Esta está siendo la década de las vacunas. Las de ARNm llevaban muchísimo tiempo en estudio, pero la pandemia de COVID-19 obligó a acelerar el proceso, con magníficos resultados. Ahora, por si eso no fuese ya suficiente motivo de celebración, los últimos avances están convirtiendo las vacunas contra el cáncer en una opción que podría marcar un antes y un después en la lucha contra esta terrible enfermedad.

En 2022, un equipo de científicos de la Escuela de Medicina Icahn, de Nueva York, analizaron el rápido avance de las vacunas contra el cáncer, concluyendo que ya están “preparadas para el éxito final”.

Menos de un año después, la compañía Moderna ha puesto fecha al lanzamiento de su vacuna, basada, como no, en el ARNm. Según estos científicos, estará lista para 2030. En definitiva, son muchas las noticias que nos llegan con cuentagotas sobre las vacunas contra el cáncer y todas parecen buenas. ¿Pero qué hay de cierto y qué de exagerado optimismo en todo esto?

Inmunoterapias: el cajón que incluye a las vacunas contra el cáncer

Dado que todos estamos acostumbrados a las típicas vacunas que nos ponemos desde niños para evitar ciertas enfermedades infecciosas, tendemos a pensar que son solo preventivas. Sin embargo, también existen las vacunas terapéuticas. Se han estudiado en el campo de las enfermedades causadas por microorganismos y sobre todo con el cáncer.

De hecho, las vacunas contra el cáncer forman parte de las conocidas como inmunoterapias, que ya han dado muy buenos resultados con determinados tipos de tumores.

Estas terapias se basan en el hecho de que el sistema inmunitario no ataca solo a agentes extraños externos, como los microorganismos. También se enfrenta a aquellas células propias del organismo, que han empezado a dividirse descontroladamente y pueden acabar dando lugar a tumores.

Si este mecanismo funcionase siempre, no existiría el cáncer. Pero, por desgracia, a veces el tumor escapa a las defensas de nuestro organismo.

Terapia CAR-T

Cuando el sistema inmunitario detecta una célula que se divide descontroladamente, envía hasta allí a un tipo de células, llamadas linfocitos T. Estos son capaces de unirse específicamente a algunas proteínas del tumor (antígenos), como una llave que encaja en una cerradura. Una vez que lo hacen, pueden iniciar la destrucción del tumor, pero también actúan como etiquetas para que otras células mucho más voraces, como los macrófagos, sepan dónde deben atacar. 

Todo esto es muy eficaz, pero hay un problema, ya que algunos tumores no tienen proteínas a las que se puedan unir específicamente los linfocitos T. Es decir, no hay llave para su cerradura.

Es ahí donde entra en juego la terapia CAR-T, que consiste en extraer de la sangre de los pacientes sus linfocitos T y modificarlos genéticamente para que puedan reconocer el tumor. Dicho metafóricamente, se les da la llave que necesitan para atacar al cáncer.

Este tipo de terapia está aún en pañales, pero ya se ha probado en pacientes humanos con muy buenos resultados, llegando incluso a propiciar la remisión completa del cáncer. Por lo general no es útil con tumores sólidos, pero ya se han puesto en marcha algunos mecanismos para que también sirva con ellos.

camino a esperanza cáncer ginecológico
Pexels.

Vacunas contra el cáncer: ¿qué son?

Las vacunas contra el cáncer actúan de un modo parecido a las típicas vacunas que conocemos contra enfermedades infecciosas. Se entrena al sistema inmunitario para que ataque al tumor, poniéndole en bandeja alguno de sus componentes.

Esto se puede hacer de muchas formas. Una de las más comunes es el entrenamiento de las células dendríticas. Estas son células que toman los antígenos, los procesan y los exponen para atraer a los linfocitos T. Por eso, muchas vacunas se basan en extraer células dendríticas de la sangre de los pacientes, exponerlas en el laboratorio a las células tumorales para mejorar su capacidad de reconocimiento y, después, devolverlas al organismo. Así, serán esas células dendríticas las que rápidamente reclutarán a los linfocitos T con la llave adecuada para atacar al tumor.

Este procedimiento se ha visto muy mejorado desde la llegada de la tecnología del ARNm. El ARN mensajero es una molécula que lleva las instrucciones para que la maquinaria de las células fabrique una proteína concreta. Por ejemplo, con las vacunas contra la COVID-19, se introducen las instrucciones para sintetizar algunos antígenos del virus, de modo que el sistema inmunitario se prepare para atacarlo cuando se produzca una infección real. 

En cambio, en el caso de las vacunas contra el cáncer, lo que se hace es dar a las células dendríticas las instrucciones para que directamente fabriquen los antígenos tumorales. Así, no hay que extraerlas y entrenarlas. Se preparan directamente y atraen más rápido a los linfocitos T.

Grandes avances

Poner fecha, como ha hecho Moderna, es bastante atrevido. Además, muchos medios de comunicación han expuesto la noticia prácticamente como una cura definitiva para el cáncer. Esto es algo que se debe ver con cautela. De momento, las vacunas contra el cáncer son más eficaces contra unos tumores que contra otros y, además, en algunos casos tienen eficacia limitada. Es precisamente por eso por lo que se plantea su administración junto a fármacos, para potenciar su efecto.

Por otro lado, cabe recordar que muchos de los estudios que se han llevado a cabo se han realizado solo en ratones. Aunque también se han puesto en marcha ya algunos con humanos. De hecho, recientemente se dieron a conocer los positivos resultados del ensayo clínico de una vacuna contra el cáncer de páncreas, uno de los más mortales que existen.

Por todo esto, hay motivos para la alegría y el optimismo, pero sin olvidar que la ciencia requiere sus tiempos y que las vacunas contra el cáncer no son una excepción. Es un arma que, con alta probabilidad, ayudará a ganar muchas batallas. Dado lo que queda para acabar la guerra, quedémonos con eso y sigamos confiando en la ciencia. 

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