Dibujo sobre mi cuaderno de colores el 7 de diciembre del año 2007. Subo al avión veinte minutos antes, mi primer viaje de avión, mastico el aire para evitar que mis oídos se tapen.
Pido ayuda para alcanzar mi cuaderno, necesito retratar exactamente lo que estoy viendo. Quince minutos después ya no existe el atardecer ni las nubes que decidieron jugar con el sol, rayo el cuaderno en este preciso instante, plasmando lo anaranjado ovalado, lo negro rígido y el blanco esponjoso.
Empieza una bruma de colores en mi ventanilla, necesito alcanzar ese cuaderno, muevo la mesa desplegable y siento la inmortalidad de las nubes. La noche alcanza a la distancia, el cuaderno ha sido guardado trece minutos atrás y me adentro nuevamente a la antigua experiencia de viajar en avión. Elevarse por las nubes significa habitar el cuaderno colorido de un dios indeciso.
Es el 17 de mayo del año 2017, escribo este artículo a casi diez años después, sigo rayando el cuaderno.
Mi cara asume el aspecto anaranjado, continuo bajando mientras el blanco lastima mis ojos. No quiero pintar más, no puedo parar de pintar, acabo de conseguir una razón para empezar de nuevo.
Océano pacífico, océano atlántico, la ciudad de Panamá y el Amazonas colombiano. Encuentro un nuevo cuaderno de colores, esta vez realizado con luz. La cámara se activa en las manos de Santiago Borja Lopez, la fotografía del cielo nocturno queda plasmada en su página web y despega otro incontable viaje del piloto.
Aterrizo a las 7:00 p.m. y el cuaderno permanece en mi maleta, son las 5:00 de la tarde y el cuaderno despliega el atardecer privilegiado de una mirada divina. Son las 8:27 p.m. y termino de escribir estas palabras, observo una formación tan monumental que decido retratarla casi por necesidad, siento más formaciones y decido compartirlas casi por deber.
