Lo acontecido durante el accidente del vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya, se ha convertido en una leyenda morbosa en Latinoamérica. En especial, luego que sus protagonistas, mantuvieran el secreto de lo ocurrido — o no — durante sus semanas de aislamiento en la nieve. Para cuando los primeros testimonios directos llegaron a libros y novelas, la impactante historia, a mitad de camino del drama y el terror, saltó al cine. Pero tanto la versión de René Cardona de 1976 como la de Frank Marshall de 1993, fueron reflexiones mediocres de un tema mayor. Lo que puede hacer el ser humano en la búsqueda de sobrevivir en una situación crítica. 

Al contrario, Juan Antonio Bayona reflexiona con cuidado, no en el paisaje de pesadilla y los detalles retorcidos, sino en la posibilidad de un prodigio de voluntad. Su película La sociedad de la nieve, es una exploración acerca de la capacidad del hombre para vencer sus limitaciones. También, una perspectiva emocional, acerca de un milagro que terminó por ser un hecho de brutal y primitiva necesidad de subsistir. Entre ambas cosas, la cinta no se atiene al melodrama, sino a profundizar el dolor de manera franca, honesta y frontal. Además, analizar con cuidado y desde la percepción de sus protagonistas, el hecho de morir y vivir, cuando ambas cosas parecen esencialmente lo mismo. 

Basada en el libro del mismo nombre del uruguayo Pablo Vierci publicado en 2009, la cinta se aparta de la explotación de la tragedia para centrarse en análisis de sus testigos. Lo que parece un matiz menor, convierte la historia en una crónica escrupulosamente desarrollada acerca del dolor, el miedo y la persistencia de la esperanza. Todos, temas muy filosóficos, para relacionar con un desastre, pero que el guion del mismo Bayona, Bernat Vilaplana, y Jaime Marques-Olearraga logra con facilidad.

Los detalles terroríficos de una tragedia

Pero no por eso, el director se aparta por completo de contar lo que ha hecho conocido el siniestro aéreo. Bayona se atreve a narrar la tragedia de la muerte de los pasajeros y también, el acto de canibalismo que aterrorizó a una generación. Pero en lugar de utilizar el morbo y el amarillismo para algo más cercano al body horror, lo sustenta sobre la base que cualquiera haría su mayor esfuerzo para sobrevivir. 

Buena parte de la cinta, se sustenta precisamente en eso. De la misma forma que el libro, el guion relata la experiencia de primera mano de los sobrevivientes. El grupo de jugadores de Rugby que vuelan junto a sus familiares sobre las cordilleras de los Andes, son jóvenes y despreocupados. Por lo que enfrentarse a las heladas y a la inanición, requiere de cada uno de ellos, de apelar a sus reservas de fe y esperanza en que serán rescatados.

El lado oscuro del miedo

Claro está, a medida que las muertes de los heridos ocurren y el miedo hace mella en el ánimo general, la trama se vuelve cada vez más tétrica. Asimismo, más inclinada al pesimismo. Ya el grupo no sabe si sobrevivirá o solo intenta no morir. Pero cuál sea el caso, se aferran con desesperación a la posibilidad de ser rescatados. 

Es entonces cuando la decisión de comer carne humana sucede. No obstante, Bayona se aleja todo lo que puede y lo mejor que puede, de la idea de ser escabroso o de convertir su cuidada película en una crónica de horrores. Las secuencias son directas, repulsivas y dolorosas, pero sobre todo, vuelven al punto central de la premisa. La supervivencia es un camino escabroso y duro. La cámara del director, combina el miedo con tomas panorámicas de parajes desolados. Algunas de las mejores secuencias de la cinta, fueron, de hecho, rodadas en la zona real. Y aunque el resto fue en locaciones, el efecto conjunto es impecable. 

El miedo en todas sus formas

La soledad de la nieve, empequeñece a los personajes y los convierte en víctimas de un terror que va más allá del mero hecho de parecer. El olvido, la simple intrascendencia de la vida humana, avanza para volverse más doloroso. Juan Antonio Bayona, además, se toma el tiempo de profundizar en los miembros del equipo rugby Old Christians y dotarlos de humanidad. También a Numa Turcatti (Enzo Vogrincic), el hilo conductor de todos los eventos. 

De una Montevideo idílica a un accidente captado entre sacudidas y gritos de terror. Bayona apela una serie de recursos estilísticos y narrativos, para contar su historia en tres tiempos. Lo que permite a la película un desarrollo bien estructurado en que cada giro está bien justificado y contado. Incluso, en los momentos más duros de la tragedia, en que el tiempo parece no pasar y transita entre la desesperación silenciosa de los personajes, el director tiene la suficiente habilidad para transmitir emociones. A la vez, los lugares más oscuros de las decisiones morales que las circunstancias les obligan a tomar. 

Acurrucados bajo el fuselaje en busca de calor, las horas y días trascurren hasta que no hay otra manera de comer — o superar el hambre — que apelar a los cadáveres. Pero Bayona no enfoca el tema con la deliberada intención de asustar o causar desagrado. La secuencia es más un símbolo de los horrores secretos que marcarán al grupo para siempre. 

Al final, héroes trágicos

Claro está, el argumento tiene facetas sórdidas, pero no relacionadas con sus escenas más duras. En realidad, se enfocan en el rescate. Después, en la tristeza de los supervivientes, que regresan al mundo en medio de la sensación de ser destruidos por un secreto. Es entonces cuando el realizador apunta al centro emocional de la historia. Esta no es película de desastres. En realidad, es un milagro agridulce que dejará marcas a su paso.

Con un final bien meditado, una narración que no deja detalle sin explicar y una fotografía pulcra, es quizás la mejor cinta sobre esta tragedia que se ha filmado. Probablemente, sea imperfecta en su correcta y neutral visión de lo ocurrido. Pero esa distancia, que se acorta a medida que profundiza en los personajes, es necesaria para analizar el dolor de algo angustioso. Sobrevivir a un costo enorme pero inevitable. 

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