Todos estamos más o menos concienciados de que solemos comer bastante plástico involuntariamente. Los microplásticos están en todas partes. Se han encontrado en nuestra sangre, nuestros pulmones, nuestro cerebro y, sí, también en nuestro sistema digestivo. No es raro, pues se encuentran en buena parte de los alimentos que ingerimos, tanto si proceden del mar como de la tierra. Más aún si se almacenaron en un envase de plástico. De lo que no somos tan conscientes es de que casi todos hemos masticado alguna vez (o muchas veces) un trozo de plástico deliberadamente. Lo hemos hecho desde pequeños, pues es a temprana edad cuando la mayoría de nosotros nos acostumbramos a comer chicles.
Según ha explicado en un artículo para The Conversation el profesor en materias de medioambiente de la Universidad de Portsmouth David Jones, la mayoría de etiquetas no reconocen la presencia de plástico en los chicles. Los fabricantes suelen lavarse las manos usando el término “base de chicle”. Sin embargo, según una investigación realizada por el propio Jones, a menudo esa base contiene materiales como el estireno-butadieno, usado para fabricar neumáticos, o el polietileno, tan habitual en bolsas y botellas de plástico. También pueden contener acetato de polivinilo, empleado en la fabricación de adhesivos.
Es importante remarcar que si comemos todos estos ingredientes como parte de la base de los chicles es porque están en concentraciones permitidas para su consumo. En España, como en otros muchísimos países, no se puede tomar ningún producto que no haya pasado por controles exhaustivos. Ahora bien, el hecho de que no venga en la etiqueta resulta bastante engañoso para el consumidor. Si supiéramos que se fabrican a base de plástico, quizás no comeríamos chicles. Pero, además, si conociésemos su composición, quizás nos lo pensaríamos dos veces antes de tirarlos al suelo como si se fueran a descomponer pasado mañana. Spoiler: no lo harán.
Toneladas de plástico por el consumo de chicles
Parte de la investigación de David Jones se basa en calcular la cantidad de plásticos que se desechan por el consumo de chicles. Según los informes sobre el tema que ha podido consultar, en el mundo se producen 1,74 mil millones de piezas de chicle al año. Si cada uno pesa, de media, unos 1,4 gramos, eso supone 2,436 toneladas de chicles. Aproximadamente un tercio del chicle es esa base plástica, por lo que serían 730.000 toneladas de plástico anuales. Lo bueno es que algunas compañías no usan plásticos, sino otros compuestos gomosos, pero no son la mayoría.
Esos chicles suelen acabar pegados al suelo, debajo de los asientos del autobús o bajo los pupitres de algún colegio. También en la suela de nuestros zapatos más a menudo de lo que nos gustaría.
Con el tiempo, se endurecen y agrietan, dando lugar a microplásticos que tardarán muchísimo tiempo en descomponerse. Y eso no es algo que haya descubierto ahora el autor del artículo para The Conversation. Ya en 2018, un equipo de científicos iraníes mostró su preocupación por el problema medioambiental que suponen los chicles, señalando que, en algunos casos, podrían tardar hasta 1.600 años en descomponerse.

¿Qué podemos hacer?
El primer problema, según Jones, es que generalmente los residuos de los chicles se tratan en la legislación como basura en vez de como contaminantes. Esto debería cambiar, pues contaminan tanto como otros plásticos y, en estos casos, la nomenclatura es muy importante.
Este experto opina que el problema debería abordarse desde todos los ángulos: educación, reducción, alternativas, innovación, responsabilidad del productor y legislación.
Nosotros, como consumidores, no podemos hacer más que reclamar un etiquetado más preciso y consumir suficientemente informados. En cuanto a dónde tiramos el chicle, de momento no hay muchas opciones, ya que el plástico está mezclado con más materiales, por lo que no podemos tirarlo a un contenedor amarillo. Se suele recomendar utilizar el gris, pero ahí tampoco se podrá reciclar la goma elástica. Por suerte, algunos países sí que han tomado medidas. Por ejemplo, Jones cita la iniciativa de algunas ciudades de Reino Unido, en las que se han colocado cubos solo para chicles, con el objetivo de buscar un destino a esa goma. También se ha hecho en países como México. Incluso en España, en la ciudad valenciana de Mislata, hicieron una prueba piloto.
Esto puede solucionar parte del problema, pero se necesita mucha más concienciación y cambios en la legislación y la producción.
Vale, ¿pero es malo comer chicles?
Ya hemos visto que comer chicles, a bote pronto, no es perjudicial. Si no, no se permitiría su venta. Ahora bien, debemos tener en cuenta que son productos que no están diseñados para ingerirse, sino solo para masticarse. Su contenido plástico es precisamente el que le da esa textura gomosa cuando los masticamos. Lo demás son saborizantes que se desprenden en nuestras papilas gustativas. Por lo tanto, si no nos los tragamos, con base a la investigación actual, los chicles son seguros. ¿Significa eso que sean saludables? Pues no. ¿Quiere decir que su consumo es necesario? Tampoco.

Aportan más perjuicios que beneficios, especialmente para el medioambiente. Pero eso no tiene por qué significar el fin de los chicles. Lo ideal sería, básicamente, que sus fabricantes apuesten por aditivos naturales (y seguros) que le den esa textura gomosa sin necesidad de recurrir al plástico. Poco a poco algunas compañías ya lo hacen. El futuro debería ser ese.