Cuando Friends se estrenó, las sitcom pasaban por una etapa complicada: el formato necesitaba reinventarse para una generación cínica y muy distinta a la que había amado a ese otro gran clásico estadounidense como lo fue Cheers, el fenómeno inmediatamente anterior al éxito de los seis amigos de Nueva York. La gran incógnita era: ¿qué podría ofrecer el formato para captar a una audiencia cada vez más exigente y complicada?

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Se trató de una apuesta audaz: NBC creó una sitcom al uso sin un conflicto previo ni tampoco una historia contundente que pudiera captar a la audiencia. De hecho, el piloto llegó a decepcionar y en las lecturas siguientes del guion la showrunner Martha Kauffman llegó a preguntarse si alguien podía estar interesado “en la vida de una soltera aburrida”. Claramente refiriéndose a Monica Geller (Courtney Cox), que en esa primera gran historia resulta con el corazón roto por un guapo rompecorazones. Resultó que sí: la audiencia no solo se conmovió con la fragilidad y amabilidad del personaje de Monica, sino también con ese extraño grupo de amigos que le rodeaban. El resto fue una de esas extrañas confluencias entre un inesperado éxito y algo más sutil, cuya importancia persiste hasta hoy.

Friends no solo logró convertirse en un fenómeno. También logró perdurar a través del tiempo, todo un logro cultural si tomamos en cuenta que las diversas plataformas y recursos de comunicación actuales han convertido la oferta televisiva en una interminable multitud de opciones. La llamada "Era Dorada" de la pequeña pantalla cambió además los hábitos de consumo de toda una generación de televidentes, convirtiendo la sitcom en una rareza un poco incómoda. Friends, con sus grabaciones en público, risas enlatadas y extraño ritmo es peculiar en otras circunstancias en sí misma. Por su diseño estaría destinada a desaparecer, ser ridiculizada o en el mejor de los casos, formar parte de un ejercicio de nostalgia. Y aunque la serie ha sido criticada o menospreciada alguna oportunidad durante el último cuarto de siglo, lo realmente importante es que aún sigue siendo querida y forma parte del imaginario de un considerable número de fanáticos. Una circunstancia sorprendente que vale la pena analizar.

Un buen café y mucha conversación

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Warner Bros.

Hace unos años, el periódico The New York Times analizó el impacto de la serie en la cultura contemporánea y llegó a la conclusión de que se trata de un extraño vínculo emocional entre la audiencia, y también de un evento televisivo que refleja a un momento de ruptura histórico. Friends fue estrenada antes de la masificación de internet y de que la comedia televisiva tuviera el peso de una reflexión social. De modo que su sencillo argumento que sigue las vicisitudes de seis solteros atractivos y sofisticados en la gran ciudad. Refleja el optimismo de principios de los noventa por un lado y el pesimismo light que sería impensable años después.

La serie estuvo allí antes de las densas discusiones sobre inclusión, empatía cultural y la cuestión de lo políticamente correcto que nos parecen tan habituales en la actualidad. Y también, mucho antes que hubiera un límite preciso sobre el humor, la crítica o la forma de presentar a las situaciones que rodean a los personajes.

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Esa atemporalidad casi inocente provoca que Friends parezca inocente y peligrosa por el mero hecho de contravenir lo que en la actualidad nos parece imprescindible: Ross es un machista pasivo agresivo, Rachel el estereotipo de la chica sexy y tonta, Monica está obsesionada con la maternidad y el matrimonio, Phoebe caricaturiza las grandes causas contemporáneas y Joey podría ser considerado sin duda como un acosador. Pero para bien o para mal, esos estereotipos tenían algo de la inocencia de no querer proclamar ideas ni mostrar reivindicaciones. El único propósito de Friends era hacer reír y aún lo hace.

En la actualidad, después de formar parte del catálogo del gigante de los servicios por suscripción streaming Netflix, la serie se encuentra bajo el escrutinio de un público mucho más sensibilizado y crítico a los defectos y mensajes tácitos que la serie maneja casi por accidente. Por ese motivo, ha recibido todo tipo de críticas y señalamientos. Todos ellos olvidan que Friends fue un fenómeno que abrió la puerta a otros tantos.

No solo formó parte de un tipo de evolución televisiva que convirtió a su franja horaria en la más valiosa de la televisión, sino que además dialogó de manera efectiva e inteligente con la una versión de los primeros años de la adultez considerablemente sencilla. Los veinteañeros de los años ’90 encontraron en Friends un reflejo idealizado de su vida y sus problemas, un recorrido doloroso por algo más complicados que seis personajes estereotípicos cumpliendo un rol determinado en pantalla. Y quizás, de allí su éxito.

Un buen, viejo y fiel amigo

Por supuesto, Friends no ha envejecido del todo bien: su formato ha perdido brillo, las situaciones nos parecen artificiosas y lo esencial de su propuesta es una especie de combinación conservadora e inocente puede incluso resultar chocante. Aun así, a pesar de lo criticable en su formato, Friends sigue siendo una referencia inevitable a la cultura de finales del siglo XX y esa visión amable y bonachona sobre el crecimiento, el tránsito hacia la adultez y cierta mirada inquisitiva sobre lo que la generación que creció mirándose reflejada en sus capítulos. Es una serie sobre las relaciones humanas, sobre los pequeños dolores y batallas personales, pero, sobre todo, sobre la vida cotidiana.

A la distancia de la cultura y las obvias diferencias geográficas, la serie reconstruye la ilimitada ternura de los pequeños triunfos y fracasos de la vida común, el amor y las relaciones humanas con un tono de comedia fácil que no desmerece la emotividad implícita.

La serie llegó a la pantalla en 1994, mucho antes de la obsesión por la hipercomunicación. En Friends lo realmente importante son las conversaciones —disparatadas, profundas, en ocasiones burlonas— sobre la vida cotidiana y sus complejidades. Y mientras Seinfeld (1989) era conocida como la comedia que versaba sobre “nada”, Friends justamente abarcaba un ambicioso espectro de posibilidades y sensaciones.

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El argumento reflexionó con moderada elegancia de la novedad del amor, el miedo al futuro, la transición entre la primera juventud hacia algo más complejo e, incluso, se dio el lujo de analizar sobre el tiempo, la trascendencia, la muerte, la orientación sexual y el temor a la soledad moderna. Con su plena sinceridad artificial —en algunos capítulos es evidente que los creadores evitaban con mano diestra temas demasiados incómodos— Friends abrió la puerta al diálogo sobre algunos temas existencialistas que, a la distancia, resultan incluso conmovedores en su simplicidad.

La serie es la larga narración de una juventud idílica de jóvenes adultos acomodados, pero no del todo felices. Cuenta una única historia en la que los engranajes se mueven a partir de sentimientos lo bastante universales como para que cualquiera pueda sentirse identificado. Con su tono levemente cursi —pero evitando con enorme cuidado el sentimentalismo barato— Friends demostró que las relaciones humanas siguen siendo motivo de debate, angustia y admiración. Una historia contada muchas y una visión sobre lo humano que trasciende el medio para convertirse en un mensaje.

NBC

Porque sin duda, la relación que Friends crea con sus seguidores es emocional y firme. Es la negación a toda la cultura del cinismo de nuestra época, pero refleja los albores de esa noción contemporánea sobre la alegría, el dolor y cierto alborozo social que todos comprendemos como parte de lo cotidiano. En su reducido mundo, las mujeres son delgadas y hermosas, los hombres bellos y singularmente adorables, las situaciones típicas y optimistas, el humor simple.

No hay tristeza, ni enfrentamientos morales, matices intelectuales o un grado de transgresión donde lo aparente quede al descubierto como una idea falsa. En el universo de Friends todo funciona y se desenvuelve con la sincronía barata de esos relojes de plástico que solíamos comprar en la infancia: en ocasiones funciona y en otras simplemente, no lo hace, pero igualmente lo conservamos por la simple maravilla que nos produce su mecanismo rudimentario.

Amigos en las buenas y en las malas

Durante los últimos años, el renacer de Friends —o el hecho que no desaparezca del todo de la cultura televisiva — se atribuyó directamente al hecho que forma parte del catálogo de Netflix, lo que permitió a toda una legión de seguidores recordar la serie, y a otros tantos descubrir el fenómeno.

Pero en realidad se trata de algo más complejo: la plataforma adquirió Friends bajo el pleno conocimiento de su influencia y fue la capacidad del programa para conectar con la nostalgia de toda una generación lo que le convirtió en una de las estrategias más exitosas del canal en sus comienzos. Lo demás ya forma parte de la historia de la televisión: en la actualidad, Friends es un bien codiciado por varias de las plataformas online más poderosas y es esa importancia, lo que demuestra que a pesar de los veinticinco años transcurridos desde su primer capítulo, la serie aún sigue siendo una parte relevante de cómo comprendemos la televisión.

Al final, Friends le debe su éxito a la sencillez: en una época hipercomunicada y compleja, la historia de seis jóvenes batallando con las primeras esperanzas y sinsabores de la adultez quizás sea lo que todos necesitamos.