Las primeras reacciones sobre The Irishman ya están aquí y son, tal y como se había rumoreado, extraordinarias: tras de su primera proyección el Festival de Cine de Nueva York, la mayoría de los críticos están de acuerdo que se trata de un clásico instantáneo, una de las mejores películas de su director e incluso, una obra maestra.
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En conjunto, la película muestra a Scorsese en su mejor forma y a pesar de sus tres horas y media de duración, el argumento tiene la suficiente fuerza e inteligencia como para sostenerse como una inteligente narración cinematográfica. Todo lo anterior deja muy claro que es bastante probable la película comience un recorrido exitoso durante la venidera temporada de premios y se convierta en el éxito oscarizado que Netflix necesita para reafirmar su agresiva estrategia de producción cinematográfica.
Pero, hay un problema. En realidad, varios. Y todos relacionados con el hecho que la manera de hacer cine de Netflix no solo atenta contra cierta estructura básica en Hollywood, sino que además depende de factores totalmente novedosos que el triunfo de The Irishman deja muy en claro. En un análisis pormenorizado es evidente que para el canal por suscripción, el haber producido una película que para cualquier otro estudio hubiera significado un riesgo considerable puede suponer algunos obstáculos inesperados para futuros proyectos de la misma envergadura. ¿El motivo? El dinero, claro está.
Una inversión intencionada
Para Netflix —que no analiza sus producciones sobre las clásicas variables de audiencia, alcance y taquilla— llevar a cabo una producción cinematográfica tiene una inmediata relación con sus posibilidades o no, de cumplir metas específicas sobre la marca. El año pasado, el canal tomó el riesgo de una producción en blanco y negro de temática intimista con Roma, de Alfonso Cuarón, una película que con toda seguridad habría tenido enormes dificultades para llegar a los votantes de la Academia, a no ser por el esfuerzo de Netflix por brindarle visibilidad. Además de la considerable inversión que le permitió convertir al film en un favorito en las listas de varios de los galardones emblemáticos de la meta del cine.
Se trató de un riesgo calculado: aunque como siempre, jamás reveló cifras de audiencia, el impacto de una nominada al Oscar en su catálogo fue lo suficientemente promisorio como para intentar una tentativa aún más ambiciosa. Este año, The Irishman es algo más que una película independiente con un argumento local. El regreso del célebre Martin Scorsese al género que le hizo famoso y además, una película de considerable factura que ya se considera una aglutinadora de peso a futuro. Para el canal, es la puerta abierta al hecho de entrar en competencia real con los grandes estudios tradicionales. Y hacerlo bajo sus reglas.
La historia de The Irishman es compleja: descartada por varios estudios, Netflix decidió hacer una inversión de 160 millones de dólares para completar su producción. Una cifra astronómica que para cualquier estudio significaría la necesidad imperiosa de su éxito en taquilla. Pero el gigante de los canales streaming no necesita ni espera beneficiarse de The Irishman en la pantalla grande o en las boleterías: lo que necesita es que sea un éxito de crítica que traspase las fronteras que separan a las nuevas plataformas de los medios cinematográficos tradicionales. Y con The Irishman, seguramente lo logrará.
El plan de negocios de Netflix es impensable para el resto del mundo del cine: el canal le apuesta a las suscripciones y sobre todo, al hecho básico de lograr una visibilidad considerable que le convierta en un rentable híbrido entre lo mejor de las nuevas alternativas streaming y la pantalla grande.
De modo, que puede darse el lujo de sufragar una película de casi tres horas, que no estará en el circuito comercial y con un elaborado añadido de efectos especiales, solo porque tiene la capacidad de hacerlo y logrará una ganancia en suscriptores en plena competencia de plataforma online. Está claro que la superproducción, avalada por un elenco de estrellas y un director icónico no solo no pasará desapercibida para las futuras premiaciones, sino que es bastante probable sea la estrella y el centro de la atención.
Y Netflix no necesita un éxito taquillero o tampoco invertir en una descomunal campaña de márketing. Mucho menos, preocuparse por la posibilidad que la extrema duración de la película juegue en contra de su rentabilidad. En resumidas cuentas, el negocio perfecto.
Con dos problemas a resolver.
La otra cara de la moneda
El primer inconveniente —y más grave— con que Netflix debe lidiar es que la confluencia entre un gran director, un magnífico elenco y un argumento de ensueño no es habitual, por lo que su apuesta a The Irishman pone el listón de las nuevas producciones a un nivel difícil de igual y mucho menos superar. Si Roma tuvo como aliciente para el canal, la posibilidad de encontrar una producción de autor lo suficientemente interesante como para ser parte de un debate cinematográfico amplio, un “clásico instantáneo”, supone que Netflix deberá hallar un proyecto semejante —o mejor— para los años entrantes, si es que desea competir con los grandes estudios.
Por supuesto, no es una condicionante que limite los proyectos a producir, pero sí, una frontera específica a tener en cuenta. Después de todo, si su forma de hacer negocios es la de atraer suscriptores gracias a un catálogo sofisticado, The Irishman pone en perspectiva el siguiente proyecto que podría acompañarle entre las producciones originales del canal.
El otro problema al que deberá enfrentarse Netflix, es claro está, Hollywood. La plataforma realizó una inversión astronómica en una película descartada por varios estudios y la convirtió en lo que parece ser un futuro objeto de culto. La mera noción sobre algo semejante es una invitación a todo tipo de cineastas a vender sus proyectos a la plataforma, lo que podría convertir a Netflix en una especie de oasis para proyectos descartados, ignorados o incluso directamente, rechazados.
La posibilidad de un nuevo tipo de cine que no esté sujeto a la voluntad de productores en busca de éxitos de taquilla instantáneos y que puedan innovar sin otra restricción que crear material de calidad, convierte al gigante del streaming en una opción que podría socavar las líneas de producción y negociación de los grandes estudios. Incluso Scorsese ha expresado en varias oportunidades su agradecimiento por la participación del canal para la realización de la película: en cada entrevista de promoción ha dejado claro que el film llegará al público —curiosamente no se ha referido a las pantallas de cine— gracias a Netflix. El mensaje es muy claro: el canal se ha convertido en una especie de gran salvador del cine independiente, con personalidad y, sobre todo, el cine que el público quiere ver.
La polémica está servida y es mucho más amplia que las posibilidades de Netflix para sufragar proyectos que de otra forma, pasarían al limbo indeseable de las producciones imposibles. La plataforma podría crear — y de hecho, lo está haciendo — una nueva forma de producir cine, que colisiona directamente con la industria de Hollywood.
¿Podría traducirse eso en presión, en saboteos sutiles e incluso, en el hecho que Netflix deba enfrentar restricciones específicas que eviten su rápido crecimiento como estudio? Hace un par de años, fue noticias las desavenencias de la plataforma con Cannes, cuando el Festival cambió su normativa interna para evitar que películas que no se proyectaran en salas de cine, fueran consideradas para la muestra. ¿Podrían ocurrir fenómenos semejantes en el futuro? ¿Netflix está a punto de enfrentarse a un boicot invisible que evite su estrategia cinematográfica?
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Por ahora, se trata de especulaciones basadas más o menos en los resultados obtenidos por el canal hasta ahora: pero cuanto The Irishman se estrene, es probable que tengamos una versión más clara de este nuevo mapa de construcción de la industria cinematográfica. Uno, en que las nuevas plataformas quizás tendrán la última palabra.