Cuando el médico británico John Snow (no, no estamos hablando de Juego de Tronos) utilizó las matemáticas para determinar la evolución de una epidemia de cólera no imaginaba que con el tiempo sería conocido como el padre de la epidemiología moderna. Gracias a él, en la actualidad se pueden usar determinados algoritmos para predecir el comportamiento de una enfermedad dentro de una población concreta y así poder anticiparse a ella.

Es algo que hoy está a la orden del día con enfermedades humanas, pero también de otros animales, como los peces. De hecho, ha sido puesto en marcha recientemente por científicos del Instituto de Ciencias de la Tierra, Biodiversidad y Sustentabilidad Ambiental (ICBIA), de la Universidad Nacional de Río Cuarto (Argentina) para seguir la evolución de una infección por hongos que desde 2007 ha estado matando periódicamente a peces de varios embalses del centro de la provincia de Córdoba. Para ello han sido necesarias también otras herramientas de las que no disponía el doctor Snow, como modelos computacionales y otros viejos conocidos de los peces: los satélites.

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Resolviendo el misterio del embalse

En 2007, 2010 y 2016 se registraron en los embalses varios brotes de saprolegniasis, una enfermedad causada por un hongo, llamado Saprolegnia parasítica, que cubre el cuerpo de los peces, complicándoles actividades como nadar o alimentarse. Aunque puede afectar a muchas especies de peces, en el caso de las aguas argentinas infectó principalmente a dos: Astyanax eigenmanniorum y Astyanax fasciatus.

Se sabe que esta es una enfermedad estacional, que además se ve potenciada por factores como la temperatura del agua. Concretamente, el parásito crece mejor si esta es baja, de ahí que sea el invierno la época en la que más prolifera.

Para poder tener en cuenta esta variable, utilizaron mediciones tomadas a través de satélites. Además, el algoritmo diseñado para predecir la evolución de la epidemia utilizaba otros componentes, recogidos gracias a varias campañas periódicas de muestreo del agua de los embalses. Con todo ello realizaron un modelo computacional que, según ha explicado al medio digital La Nación uno de los investigadores responsables, Matías Bonansea, puede utilizarse también en otros ambientes acuáticos para calcular la aparición de un brote.

La ya vieja relación entre satélites y peces

Los satélites artificiales fueron utilizados por primera vez durante la Guerra Fría. Desde entonces, el abanico de aplicaciones que ofrecen es inmenso. Los hay de comunicaciones, meteorológicos, astronómicos o de navegación y reconocimiento. Estos últimos, conocidos popularmente como satélites espía, suelen ser utilizados con fines militares, aunque en el pasado han sido esenciales en otro tipo de cuestiones, como la detección del desastre de Chernobyl.

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En cuanto a las aplicaciones científicas, más allá de la simple medición de parámetros meteorológicos y el apoyo en investigación astronómica, tienen un gran potencial en el estudio de entornos abiertos, como el océano.

Buen ejemplo de ello es el del satélite japonés Mos-1, que fue lanzado al espacio en febrero de 1987, con el fin de analizar ciertos fenómenos del comportamiento oceánico, como el color o la temperatura del agua. Además, se utilizó para detectar bancos de peces, de modo que los pescadores pudieran dirigirse directamente hasta ellos y optimizar su tiempo.

Por lo tanto, la relación entre satélites y peces es mucho más antigua de lo que podríamos creer. En el pasado se usaron para detectarlos, ahora para intentar salvarles la vida.

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