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El mundo de la fotografía está lleno de personas que se dedican a hacer retratos. Hay muchos que son capaces de hacer hasta 200 al día. Pero, curiosamente, estos fotógrafos con experiencia demostrable, no pasarán a la historia de la imagen, a pesar de trabajar tanto.

Y es que no es fácil esta especialidad, hay que tener en cuenta muchas variables. El retrato es una comunión entre dos o más personas, una unión instantánea, un relámpago de milésimas de segundo, cuyo resultado es la plasmación de un rostro (de una personalidad si es suficientemente bueno) para los siglos venideros. Parece exagerado, pero todos disfrutamos cuando vemos las fotos de los bisabuelos de principios de siglo. Y con solo ver esas fotos antiguas podemos adivinar la personalidad de toso los que aparecen.

Los grandes retratistas, desde Nadar hasta Jordi Socias, explican o dejan ver cómo trabajan para conseguir sus obras. Algunos hasta dicen qué cámara utilizan, pero todavía no se sabe de nadie que siguiendo esas premisas consigan resultados similares. La mayor parte de las veces es un don, eso sí, muy bien complementado con “toneladas” de trabajo. Nosotros no vamos a aspirar a tanto, puesto que hacemos fotos para disfrutar, pero no nos vendrá nada mal tener a mano los consejos de los grandes. Y si además las musas nos visitan a la hora de disparar, podemos conseguir grandes cosas.

  • Lo primero es tener claro que un retrato es la descripción de la figura o carácter, o sea, de las cualidades físicas o morales de una persona, por lo que es importante que conozcamos a la persona que queremos fotografiar, o, en su defecto, tener muy claro que es lo que queremos que refleje esa persona en nuestra fotografía. Queda también claro que la comunicación con el modelo es fundamental, aunque algunos tienen el don de descubrir cómo es una persona con sólo mirarla a través del objetivo, sin cruzar una sola palabra con ella.
  • En un retrato son responsables las dos partes implicadas, si uno no quiere colaborar no hay nada que hacer en esa jornada. Recordemos cuando queremos hacer la foto a un niño que siempre se tapa, o pone caras extrañas, o simplemente se va corriendo. Hay que procurar hablar con el modelo, que note que sabemos lo que queremos hacer. Nosotros, como fotógrafos, somos los únicos en ese momento que vamos a tener el privilegio de sacar el espíritu (como creen muchas civilizaciones) del retratado, y éste tiene que tener toda tu confianza. Que aunque diga que le vamos a sacar feo, que no sale favorecido, tiene la seguridad interior de que todo va terminar bien, y que va a poder enseñar la foto a todos sus allegados. Porque el gran problema de esta especialidad es que muy pocas veces el retratado se reconoce, pues casi siempre tiene otra percepción de si mismo. Todos nos ponemos nerviosos ante la cámara, o no sabemos movernos con naturalidad. El fotógrafo tiene que tener un poco de psicología, saber dirigir al otro, y viceversa.
  • Un tercer aspecto importante es olvidarse del equipo. Me expresaré mejor, olvidarse de tener los equipos más sofisticados con la mayor cantidad de luces posibles. Cuantas menos cosas tengan alrededor, más cómodos se sentirán ambos protagonistas. La sencillez ante todo. Muchas veces basta con un objetivo y la luz del sol, o en su defecto, un foco que lo imite. Hay que estar con los cinco sentidos pendientes del modelo, no de cambiar objetivos o cambiar de posición las luces. Eso sí, si tienes un estudio lleno de ayudantes y te llamas Annie Leibovitz, pide doble de todo y una horda de retocadores... qué buena era cuando empezó, todo sencillez.

foto: Fernando Sánchez Fernández

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