En La trampa (2024), la tensión de todo lo que ocurre se encuentra en lo impredecible de la situación que cuenta el guion. Cooper (Josh Harnett), es, en apariencia, un padre amoroso que acompaña a su hija al concierto de su ídolo. Solo que, también es un brutal asesino que, sin saber exactamente cómo, se encuentra en mitad de un engaño a gran escala, en el que podría resultar atrapado. 

En esta ocasión, M. Night Shyamalan no oculta el principal giro de su argumento — que también escribe — sino que lo deja claro de inmediato. La intención es obvia: plantear un escenario de sucesos imposibles que lleven a la cinta a un extremo de suspenso y retorcida claustrofobia, sello de buena parte de su filmografía. 

Solo que, no solo no lo logra, sino que La trampa, es una combinación de malas decisiones de argumento y giros absurdos, que, muy pronto, se hace inverosímiles. La cinta, que tiene una considerable ambición y la despliega con una puesta en escena lujosa y detallada, no consigue unir todas sus piezas. Mucho menos, resultar interesante, intrigante o en el mejor de los casos, despertar curiosidad sobre sus dilemas principales. ¿Cómo conseguirá Cooper huir? ¿Tendrá que matar para hacerlo? ¿Hasta dónde se arriesgará este personaje escindido para evitar ser capturado? 

La trampa

En ‘La trampa', el director M. Night Shyamalan intenta, de nuevo, sorprender al espectador con todo tipo de giros de guion inesperados. Pero en realidad, solo logra convertir a la cinta en una confusa sucesión de secuencias inverosímiles, que la hacen absurda y al final tediosa. Lo que hace que la interesante premisa de un asesino, atrapado en mitad de un concierto, quede a mitad de camino entre mala decisiones y un final que roza lo ridículo.

Puntuación: 2 de 5.

La fórmula del absurdo llevada al extremo

En esta ocasión, M. Night Shyamalan toma su conocida costumbre de sorprender con giros de guion y la integra a todo el argumento de la cinta. Por lo que La trampa, no apunta únicamente a un final pretendidamente sorprendente. También, intentará enlazar la idea que Cooper, padre amable, por un lado, y cruel asesino por otro, deberá tomar toda una serie de decisiones para salir incólume de la cacería a su alrededor. Por supuesto, se trata del habitual tropo del gato y el ratón, solo que analizado desde una carrera de obstáculos. 

El concierto — cuya estrella central es la hija en la vida real de director, Saleka — es, de hecho, un laberinto imposible. Con veinte mil asistentes y todas las puertas vigiladas, una fuerte custodia policial y cámaras en todas partes, tiene por objetivo impedir el escape. De modo que las sorpresas del guion, incluyen la habilidad de Cooper para sortear obstáculos, volverse violento sin dejar rastro y en el mejor de los casos, pasar desapercibido. Eso, mientras intenta mantener la máscara de ciudadano corriente, padre de una adolescente y evitar que su verdadero rostro se muestre. 

Durante su primer tramo, La trampa funciona gracias a la capacidad del director, para hacer la atmósfera irrespirable y densa. Cooper — al que la cámara sigue tenazmente y dedica largos primeros planos — es un monstruo contenido. También, una criatura perversa capaz de matar de las maneras más terribles y que volverá a hacerlo, a la menor oportunidad. Pero mientras el concierto transcurre, es un hombre que cuida de su hija. La cinta es hábil en mostrar esta dualidad y de hecho, dedica tiempo en explorar en su interesante personaje. A la vez, en su indudable habilidad para salir bien parado del plan de las autoridades para detenerlo. 

Sin sentido o inteligencia para narrar

Los problemas con La trampa comienzan, cuando Cooper debe depender de situaciones por completo inverosímiles para escapar de sus captores. Lo que incluye, contar con decisiones de otros personajes por completo increíbles, cuando no absurdas y hasta ridículas. Para su segundo tramo, la película se ha convertido en un despropósito total, en la que se mezclan casualidades, conveniencias y giros sorprendentes innecesarios. Todo, para favorecer a Cooper y además, dejar claro que su habilidad tiene algo de cierta percepción del destino.

El absurdo llega a mayores cuando la cinta cambia de ritmo y tono, para favorecer la idea que este monstruo de sonrisa tranquila, podría escapar después de todo. M. Night Shyamalan, que muchas veces en su carrera ha logrado que premisas por completo disparatadas funcionen bien, esta vez no lo logra. Mucho peor aún, hay un evidente descuido en la forma de narrar, profundizar y comprender a su personaje. Eso, a pesar de los intentos de Harnett, por brindar sustancia a sus decisiones. 

De hecho, una de las mejores cosas de la película es, justamente, su protagonista. Josh Harnett logra que Copper no solo sea temible — eso, por descontado — sino que profundiza en las tinieblas de su violencia con gestos sutiles y contenidos. Los mejores momentos de La trampa, son cuando la cámara sigue al personaje, en medio del tumulto juvenil, y lo aísla, como un animal encarcelado. Para la ocasión, el director usa los primeros planos y largas secuencias de luces estroboscópicas para dar la sensación, que este hombre peligroso, está fuera de lugar.

Todo falla en ‘La trampa’

Pero todo ese esfuerzo termina por decaer, cuando la película es más explícita y necesita sobre explicar sus motivaciones. Para su final, todo lo narrado resulta un ejercicio de ridículas motivaciones que no llevan a ningún sitio específico. Lo que convierte a La trampa, en solo una caja vacía, con una interesante premisa que se desarrolla mal y a medias. 

En 1999, M. Night Shyamalan hizo lo que parecía imposible. Dirigir una película de terror que logró traspasar los prejuicios contra el género de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood. Pero además, de narrar una historia tan bien pensada como para sorprender a buena parte del público. El sexto sentido, no solo consiguió una nominación a Mejor Película. También, guardó el mayor secreto de su argumento para sorprender a buena parte de la audiencia. El resultado fue convertir a la cinta en un suceso y a su director, en una de las grandes promesas de Hollywood.

Veinticinco años después, M. Night Shyamalan es en realidad una incógnita. Aunque su talento es indudable, sus experimentos fallidos demuestran que el director no logra abandonar sus lugares comunes y menos interesantes. Un problema que La trampa deja claro y expone en toda su extensión.