Este año, el Festival de Sitges celebró al cine fantástico por todo lo alto. Del estreno de La sustancia, uno de los grandes éxitos de 2024 en el género del terror, hasta la entrañable Robot Salvaje, pasando por la brutal Terrifier 3. Lo cierto es que el cártel del evento, se llenó de opciones de altísima calidad para los amantes del mundo cinematográfico, dedicado a los argumentos más extraños e inquietantes. Mucho más, demostró su vigencia e importancia no solo en el séptimo arte, sino en la cultura pop en general. Algo que quedó más que demostrado en la edición. Sin duda, por ese motivo, El baño del diablo, la ganadora del Festival, es mucho más que únicamente una buena película de terror.
Que lo es y, además, una de las premisas más oscuras y complejas de una muestra de especial calidad. A la vez, es una reflexión cuidadosa acerca del mal, la naturaleza humana y el miedo, como parte inevitable de la existencia. Los directores Veronika Franz y Severin Fiala, que también escriben el guion, exploran en el dolor a través de una óptica cruel. La de convertir a quien lo padece no solo en rehén de las circunstancias que le rodean, sino, al mismo tiempo, en víctima de la incomprensión y el aislamiento de los que le rodean.
No son temas comunes en una historia de terror. Quizás por eso, El baño del diablo es una premisa que puede intrigar e interesar, incluso, a los que no son fanáticos del género. Para explorar en esa perspectiva, te dejamos tres razones para ver la cinta, ahora que llegó a las salas de cine españolas. De su tono siniestro que se hace cada vez más claustrofóbicos, hasta su trasfondo realista. Nada falta en esta producción, que profundiza en la oscuridad del espíritu humano desde regiones oscuras, incómodas y dolorosas.
Una atmósfera poco común

El dúo de directores Veronika Franz y Severin Fiala tomaron un tétrico suceso criminal en los anales históricos de Europa para contar su historia. Por lo que buena parte de El baño del diablo, se ambienta en una Austria remota del siglo XVIII. El argumento, que sigue a la desventurada Agnes (Anja Plaschg), una mujer que debe afrontar un cuadro de dolor emocional en una cultura en que tales cosas eran consideradas castigos divinos, es desolador. Pero mucho más, es un retrato de una sociedad violentamente prejuiciosa y sumida en supersticiones.
Para afrontar un ángulo semejante, la producción tomó varias decisiones creativas que le permitieron profundizar en una atmósfera tenebrosa. El director de fotografía, Martin Gschlacht, convirtió los campos agrícolas de la localidad de Scheel, en Alto Berg (Alemania) en un poblado aislado por la pobreza. También, en un extraño territorio macabro, en que el relato de una mujer atrapada por el sufrimiento, podía convertirse en algo más que un drama.
Buena parte de la efectividad de El baño del diablo, radica en su capacidad para resultar conmovedora y al mismo tiempo tétrica. Los paisajes envueltos en niebla, el bosque en penumbras y las casas de piedra mal iluminadas, sugieren un tipo de terror sutil que resulta escalofriante. Lo que lleva a la cinta a nuevas regiones para explorar en la capacidad del miedo, el dolor y la desesperación para engendrar monstruos.
Utiliza con habilidad un suceso real

Más allá de la capacidad de la película para convertir lo que parece un escenario común en un territorio de pesadilla, el guion es una aguda y dura visión sobre la violencia emocional. Lo que comienza como la historia de una pareja recién casada en un pueblo empobrecido y sometido a las inclemencias del clima y la cosecha, pronto se hace más oscuro. Eso, al retratar de manera fidedigna, la forma como la salud mental podía convertirse en un padecimiento infernal y después, por necesidad mortal.
Pero lo más complejo en la trama, es la forma en que analiza ese punto de vista, sin dejar de ser una película de terror estilizada y bien narrada. Agnes, casada con un hombre que la rechaza, incapaz de tener el hijo que anhela y rodeada de un entorno que la envilece, paso a paso sucumbe al sufrimiento extremo. Los directores y también guionistas, logran que este retrato terrorífico acerca de la desesperación, en una época en que algo semejante era considerado diabólico, se haga más cruento a medida que avanza la trama. Mucho más, que se haga más retorcido al detallar el ambiente enrarecido y cruel que Agnes debía soportar.

Sin embargo, el acierto de El baño del diablo, es lograr que ese horror sutil, se convierta en una atmósfera de dolor que desafía explicaciones sencillas. Su protagonista sufre un agónico derrumbe mental, al sentirse progresivamente más inútil y rechazada. Una sensación que aumenta en intensidad cuando Agnes comprende que solo hay un destino que la liberará de un dolor semejante. Y es uno, que la cinta muestra en descarnado detalle, tanto en su impactante secuencia de inicio como en su terrible y realista cierre.
Mucho más que solo una cinta de terror

El baño del diablo comienza con una violenta y perturbadora secuencia que deja claro el tono de la premisa. Una mujer asesina a un niño, para luego confesar su crimen al sacerdote local. Lo que provoca que le ejecuten de una manera bárbara. La cinta, no es tímida al mostrar el horror de forma detallada y, de hecho, eso conduce a uno de sus puntos más complicados.
El argumento está basado en un fenómeno tristemente célebre registrado entre los siglos XVII y XVIII. Se trata de las mujeres que asesinaban niños, para después confesar y obtener la absolución, solo para terminar ejecutadas. Todo, en una forma de suicidio en la que evitaban, según la creencia de la época, ser condenadas eternamente al disponer de su vida.

Lo anterior, se convierte en una tensa historia, que bebe del horror folk, pero lo traslada a una especie de reconstrucción cuidadosa acerca de qué esconde una decisión semejante. Cruenta, angustiosa y, para su último tramo, oscuramente tenebrosa, El baño del diablo es un alegato acerca de la crueldad cultural. A la vez, la violencia disfrazada de vida común. El elemento más duro y mejor ejecutado de la premisa.