Con frecuencia, explorar en la sexualidad femenina implica, también, enfrentar tabúes culturales y sociales. Mucho más, si esa perspectiva se enfrenta a una idea conservadora sobre lo que una mujer puede hacer y sentir. Babygirl (2024) de Halina Reijn, afronta ese obstáculo a través de la provocación. La cinta es explícita al mostrar lo que el deseo sexual puede ser y de cuántas formas puede expresarse. También, como esa decisión impacta directamente en la forma en que cualquiera ve el mundo e incluso, todo lo que hasta entonces da por sentado.
Todos temas complicados que el guion — también a cargo de Halina Reijn — profundiza de manera desigual. Eso, mientras enfoca su atención en Romy Mathis (Nicole Kidman), una ejecutiva de alto nivel que disfruta de una vida privilegiada en la que no falta nada. Es exitosa en su trabajo, tiene un matrimonio feliz y la holgura económica como para vivir de manera despreocupada. Pero en este paisaje de felicidad idílica algo falla: Romy es incapaz de tener orgasmos. O al menos, experimentarlos con su convencional esposo Jacob (Antonio Banderas), un director de teatro que le ofrece amor pero ninguna emoción o desafío.
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Babygirl
Babygirl explora en el deseo sexual de una mujer madura a partir de una relación clandestina. Pero el guion falla en explorar en las motivaciones de su protagonista (Nicole Kidman) y antes que eso, termina por simplificar su personalidad en favor de tórridas escenas eróticas. Algo que lleva a la cinta al desorden para su parte final. Una premisa intrigante que no logra desarrollarse del todo
La trama es torpe al mostrar este entorno idílico y mucho más, al subrayar la idea que para sentir placer, Romy necesita mucho más que solo una relación de pareja estable. De la primera escena de la cinta, que muestra la insatisfacción del personaje como un secreto complicado, un punto está claro. Para encontrar la realización, el éxtasis y explorar de manera debida en el mundo erótico que imagina, Romy tendrá que tomar un camino tortuoso, duro y hasta cruel. Mucho más, que empujará al personaje hasta territorios desconocidos de su sexualidad.
Una interesante premisa que no se profundiza lo suficiente
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Desde esta perspectiva, Babygirl avanza para mostrar qué es en realidad, lo que necesita Romy. Por lo que convierte a su jovencísimo pasante Samuel (Harris Dickinson) en una fantasía turbia y cliché. Joven y sexualmente controlador, será la puerta abierta a una relación de dominación. Lo que, por supuesto, despoja a Romy de todo su control como mujer casada y ejecutiva de éxito, para ser solo una esclava para un hombre desconocido. El giro es lo bastante obvio como para plantear, casi de inmediato, lo que sucederá a continuación. A saber: el cómo pueden equilibrarse ambas facetas en la vida de Romy.
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La trama se esfuerza por mostrar la química entre ambos personajes, como la única razón para la infidelidad. Incluso, la necesidad de ella de ser sometida se queda en un segundo plano, cuando la cinta plantea el escenario de la tentación irresistible. Con las escenas eróticas más explícitas de los últimos años, la cinta se atreve a una mirada sobre lo que una mujer puede hacer para complacer sus apetitos más extremos. Cuando la película se enfoca en ese punto de vista, logra sus secuencias más interesantes. De hecho, permite que el argumento desarrolle, con cuidado, la necesidad de Romy por permitirse no solo una aventura sexual — eso, por descontado — sino de aceptar órdenes y hasta degradación de un hombre bajo su mando.
Un paso en falso en un tema difícil
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No obstante, Babygirl también intenta mostrar la relación entre ambos como un rasgo de sordidez, punto al que vuelve en conversaciones y escenas completas. De un secreto perverso se pasa a la idea de uno sucio, que hace que la trama deba avanzar a través de un elemento moral. Eso, al plantear si una mujer contemporánea desea ser agredida y verse involucrada en una relación que la misma cinta muestra como nociva. A medida que la historia avanza y queda claro que el fetiche de Romy es más complicado que solo el control, el argumento tiene problemas en unir todos sus planteamientos de modo coherente.
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De cuestionarse si Romy desea ser maltratada y como una manera de liberación, a puntualizar si un juego de roles sexuales es directamente degradante. Lo cierto es que la película no logra encontrar el tono para narrar una historia que se vuelve innecesariamente complicada. Tampoco, responde sus preguntas más urgentes. En especial, a medida que lo que ocurre entre Romy y Samuel, pasa de ser una infidelidad a algo más grave y complicado, rozando directamente en el abuso.
Un final desordenado para ‘Babygirl’
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Lo que más se lamenta en Babygirl es que la película se divide en dos partes muy marcadas. La primera y más hábil, en la que el guion se concentra en mostrar a cuánto está dispuesta a llegar Romy por la satisfacción. Asimismo, qué consecuencias tiene para ella. Pero para la segunda hora, la película se vuelve desordenada y predecible.
En especial, cuando Samuel se hace arrogante como autoproclamado objeto del deseo. Por lo que da rienda suelta a la necesidad de imponer su voluntad sobre la de Romy, más allá de los límites pactados. Una situación que la película resuelve con rapidez y sin mayor profundidad. Con un final que decepciona por ser obvio, Babygirl deja sin responder sus interrogantes más urgentes. Mucho más grave, las que sostuvieron al argumento la mayor parte del tiempo. Un giro lamentable para su interesante premisa central.