Si hay algo para lo que ha servido la serie de The Last of Us, además de amenizarnos cada lunes durante una temporada, ha sido para demostrarnos que la naturaleza puede ser casi más sorprendente en la vida real que en la ficción. En la serie vimos a un hongo que convertía a las personas en zombies e inmediatamente descubrimos que en la vida real existe uno muy similar, que hace lo propio, pero con insectos en vez de humanos. Y si esa habilidad para usar a otros seres vivos como marionetas nos pareció impresionante, leer sobre parásitos como la duela pequeña del hígado (Dicrocoelium dendriticum), ya es absolutamente fascinante.

Se trata de un gusano parásito que, para completar su ciclo de vida completo, manipula a su antojo a tres animales: un rumiante, un caracol y una hormiga. Los tres forman parte inconscientemente de un plan orquestado al milímetro. Aunque, sin duda, la que peor parada sale es la hormiga, que se convierte en un zombie a merced del gusano.

No es el único parásito capaz de manipular a sus hospedadores para conseguir sus objetivos. Es bien conocido el caso de Toxoplasma gondii, el causante de la toxoplasmosis. Pero sin duda este es de los que más llaman la atención, por la complejidad de su plan.

El complejo 'modus operandi' del gusano parásito

Este gusano parásito fue descubierto en el siglo XIX en ovejas. En general, tiene una gran predilección por los rumiantes domésticos, por lo que es muy habitual en el ganado de pastoreo

Si infecta a estos animales es porque el parásito pone sus huevos en los canalículos biliares de los rumiantes. Es decir, en unos finos canales que llevan la bilis generada en el hígado hasta el exterior. Así, los huevos llegan hasta las heces, que los llevarán fuera del animal. Pero el gusano no puede completar su ciclo de vida ahí. Por eso, el siguiente paso lo protagoniza un caracol, que se alimenta de estas heces. Después, los huevos eclosionan y las larvas se liberan en el intestino del caracol. Y es él el que, sin darse cuenta, está a punto de poner en bandeja el siguiente paso del plan maestro del parásito.

Tras una serie de divisiones, la larva se transforma en algo conocido como cercaria, que sale al exterior junto al moco característico de los caracoles. Este moco atrae a las hormigas, que se convierten en las últimas y más lastimadas víctimas del parásito. Las cercarias se introducen en su organismo, pasando a una nueva fase, llamada metacercaria.

Esta libera unas toxinas que se adueñan del sistema nervioso de la hormiga, alterando su voluntad. El insecto queda convertido en un zombie a merced del parásito que lo obliga a ir cada noche a la punta de una brizna de hierba. Allí, a través de un fuerte mordisco, se queda colgando de la hoja y expuesta para que, a la mañana siguiente, algún herbívoro rumiante se la coma. De ese modo, el gusano podrá completar su ciclo, poniendo de nuevo los huevos en su interior.

parásito Dicrocoelium dendriticum
Wikimedia Commons

Lo más curioso aún no ha llegado

Todo esto es increíble, pero no es lo más curioso de toda la historia. Y es que, si por la mañana ningún herbívoro se alimenta de la hormiga, podríamos pensar que se ha librado de la posesión del parásito. O que morirá de hambre, ahí colgada de la hoja. O incluso que será atacada por otro tipo de depredador. Pero no pasa nada de eso, pues no le convendría al parásito.

Lo que ocurre es que la hormiga baja de la hoja y continúa con su vida normal. Sin embargo, cuando cae la noche, como si de un truco de hipnosis se tratara, vuelve a la punta de la brizna de hierba y espera allí hasta la mañana siguiente. Así, día tras día, llega el momento en que un herbívoro se alimenta de la pobre hormiga, que hace tiempo que dejó de ser ella misma para ser una marioneta más de la duela. ¿Está o no está todo esto a la altura del más enrevesado capítulo de The Last of Us?

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