Una carrera en el cine para alguien con intereses verdaderamente artísticos casi nunca es llegar y, como suele decirse en esa expresión sobre costumbres de otros tiempos turbios, besar el santo. En muy pocas ocasiones, una ópera prima logra una auténtica campanada, como Doce hombres sin piedad (Sidney Lumet, 1957) o Brick (Rian Johnson, 2007). […]