A lo largo de seis temporadas, Perdidos (Lost) deslumbró. No solo por su capacidad de combinar el drama, el terror y la ciencia ficción en un mismo escenario. Que, de hecho, es uno de sus puntos más conocidos. También, por la habilidad del argumento para plantear todo tipo de preguntas, sin garantizar que la mayoría serían respondidas. Como, de hecho, ocurrió al final. Pero entre todas las cosas que destacan a Perdidos (Lost) y que hacen ocupar un lugar destacado en la cultura pop, es su final. Mucho más, la forma en que el argumento jugó con las expectativas del público y a la vez, dejó en el tintero escenarios enteros que dedicó capítulos enteros a plantear. 

¿Se trató de una jugada planeada o simplemente el cada vez más intricado argumento superó a sus guionistas? A primera vista, el cierre, que incluye una especie de mirada hacia un lugar sin nombre en que todos los personajes se reúnen, parece un juego tramposo de Damon Lindelof y Carlton Cuse, a cargo del guion. Pero mucho más, las grandes cosas que la serie se negó a explorar en su cierre. De los osos polares — cuyo origen hizo correr ríos de tinta en internet — a los números mágicos de Hurley (Jorge García). Eso, pasando por Iniciativa Dharma y el monstruo del humo. Nada fue lo suficientemente explicado — en realidad, pocas fueron explicadas — y el final de la serie se dedicó a explorar en sus personajes. 

O mejor dicho, en el hecho que muertos o vivos, tenían un territorio en común al cual volver. Más inexplicable aún, que ese lugar — sobrenatural e intangible — les permitiría a todos continuar. ¿A dónde? La serie tampoco respondió al tema. Para colmo de males, el muy cuidado argumento de ciencia ficción de la producción, dio paso a lo que parecía una fantasía emotiva. Una en la que, sus figuras más queridas, regresaban para un último adiós y de una u otra manera, seguir su trayecto hacia ¿la eternidad? Nadie lo aclaró tampoco. 

Un misterio dentro de un misterio

Por supuesto, se trataba de un juego complicado que la serie había jugado a lo largo de todas sus temporadas. Desde su cuarto episodio, que dejaba claro que la isla en que vuelo 815 de Oceanic se había precipitado era capaz de provocar cambios físicos apreciables, cada episodio se volvió una caja de misterios. Pequeños detalles desperdigados, que exploraban en la posibilidad que el lugar, fuera desde una aberración física — la serie mostró viajes en el tiempo e incluso, criaturas inexplicables — hasta un territorio de leyenda. 

Para el momento de su mayor auge, Perdidos (Lost) sorprendió a sus fanáticos y los llevó a otro extremo de la realidad. Les obligó a cuestionarse la naturaleza de la realidad, del tiempo e incluso de la enigmática isla. ¿Era una puerta dimensional? ¿Un paso hacia realidades alternativas? Lo cierto es que Perdidos (Lost), profundizó en varios tropos de la ciencia ficción, a través de una idea muy específica sobre lo desconocido. ¿Todos los personajes percibían los inexplicables sucesos de la misma forma? ¿Podía estar relacionado lo que pasaba con cada uno de ellos? ¿O se trataba de eventos mayores, a los que estaban ligados por la circunstancia irreversible de estar atrapados en un único lugar? 

Lo cierto es que la audacia del capítulo es la última de una serie de decisiones curiosas alrededor del final del programa. Durante la transmisión de su tercera temporada, Damon Lindelof y el co-showrunner Carlton Cuse, anunciaron que la serie culminaría en la sexta entrega. Una declaración muy poco común, que dejó claro — o eso pareció indicar el punto — que la conclusión al misterio, sería claro y concreto. Al menos, la serie ya estaba pensada para un cierre, por lo que se supuso que los variados misterios — que siguieron explorándose y surgiendo en las tres temporadas siguientes — tendrían una respuesta. 

Pero lo que los fanáticos obtuvieron, fue otro enfrentamiento entre Jack Shephard (Matthew Fox) luchando contra John Locke (Terry O’Quinn), ya por entonces, convertido en la encarnación del Monstruo de Humo. Por otra parte, en realidad, el interés del argumento del último capítulo no era ser la panacea a todas las preguntas que obsesionaban a internet, sino mostrar la naturaleza de los ya famosos flash-sideways. En este caso, la isla era un lugar de paso para ayudar a Jack — o eso pareció ser la interpretación — a seguir en su tránsito al más allá. Lo que cerró con Jack tendido mientras moría junto a Vincent, el perro de un jovencísimo Walt (Malcolm David Kelley).

Decepción y emoción en una misma línea de tiempo

Por supuesto, podría decirse que este final es insatisfactorio en su capacidad de ser una colección de conclusiones. Pero en realidad, los creadores apostaron a la esencia del programa. Más allá de la ciencia ficción, Perdidos (Lost) siempre fue una serie sobre sus personajes. Sobre el dolor, la pérdida y la búsqueda de propósito de hombres y mujeres sometidos al horror y en busca de una salvación, ya fuera física y espiritual. 

En una entrevista con Esquire, el guionista Damon Lindelof, explicó que a pesar de las presiones y críticas, no cambiaría el final en el más mínimo detalle. Mucho menos, le daría menos importancia al poder de la emotividad que llevó a la historia a su conclusión. Claro está y siempre, en palabras del escritor, todo el equipo de escritores se vio sometido a una presión inmensa y constante. En especial, por las exigencias de respuestas de internet. Pero más allá del misterio intrigante, estaba la vida de sus personajes. El sacrificio, el amor, la lealtad y el poder emocional que cada episodio tuvo y a los que el final rindió un sentido tributo.

En 2020 y a diez años del controvertido final, Lindelof explicó que a pesar de todo, Perdidos (Lost) fue planeada como un misterio total. Mucho más, una mirada elegante acerca del fin entre sus figuras más queridas y no una serie de datos para completar situaciones que no eran tan importantes para el espíritu de la serie. ¿Es suficiente explicación para la controvertida conclusión? En realidad, la gran pregunta que deja a su paso Perdidos (Lost) es si podría haber terminado de otra manera y pasado a la historia. O, en cualquier caso, ser lo suficientemente impactante para sus puntos más intrigantes. Una interrogante que, quizás, nunca tendrá respuesta.