¿Comían nuestros abuelos mejor que nosotros? ¿Es "natural" sinónimo de "más sano"? Estas y otras preguntas surgen al unirse a un movimiento que hace mucho por la salud de sus seguidores, pero también puede llevar a ciertas confusiones. Jacinto no tenía ni idea de lo que era el movimiento real food cuando en 2012 decidió comenzar a cambiar su alimentación en busca de un estilo de vida más sano. La moda de llamar así al hábito de evitar en la medida de lo posible los ultraprocesados ya venía pegando fuerte en otros países, pero aún no era algo de lo que se hablara en España. Sin embargo, tanto este joven sevillano como otras muchas personas ya se habían unido a la causa, sin ni siquiera saberlo. En su caso, se animó a hacerlo tras leer en las redes los consejos de muchos nutricionistas y divulgadores científicos, como Luis Jiménez, Laura Saavedra, Juan Revenga o Miguel Ángel Lurueña.

Más reciente es la historia de Becca, quien sí que se ha subido al carro de la real food cuando este movimiento ya estaba más que establecido en España, impulsado principalmente por el nutricionista Carlos Ríos. Ella se asesora sobre todo en las redes sociales de este último y participa activamente en la comunidad establecida por él. Son casos diferentes, pero ambos tienen un objetivo común: alimentarse bien, disfrutar comiendo y cuidar su salud.

Qué es la ‘comida real’ y por qué está de moda

Es un objetivo que se han marcado miles de personas en los últimos años, creando la “gran familia” de los “real fooders”. El fin es más que loable y los medios, con el asesoramiento de un experto en nutrición, también. Sin embargo, la posibilidad de tomar una mala concepción de lo que supone ha llevado a que algunos especialistas se posicionen en contra, no del movimiento como tal, pero sí de las consecuencias que puede tener si se lleva al extremo.

¿Qué es la comida real?

El objetivo de este movimiento es promover una dieta saludable que no esté basada en contar calorías y nutrientes, sino en los alimentos. En definitiva, se trata de evitar los conocidos como ultraprocesados.

Para diferenciar procesados de ultraprocesados se suelen utilizar diferentes métodos orientativos, aunque ninguno es definitivo. Por ejemplo, se puede considerar que un ultraprocesado es aquel compuesto por más de cinco ingredientes. Sin embargo, esta es una clasificación que puede conducir a errores, ya que, como explica en un vídeo de su canal de Youtube la química y divulgadora científica Deborah García Bello, una mezcla de legumbres puede tener mucho más de cinco ingredientes y eso no significa que no sean saludables.

Otra forma más clara de saber si un alimento es ultraprocesado es observar si todos sus ingredientes están a la vista. Por ejemplo, en ese bote de legumbres se verían todos los ingredientes que las conforman. Sin embargo, en una galleta no vemos la harina, la mantequilla y el azúcar. Todo eso sin tener en cuenta los aditivos.

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Esto es algo que, de un modo u otro, se considera en cualquier dieta o siempre que se quiera mantener una alimentación saludable. Pero, entonces, ¿qué diferencia a un "real fooder" de alguien que simplemente quiera cuidar lo que come?

El "real fooder" no vive en Matrix

Dentro del movimiento, se suele diferenciar entre las personas que viven en Matrix y las que deciden salir de él y exponerse a la realidad. No olvidemos que en la famosa saga de las hermanas Wachowski la humanidad ha sido esclavizada por un grupo de máquinas de inteligencia artificial, que mantienen a la humanidad viviendo en una especie de realidad virtual. Esta es una realidad mucho más optimista que la verdadera, pero no deja de ser una mentira, a través de la que estos robots esclavizadores utilizan a las personas para obtener energía.

Por eso, Matrix se utiliza en este caso como metáfora. “Lo que pasa hoy en día es muy parecido a la película”, explica Carlos Ríos a Hipertextual. “Vivimos en una realidad en la que nos hacen creer ciertas cosas sobre alimentación que no son ciertas y con estas mentiras sentamos la bases de un mundo en el que vivimos engañados, impidiéndonos tomar las riendas de nuestra salud. Si sumas que ese mundo está además creado por la propia industria alimentaria, la misma que paga por estar presente en la pirámide de la alimentación saludable o en la comida del hospital, constituye el negocio perfecto”.

Aunque no todos los seguidores del movimiento suelen hablar en estos términos, algunos lo consideran muy acertado, siempre que se vea desde un punto de vista abierto y con humor. Este es el caso de Jacinto. “Es un concepto de humor divulgativo, pero tiene su punto serio”, relata a este medio al otro lado del teléfono. “La industria alimentaria no deja de ser un negocio que busca ganar dinero. Yo Matrix lo interpreto como que vas a un supermercado y ves muchas opciones, pero realmente desde el punto de vista nutricional es casi todo lo mismo: harinas refinadas, azúcar, etc. A tu cuerpo le da igual el nombre. Existe la fantasía de que aparentemente tienes infinidad de productos, pero en realidad hay dos o tres, constituidos principalmente por grasas, azúcar y harinas refinadas, que dan lugar a un producto barato y que está muy bueno. Es un negocio redondo. Ahí está Matrix”.

¿Cómo funcionan las polémicas, pero necesarias, etiquetas para los alimentos?

Todo esto tiene una parte muy positiva, ya que las personas aprenden a leer las etiquetas y a diferenciar esos ingredientes que se deben evitar. En el caso de Becca, por ejemplo, cuenta que al leer una etiqueta busca “alimentos lo más naturales posibles, con el mínimo número de ingredientes, nada o un porcentaje ínfimo de azúcar, ingredientes de calidad, que si lleva aceite sea de oliva virgen extra y que si lleva algo "malo" se encuentre en muy baja cantidad”. Es todo muy correcto, aunque el término “natural” puede dar lugar a cierta confusión, por considerar que aquello que ha sido procesado en la industria o no procede directamente de la naturaleza es un alimento peor. Por esta y otras razones, una mala concepción de la metáfora de Matrix puede generar quimiofobia o demonizar a la industria alimentaria; que, efectivamente, es un negocio, pero un negocio responsable de que todos los productos que tomamos, saludables o no, puedan consumirse de forma segura. “Si se utiliza mal esta iniciativa se puede caer en bulos, mitos y desinformación”, cuenta la farmacéutica especializada en innovación, biotecnología y seguridad alimentaria Gemma del Caño. “Cuando se tiene tanto éxito, es fácil que tergiversen tus ideas iniciales y se desenfoque el objetivo inicial. A la industria no hay que temerla por su seguridad, tenemos los alimentos más seguros de la historia, no queremos envenenar a nadie (vivimos de vosotros) pero sí queremos vender nuestro producto por encima del resto, lo haremos más rico, más ajustado a vuestras necesidades, pero no necesariamente más sano”. Dicho esto, añade que, con estas premisas, debemos basar nuestra compra en elecciones conscientes y libres. “Eso sólo se consigue con buena información, no con miedo”.

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Y este es uno de los principales problemas que pueda tener una mala puesta en práctica del real food: el miedo. Son muchos los casos de seguidores del movimiento que eligen ciertos alimentos guiados por el miedo. No solo se genera temor a la industria alimentaria, sino también a ciertos ingredientes, especialmente a los aditivos. Esto último es algo que, según Gemma del Caño, han propiciado desde la propia industria. “Lo hemos fomentado generando dos grupos, los productos sin cosas artificiales y los otros”, aclara. “¿Cuál de los dos escogerías? Evidente. Pero mientras miras las cosas artificiales no te fijas en los ingredientes de verdad. Ya os hemos despistado. Hemos conseguido que miréis donde no importa, así no os fijáis en lo que de verdad importa, que es el tipo de alimento”.

Con esto, hace referencia a que el verdadero “enemigo” no son los aditivos, sino otros ingredientes, como las grasas o los azúcares. Por eso, es importante recordar que un alimento que los contenga en gran cantidad es tan malo si proviene de la industria alimentaria como si se ha cocinado en casa. “Unos cereales hechos en casa con chocolate, panela y miel tendrán ingredientes conocidos pero nutricionalmente no mejoran a los de la industria y son igual de procesados. El objetivo no es hacer alimentos ultraprocesados en casa, sino llevar una alimentación sencilla, pero correcta”.

¿Son seguros los aditivos alimentarios?

Coincide aquí Carlos Ríos y añade que, para él, el principal problema de los ultraprocesados industriales es su accesibilidad. “Aunque la hagamos en casa, una tarta de chocolate va a ser igual de insana si utilizamos cantidades altas de azúcar, harina refinada o aceite refinado que si la compramos hecha. El problema de los ultraprocesados también es la facilidad para poder obtener un producto como dicha tarta en cualquier momento, a diferencia de hacerlo en casa que evidentemente no es todos los días”. En cuanto a los aditivos, aclara que el problema en sí es que los ultraprocesados, con otros ingredientes menos sanos, suelen ir cargados de ellos, pero que no suponen un problema por sí mismos. “Hay ciertos aditivos que son necesarios para conservar el alimento. Mientras no haya cantidades superiores al 5-10% de azúcar, harinas refinadas y/o aceite refinado en un producto, seguramente será un buen procesado y por consiguiente no estará cargado de aditivos, a diferencia de los ultraprocesados”.

Esta es una idea que han sabido captar a la perfección algunos de sus seguidores, como Jacinto, quien opina que los aditivos “te dan una pista de que el producto puede ser malo por otras circunstancias”.

El doble filo de la conciencia de grupo

Una de las grandes características que convierten al real food en un movimiento, más allá del simple hábito de cuidar la alimentación, es el empleo de la conciencia de grupo. A través de foros, grupos y comentarios establecidos en las diferentes redes sociales sus seguidores comparten recetas o consejos y se animan los unos a los otros. Esto puede ser positivo para algunas personas, pero un factor estresante para otras.

“En mi caso sigo a Carlos Ríos en Instagram, donde él comparte muchas de las vivencias de la comunidad”, cuenta Jacinto. “Veo que no son tan diferentes los problemas y las situaciones que tienen a las que yo vivo y eso crea un sentimiento de grupo”. También Becca pertenece a grupos de Facebook en los que, según narra la joven, todos se echan una mano para aprender los unos de los otros y ver qué es lo mejor para cada uno de ellos.

A ellos les funciona. El problema es que el trabajo en grupo no siempre es una ventaja. “Habrá personas a las que eso les venga estupendo, pero otras a las que les genere lo contrario de lo que se busca”, relata la psicóloga experta en trastornos de la conducta alimentaria Silvia Moreno. “Ocurre como en psicoterapia. Hay gente a la que estar en un grupo le puede servir para ir a un sitio y otras personas a las que les lleve a todo lo contrario. No todo es bueno para todo el mundo, porque cada uno tenemos necesidades diferentes”.

Igualmente, algunas personas piensan que este tipo de movimientos pueden generar culpabilidades en sus seguidores si no siguen todas sus premisas a rajatabla. Al ser preguntada por este tema, la psicóloga lo tiene claro: de nuevo, depende de la persona. “Yo lo que creo es que en general a cualquier persona con una mayor vulnerabilidad, por la razón que sea, estos mensajes le harán más daño”, aclara. “Se están viendo cada vez más personas obsesionadas literalmente con la alimentación. Todo esto lleva a que la gente tenga que comer más en casa y no puedan salir a comer fuera, generando una pérdida de relaciones sociales, pues dejan de hacer actividades que antes disfrutaban por la necesidad de controlar lo que comen. Sí que hay un riesgo ahí, aunque no tengo claro que lleve a desarrollar anorexia o bulimia”. En cuanto a la culpabilidad, está de acuerdo en que estas mismas personas más sensibles sí que pueden experimentar cargo de conciencia en torno a estos temas.

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No se encuentra dentro de este conjunto de personas más vulnerables Jacinto, quien no cree que pertenecer al grupo de los "real fooders" le haya hecho descuidar sus relaciones sociales. “Yo he escuchado críticas al movimiento global que dicen que los más radicales se aíslan y dejan de salir con sus amigos porque no comen bien y tal”, recuerda. “Yo no he conocido gente así desde ese punto de vista y los mensajes que yo oigo no llevan a eso”. En cambio, no tiene claro si podría ser que las personas más susceptibles se lo tomaran de otro modo: “Si luego hay gente que se toma las cosas más a pecho, pues no sé”. Becca reconoce haber experimentado ese sentimiento de culpa al principio, aunque con el tiempo ha conseguido controlarlo. “Al principio sí que me sentía culpable, pero ya no por no comer real food, sino porque consideraba que había tirado a la basura todo mi esfuerzo, que iba a engordar, etcétera. Ahora ya no. Si un día quiero salir a cenar por ahí y comerme una hamburguesa o una pizza, la disfruto sin culpas y al día siguiente como si no hubiera pasado nada, sigo comiendo bien y haciendo ejercicio”.

También Jacinto ha sabido encontrar un equilibrio entre mantener una dieta basada en la comida real y salir a tomar algo con los amigos. “Sí que es verdad que a veces hay ciertas barreras, pero intentas buscar lo más saludable dentro de lo que te ofrecen”, dice el joven sevillano. “Carlos ríos habla de la regla del 10%; es decir, un 10% de ultraprocesados en tu vida. No hay que aspirar al perfeccionismo absoluto. Yo, por ejemplo, si salgo a veces pido unos frutos secos o unas aceitunas. Si a lo mejor no hay agua con gas me tomo una Coca Cola Zero, que no es lo más saludable, pero no es ni vino ni cerveza”. Añade que, en su opinión, “para tener una buena salud tienes también que enfocarte en el deporte, el descanso, las relaciones sociales… si te enfocas en el real fooding al cien por cien estás descuidando las otras facetas”.

Finalmente, el propio Carlos Ríos resume cuál es para él el objetivo final del movimiento y por qué no debería generar culpabilidades: “Cuando disfrutas de la comida real ya no necesitas buscar los ultraprocesados, pues disfrutas diariamente comiendo saludable, por lo que solo decides consumirlos de forma ocasional y sin que formen parte de tu hábito cotidiano”.

¿Alimentos aptos?

Entre los conceptos más utilizados dentro del movimiento se encuentra el de alimentos aptos y no aptos. Se han hecho especialmente famosos los vídeos de youtubers realfooders, unos expertos y otros no tanto, paseando por conocidas cadenas de supermercados y calificando los productos en base a si son aptos o no. Esto hace inevitable formular una pregunta: ¿aptos para qué? Ante esta cuestión, la respuesta del nutricionista impulsor del movimiento en España es clara: “Aptos en cuanto a saludables o en cuanto a que cumplan los requisitos para ser considerados comida real o buenos procesados”.

Sin embargo, este tipo de conceptos tan poco concretos pueden causar confusión entre la población. “El término apto o no apto me parece desafortunado, pero casi cualquier clasificación sería incorrecta”, opina Gemma del Caño. “Todos los alimentos son aptos, ninguno es tóxico, pero eso no significa que sea la mejor elección nutricional. No me aventuro a poner un término como tal, para mí la clave es saber si estás siendo consciente de tu elección. Muchas veces elegimos alimentos que pensamos que son sanos porque en el envase pone light o eco, cuando en realidad la etiqueta indica que no son los más apropiados. Elige el producto si quieres, pero conscientemente”.

Los pasos para comer bien

Tanto Silvia Moreno como Gemma del Caño, y por supuesto también Carlos Ríos, Jacinto y Becca, creen que en base el movimiento real food es una gran forma de educar a la población para que aprenda a comer con salud. Sin embargo, como suele ocurrir con otras actividades seguidas por tantas personas, pueden llegar a producirse confusiones peligrosas. Por eso, es importante tener en cuenta una serie de puntos importantes:

  • Conocernos a nosotros mismos. Cada persona es un mundo, por lo que puede que lo que le funciona a alguien del foro no le vaya bien a otro. No repetir las acciones de los demás no debe generarnos culpabilidad. Además, si el grupo provoca que tengamos esta sensación, quizás sea el momento de salir de él y empezar a enfocarnos en nosotros mismos.
  • Los aditivos no son malos. Suelen abundar en alimentos con altas cantidades de grasas y azúcares y eso sí que es peligroso, pero no son preocupantes por sí mismos. De hecho, gracias a ellos tenemos los alimentos más seguros de la historia.
  • La industria no es el enemigo. Las grandes dosis de azúcares, grasas o harinas refinadas sí lo son. En ese punto, todos los nutricionistas están en el mismo barco y es bueno que lo aprendamos como consumidores. Como ocurre con los aditivos, la industria alimentaria es responsable de que estos alimentos poco saludables lleguen al mercado, pero también de que la comida real que tomamos sea segura.
  • Las grandes concentraciones de los ingredientes antes mencionados son igual de malas si el producto es industrial como si lo hemos fabricado en casa. Simplemente debemos intentar que su consumo sea lo más ocasional posible.
  • Ante cualquier duda, un nutricionista será la mejor persona para pautar la alimentación más apropiada para nuestro caso personal. Si en casos extremos sentimos individualmente que comenzamos a tener un problema con la comida, sería el momento de acudir a un psicólogo.

Teniendo todo esto en cuenta, solo queda disfrutar de la comida; algo que, gracias a las pautas establecidas dentro de este movimiento, pero también a la seguridad que debemos a la industria alimentaria, puede hacerse cada vez con más salud.

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