El cine suele imaginar el futuro en escenarios desastrosos. Casi siempre relacionados con la extinción de la raza humana o el horror de una catástrofe devastadora. Alex Garland, que ha hecho ambas cosas, esta vez decide plantearse una premisa que, de entrada, parece poco probable, pero que el director lleva a un realismo tétrico. En Civil War, EE. UU. se enfrenta a una guerra interna que enfrenta a los ciudadanos entre sí. 

Pero a diferencia de premisas parecidas — y menos eficaces — como la saga La Purga, la cinta de Garland es aterradora por su matiz creíble. El país que describe el guion — también del cineasta — se cae a pedazos en medio de una implosión que comienza por un hecho que no se narra. Pero no es necesario hacerlo, las consecuencias están a la vista y la película las muestra en todo su horror.

Si algo impresiona de Civil War, es que el conflicto que muestra, no parece inverosímil o termina por ser caricaturizado en afán de hacerlo impactante. Al contrario, la película comienza con una secuencia que podría provenir de cualquier territorio en conflicto actual. En medio de una protesta de una multitud sedienta, ocurre un atentado. La cámara muestra la desolación del miedo, una situación que rápidamente se sale de las manos y refleja, lo que ocurre — o podría estar ocurriendo — en todas partes.

Civil War

Alex Garland narra, desde un punto de vista frontal y realista, la posibilidad de una guerra civil en Norteamérica. Sin caer en discursos morales o mucho menos, profundizar en una postura ética, la cinta muestra la corrupción del poder y la caída de un sistema en el desastre. Eso, en secuencias tan creíbles que resultan inmersivas y detalladas hasta lo aterrador.

Puntuación: 4.5 de 5.

El periodismo, un testigo privilegiado

Alex Garland muestra la desolación de una nación sin ley y destruida por la brutalidad de la violencia de forma muy directa. De hecho, varias de las secuencias más duras, tienen toda la rudeza de un reportaje periodístico. Como si tratara de registrar en lugar de contar, la película se toma el tiempo de analizar el motivo por el cual, una catástrofe social de semejante calibre ocurrió. Todo eso en imágenes. Heridos, paisajes quemados, discursos incendiarios. Cada imagen resume una parte de un tipo de violencia que la película describe con un detalle distante y desapasionado.

No se trata de una decisión casual. Todo el argumento recae sobre los hombros de Lee Smith (Kirsten Dunst). Una fotógrafa que, junto a su equipo, viaja por suelo estadounidense para mostrar lo que pasa. Civil War de inmediato, se plantea preguntas sobre si es posible mantener un discurso frío y observador en lo que se cuenta. Lo que hace que la trama tenga varias capas de significados. El argumento intenta mantenerse ajeno a lo que pasa y no toma partido. Lo mismo que los periodistas, que son el hilo conductor central de todo lo que se narra en pantalla. 

Se trata, claro, de una decisión arriesgada. La película podría volverse una sucesión de escenas violentas o parecer desarticulada por falta de emoción. Pero el director y guionista tiene la suficiente habilidad para evitarlo, convirtiendo los conflictos de los periodistas en testigos y también, los encargados de llevar la verdad. ¿Y qué es la verdad? La cinta no es sermoneadora, ni quiere dar proclamas morales. Por lo que se limita a mostrar cómo Lee y su equipo, atraviesan un país que arde por todos los extremos. 

Sin respuestas para un conflicto devastador

Otra decisión audaz de Alex Garland es negarse a dar explicaciones sobre lo que llevó a EEUU a una situación semejante. Hay la insinuación que todo comenzó por un evento separatista que incluyó a los estados de California y Texas, pero no entra en detalles. Es evidente que para el cineasta, la información sobre el contexto, tiene menos valor que el recorrido por las consecuencias. Lo que le aleja de tener que justificar, o incluso, dar explicaciones excesivas sobre lo que narra la trama.

Con todo, Garland no evita dar ciertas nociones sobre lo que puede provocar una situación de colapso total. Del presidente con ansias dictatoriales interpretado por Nick Offerman (The Last of Us), hasta las ambiciones de los diferentes periodistas. La película no deja de inclinarse hacia cierto mal contemporáneo enmarcado en la avaricia y codicia, pero evita hablar sobre ética y moralidad.

Pero lo que realmente marca la diferencia de Civil War con cualquier otra película sobre conflictos interinos, en su puesta en escena. Incómoda, hiperrealista, con combates a balas y bombas sucias que resuenan en atentados recientes, la cinta muestra un horror reconocible. Solo que en un escenario de un país industrializado que presencia su debacle. Gradualmente, la cinta — que no deja de mostrar enfrentamientos entre ciudadanos, indistinguibles en su propósito — deja claro un punto. El mal y la caída de la humanidad, tal y como la conocemos, no provendrá de un evento ajeno o externo, sino de la debilidad de los sistemas políticos actuales. Un mensaje salpicado en sangre que Alex Garland muestra en toda su crudeza. 

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