mueve en dirección contraria. El personaje continúa disfrutando de una vida de ensueño en una París utópica, mientras se debate en un amor ideal.
¿Cómo una trama semejante pudo haber prosperado entre público cada vez más exigente? Te dejamos tres razones que convierten a Emily en París en un placer culposo. Desde su adorable protagonista, a la capacidad de resumir una historia trivial en un viaje de crecimiento que no exige demasiado a sus fanáticos. Se trata de una de esas historias que no aspiran a otra cosa que divertir. Lo cual, en una época de grandes relatos complejos, puede ser una ventaja.
Emily, una heroína adorable
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Nadie lo niega, la Emily de Lily Collins, tendría que ser, por necesidad, un personaje digno de odiarse. Después de todo, no solo disfruta de su superficialidad, sino que, además, es el centro de su historia. La jovencísima ejecutiva de marketing no intenta profundizar o analizar la cultura de la que proviene, a la que llega o lo que eso podría significar en su vida. En lugar de eso, parece disfrutar de sus puntos más banales y hacerlo siempre, esperando que las situaciones extravagantes que vive, tengan una solución que no requiera esfuerzo. La receta perfecta para una figura desagradable.
Pero en manos de Lily Collins, Emily no solo es adorable, sino que, además, es una combinación de sus torpezas y pequeños defectos. La actriz logra brindar a su personaje, una cierta fragilidad, casi amable. Lo que hace de su travesía entre un grupo de compañeros de trabajo hostiles hasta una versión estereotipada de Francia, una curiosa sátira. Por supuesto, el argumento de Emily en París no es tan elaborado como para llegar al humor negro. Sin embargo, es lo suficientemente autoconsciente para resultar una alegre alegoría sobre el choque de culturas. Eso, en medio de atuendos extravagantes y la sensación que la serie no está interesada de profundizar en puntos más complejos.
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Mucho más, Emily es la encarnación de un tipo de personaje inocente y plano, que en décadas anteriores era parte de lo más divertido de la televisión tradicional. Emily viste bien, jamás sufre una consecuencia de sus acciones y está enamorada del amor. De modo que todo su mundo, es un recorrido acerca de un cuento de hadas que no intenta dar giros excesivos en su punto central. Un punto esencial para comprender su éxito.
Una visión romántica de París
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París es el centro idílico de buena parte de la cultura pop. Y no solo de nuestro siglo o del cine y la televisión. Desde los clásicos literarios que cantan odas a su belleza, a la inusitada importancia de la capital francesa como núcleo de la cultura occidental. Lo cierto es que la ciudad es parte esencial de una idea muy común acerca de su sofisticación y en especial, punto culminante de todas las aspiraciones del humanismo moderno.
Emily en París toma todo lo anterior y lo transforma en un gran cliché, que el showrunner Darren Star extrapola a la vida de su protagonista. La ciudad que muestra la serie es más brillante, interesante y también, mucho menos realista de lo que nunca ha sido en otras series. Como si se tratara de un gran catálogo viajero, la producción de Netflix sigue a su protagonista por una urbe sin defectos ni problemas — más allá de los anodinos y superficiales — construida para ser un placer. Ya sea para la vista o gastronómico, París nunca fue tan radiante, inalcanzable y poco convencional como en la producción de Netflix.
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Es, de hecho, una visión muy norteamericana sobre la histórica ciudad. Centro, epítome y origen de la moda, el buen gusto, la buena mesa y la noción sobre el lujo, Star lleva ese concepto a una dimensión casi infantil. Lo que pasa por incluir en el argumento de la serie, los clichés más conocido sobre el comportamiento de los parisinos, los puntos bajos y otras trivialidades que el programa muestra a medias. Pero al final de todo, es una ciudad mágica, extraordinaria y convertida en el sueño de toda una generación, gracias a la serie.
Una serie fácil de seguir
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En una época en que los complicados universos y mundos de las series requieren cada vez mayor atención, Emily en París resulta refrescante. No solo por ser tan sencilla como para que sus temporadas no requieran mayor atención. A la vez, por contar la historia de su protagonista sin atenerse a excesivos detalles. De hecho, si disfrutaste la primera temporada de la producción de Netflix, la cuarta te resultará familiar. De nuevo, Emily debe resolver su complicada vida amorosa, mientras intenta convertirse en una buena ejecutiva. Todo lo cual se resolverá de la manera más tópica posible en su final de temporada.
Claro está, la producción recurre a giros en que todo se revuelve con una trivialidad vergonzosa. Pero al final, se trata de una interpretación de una visión fantástica del mundo contemporáneo. Emily es una chica que quiere hallar el amor, que disfruta de un buen trabajo y sigue lo que parece ser una larga serie de equívocos que le lleva a territorio afortunado.
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No hay tropiezos para esta heroína de lo banal, que siempre perfectamente vestida y maquillada, encontrará cómo salir de los sencillos inconvenientes que atraviesa. Una fórmula de éxito que, por ahora, sigue cosechando éxitos como el placer culpable más rentable de Netflix.