Una de las obras fotográficas más interesantes de principios del siglo pasado es Hombres del siglo XX, un trabajo inacabado por culpa de los nazis que impidieron continuar el trabajo de August Sander.

Este fotógrafo alemán, considerado por muchos como uno de los mejores retratistas, por su psicología y sobre todo su sencillez, alejada de todo manierismo, inspiró la carrera de otros maestros como Richard Avedon o Diane Arbus, que siempre se consideraron sus deudores. De pequeño vivió en una comunidad minera, y tuvo la suerte de servir de ayudante a un fotógrafo que pasó por la mina. Sintió que había encontrado su destino y, pese a no contar con el apoyo de la familia, se compró una cámara de banco que le haría famoso en su entorno.

Empezó a retratar a todos los vecinos de su comarca Westerwald con la idea de reflejar la estructura de la realidad social, un proyecto titánico. Pronto se dio cuenta de que lo que estaba haciendo se podía convertir en algo más grande, como le pasó a Cervantes con los primeros capítulos de un caballero castellano, que terminó convirtiéndose en El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. Sus retratos de los campesinos ampliaron su significado al juntarlos con las figuras de otros estamentos que dan forma a una sociedad. En el ambicioso plan entraban desde el barnizador hasta el artista circense, o el notario, o las mujeres vistas con un prisma de modernidad. Lo sencillo entonces hubiese sido retratar a las mujeres anuladas por sus maridos y abandonadas a su suerte en el fondo del hogar.

En el año 1911 inicié en Colonia, mi patria adoptiva, los primeros trabajos de mi obra Hombres del siglo XX. Los personajes de la carpeta surgieron de mi patria chica, Westerwald. Personas cuyas costumbres conocía desde mi juventud me parecieron apropiadas, por su vinculación a la naturaleza, para materializar mi idea en una carpeta original. Este fue el punto de partida, y todos los tipos encontrados los subordiné al arquetipo que poseía todas las características de lo genéricamente humano.

Pero Sander tenía una mentalidad abierta para la época, lo que le llevaría a no pocos enfrentamientos con los nacionalsocialistas. Plasmó a todos los miembros de la sociedad, y por supuesto a las mujeres integradas en el trabajo, como secretarias, profesoras o investigadoras, importantes y valoradas durante la república de Weimar. Mujeres, al fin y al cabo, emancipadas de los hombres. Algo que hasta entonces nunca se había hecho.

Un dato curioso de su ambicioso proyecto es que las fotos de los presos están tomadas por su hijo, miembro del partido socialista y condenado por ello, por pensar distinto. Él tomaba fotos en la cárcel y se las mandaba clandestinamente al padre para que la sociedad alemana estuviera realmente completa.

Pero llegó al poder Hitler, y con él la desgracia para todos los demás. August Sander tuvo que dejar su trabajo enciclopédico sobre la condición humana para dedicarse al paisaje, pues los nazis no veían al pueblo alemán como estaba siendo documentado. En su Alemania de locos no existían los pobres, los enfermos, ni mucho menos las mujeres de pensamiento libre. No retomó nunca mas el proyecto, pero para la historia quedan las fotografías (que afortunadamente se pudieron salvar de la quema que sufrió su casa, donde se perdieron cerca de treinta mil negativos) de los arquetipos que quiso formar. Esos campesinos felices, los sesudos intelectuales, los divertidos artistas circenses y tantos otros tipos que nos hablan desde el papel, que nos dicen cómo fueron y vivían con sus miserias y alegrías, y sobre todo con toda la dignidad del mundo, que los seguidores de la cruz gamada intentaron destrozar a golpe de intransigencia y pistola. Los hombres y mujeres de estas fotos son la viva imagen de la  existencia. Un fiel reflejo de la realidad alemana antes de la barbarie.

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