El 2 de julio de 1937, la aviadora Amelia Earhart estaba intentando convertirse en la primera persona en dar la vuelta al mundo sobre la línea ecuatorial en avión cuando su pista desapareció misteriosamente en las aguas del Pacífico. Envió su último mensaje al guardacostas estadounidense Itasca a las 21:30 GMT. Avisaba que se estaba quedando sin combustible y que empezaba a experimentar problemas. Nada más se supo. A día de hoy no se sabe exactamente dónde pudo estrellarse y no se ha logrado recuperar su avioneta. Sin embargo, sí que se han detectado algunos restos que podrían tener relación con ella. Esto ya es bastante interesante por sí solo. Pero lo es aún más si tenemos en cuenta que el análisis de uno de esos fragmentos puede ayudar de una forma muy curiosa en la lucha contra la contaminación por microplásticos.

El problema que suponen estos fragmentos pequeños de plástico es más que conocido. Llegan al océano, acumulándose en el organismo de los animales que viven en él. Es un problema, pues son tóxicos para ellos. Pero también porque desde ahí vuelven hacia nosotros, a través del consumo de productos como el pescado o la sal. Se han encontrado restos de microplásticos en fluidos como la sangre o la leche materna. También en los pulmones. Y, volviendo al agua, se han detectado en lugares tan recónditos como la nieve del Ártico

Es importante buscar formas de evitar que lleguen al mar y ahí es donde entra en juego la búsqueda de Amelia Earhart, ya que un equipo de científicos de la Universidad de Pensilvania ha usado un fragmento misterioso que podría pertenecer a su avioneta para testar una nueva tecnología que puede ayudar a detectar con gran eficiencia los microplásticos en la arena. 

Un fragmento de metal para reconstruir la desaparición de Amelia Earhart

En 1991, el Grupo Internacional para la Recuperación de Aeronaves Históricas se encontraba rastreando las inmediaciones de la Isla de Nikumaroro, al oeste del océano Pacífico, cuando dio con un fragmento de metal que llamó su atención.

Eran conscientes de que, entre las naves desaparecidas en la zona, podría estar la de Amelia Earhart. Por eso, al observar unos remaches similares a los que se ven en las imágenes de la avioneta en la que desapareció, supieron que tenían algo muy importante entre manos. Lamentablemente, no fue posible demostrar que se trataba de la Lockheed Elektra de la aventurera estadounidense, así que aquella plancha de metal cayó en el olvido. Hasta ahora.

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Soren Funk (Unsplash)

Conexión con los microplásticos

Daniel Beck, gerente del programa de ingeniería en el Centro de Ciencia e Ingeniería de Radiación (RSEC) de Penn State, estaba viendo un documental de National Geographic sobre la búsqueda de Amelia Earhart cuando tuvo una gran revelación. En aquel momento, él y su equipo estaban empezando a probar el reactor Breazeale, un dispositivo que realiza radiografías de neutrones. Esta técnica permite discernir unos elementos de otros, pero no lo hace como las radiografías de rayos X, basándose en la densidad. En realidad, los neutrones pasan a través de partículas más pesadas e interactúan con algunos de los núcleos de partículas más ligeras en la muestra.

Beck pensó que eso podría servir para analizar el fragmento de la aeronave en busca de restos de materiales que hubiesen pasado desapercibidos mediante técnicas convencionales. Por eso, se pusieron en contacto con el equipo que la halló en el 1991 y solicitaron su estudio. Estos no tuvieron reparos en ponerla a su disposición, por lo que pronto estos científicos tuvieron en sus manos la que podría ser una de las piezas del rompecabezas de la desaparición de Amelia Earhart.

Como habían predicho, al someterla al estudio de neutrones, pudieron ver algunas marcas de pintura, posiblemente del fabricante original. Aún no se ha podido demostrar cuál era dicho fabricante, pero se allana mucho más el camino para encontrarlo.

Su verdadero cometido

Fue un gran ensayo para el verdadero propósito de este equipo, que ya ha empezado a estudiar muestras de arena en busca de microplásticos. Discernir unas partículas de otras es muy complicado. Sin embargo, mientras que la arena no se detecta en las radiografías de neutrones, los microplásticos sí que quedan señalados “como luces de Navidad”, en palabras de Beck.

Esto es muy útil, no para detectar los microplásticos, sino para discernir dónde no se encuentran. Así, se puede medir la eficacia de algunos filtros dirigidos a reducir la liberación de este tipo de partículas al mar. 

De momento, estos científicos han presentado sus resultados en la conferencia del Organismo Internacional de Energía Atómica sobre Aplicaciones de la Ciencia y Tecnología de la Radiación. Los resultados preliminares han sido bastante buenos. Y todo gracias a un primer ensayo con un material tan enigmático como esa plancha de metal que podría formar parte de la aeronave que un día desapareció para siempre en las aguas del Pacífico.

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