El creador de la extinta Imeem, Dalton Caldwell, dio una charla en la Universidad de Stanford sobre el futuro que le depara a las start-ups y el negocio de la música en Internet. Caldwell habla con conocimiento de causa ya que en el año 2003 tenía en sus manos una compañía que facturaba alrededor de 24 millones de dólares anuales y en el 2009 cerró tras la adquisición por parte de MySpace.

Intentar levantar un imperio nunca fue fácil pero es quizá en este momento convulso en el que los límites por los derechos de autor, las discográficas y la terrible crisis que existe dentro y fuera de la red cuando peor se presenta comenzar un negocio musical en la red. Resulta difícil pensar en una re-invención del modelo de negocio musical cuando productos asentados en Europa como Spotify, basados en el modelo de streaming con publicidad o de la suscripción sin ella, no acaban de arrancar en Estados Unidos. Pandora, otro modelo perfecto de radio en Internet (sólo en Norteamérica) estuvo a punto de cerrar por culpa del aumento de tasas en territorio americano.

Caldwell explicó a los estudiantes y pequeños empresarios que la primera dificultad que se encuentra una nueva empresa es el mercado es la saturación de productos prácticamente iguales con ligeras diferencias. Existen demasiados modelos actuales enfocados al mundo de la música y todos ellos en conjunto devalúan la música. Aquellas que buscan un fin menos lucrativo basando el modelo de negocio en la ayuda del propio artista se encuentran con una oferta desmedida con las grandes a la cabeza (TuneScore o Topspin).

Si buscamos las más comunes, aquellas cuyo negocio se basa en la descarga, se encuentran con un nombre, iTunes, que posee el 90% del mercado. Por último nos encontramos los modelos basados en la música con publicidad tipo Spotify. En este caso las dificultades llegan a la hora de conseguir los derechos por streaming en los sellos, ya que tienen que pagar unos mínimos trimestrales, sin contar con el componente artístico ¿cuántos de nosotros no hemos maldecido a los odiosos anuncios de Spotify entre canción y canción?

Además, los modelos en streaming con opción a suscripción, a la hora de comenzar su actividad deben aportar de un 10 a un 30% de la empresa junto con unos mínimos trimestrales, restricciones de las licencias país por país, pago a los empleados y las facturas por ancho de banda. Un futuro negro para un modelo en el que, de alguna manera, triunfan pocos como el propio Spotify.

Una inversión muy arriesgada y sombría la que expone Caldwell, quizá por las experiencias propias, pero marcada también por el mapa actual de la música y su futuro como modelo de negocio. Discográficas, gobiernos, sociedades generales de autores y en el último caso los propios músicos (únicos creadores en este contexto) intentan maximizar sus beneficios, unos con más razón que otros.

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