La inteligencia artificial es la ciencia ficción de los años 80 instaurada en la vida real. Resulta tan prometedora que parece imposible que pueda haber algo aún mejor. Sin embargo, un equipo de científicos de la Universidad Johns Hopkins acaba de presentar una prueba de concepto con la que demuestra que las biocomputadoras controladas por células cerebrales humanas podrían dejar a la IA a la que estamos acostumbrados totalmente obsoleta.

No se trataría de inteligencia artificial, sino de inteligencia organoide. Se denomina de este modo porque lo que usa para alimentar a los ordenadores son precisamente organoides. Es decir, cultivos celulares expuestos de forma tridimensional, que comparten algunas propiedades con el órgano al que pertenecen las células.

En este caso no son exactamente mini cerebros, pero sí que cuentan con las ventajas que aportan las múltiples conexiones entre neuronas. Es algo beneficioso; pues, aunque no lo parezca, a la inteligencia artificial a la que estamos acostumbrados no se le da tan bien aprender como a los seres humanos. Si añadimos esa capacidad propia, estaríamos ante algo sin igual. Un logro que incluso dejaría anticuadas las ideaciones de la ciencia ficción de los 80.

La inteligencia artificial no es tan buena aprendiendo

Gracias a la inteligencia artificial se pueden crear imágenes de la nada, como todas las que decoran este artículo publicado recientemente en Hipertextual. Se pueden escribir ensayos, diagnosticar enfermedades, controlar transportes, mantener conversaciones totalmente coherentes con máquinas… Incluso se pueden generar robots capaces de ganar una partida de ajedrez a los mejores jugadores de todos los tiempos. 

Para ello, los algoritmos se entrenan con bases de datos inmensas, en las que van buscando las coincidencias y divergencias que finalmente les llevan a obtener un resultado. Todo esto es lo que se conoce como aprendizaje automático. Pero no, la inteligencia artificial no es tan buena como el ser humano aprendiendo. Simplemente es mucho más rápida.

Los autores de este estudio lo explican en un comunicado con un ejemplo sencillo. “AlphaGo, la IA que venció al jugador de Go número uno del mundo en 2017, fue entrenada con datos de 160.000 juegos. Una persona tendría que jugar cinco horas al día durante más de 175 años para experimentar tantos juegos”.

Eso no quiere decir que un humano aprenda peor, sino que no puede hacerlo tan deprisa. Si tuviésemos la capacidad de manejar datos a la velocidad que lo hace un ordenador, no necesitaríamos inteligencia artificial. Y es precisamente en ese punto intermedio en el que entra en juego la inteligencia organoide.

inteligencia artificial
Unsplash

Mini cerebros para enseñar a un ordenador

En esta prueba de concepto, los investigadores han mostrado cómo sería utilizar un organoide a base de células cerebrales humanas para entrenar a un ordenador.

Habría muchas ventajas con respecto a la inteligencia artificial. La primera es precisamente lo antes comentado. Los humanos tenemos una mejor capacidad de aprendizaje y eso se debe precisamente a cómo funcionan nuestro cerebro y las conexiones neuronales que hay en él. Si eso se implementa en una computadora, se puede perfeccionar muchísimo la inteligencia artificial.

Por otro lado, los cerebros humanos son mucho más eficientes energéticamente. Esto puede verse de nuevo con Alpha Go, ya que la energía que se invirtió en entrenar al algoritmo bastaría para mantener a una persona adulta activa durante toda una década. 

Estas son las grandes ventajas de la inteligencia organoide, pero es imposible pensar en una desventaja. ¿De dónde sacamos tantas células cerebrales humanas? No es sencillo y, según estos científicos, aunque ahora se han usado cultivos de 50.000 células, lo ideal sería llegar a los 10 millones. Pero es un problema con solución, gracias a algo conocido como células madre de pluripotencia inducida (iPS por sus siglas en inglés). Estas son células adultas que se reprograman para volver a cómo eran en las etapas embrionarias, cuando aún no se habían diferenciado. Después, se vuelven a diferenciar en otro tipo celular de interés. Es decir, se pueden coger, por ejemplo, células de la piel y convertirlas en células cerebrales. Así se solucionaría el problema y se obtendría una nueva ventaja.

Estudio de enfermedades cerebrales

Estos científicos creen que la inteligencia organoide podría ser útil para el estudio de enfermedades neurodegenerativas como el alzhéimer. Para ello, se tomarían células de la piel de pacientes sanos y enfermos. Después, a través de la técnica iPS, se desdiferenciarían y se volverían a diferenciar para transformarlas en cerebrales. 

Así, podrían construir dos organoides, uno sano y otro enfermo, y comparar las diferencias en el aprendizaje de ambos al conectarlos a ordenadores. Sería un nuevo enfoque muy interesante, aunque aún queda mucho par allegar a ese punto.

En general, queda mucho para que esto de la inteligencia organoide sea más que una prueba de concepto. Habría que superar ciertos escollos técnicos, como el aumento del número de células conectadas que ya hemos comentado. Pero también escollos éticos. Por ejemplo, ¿qué derechos tendrían las personas que donaron las células sobre el organoide? ¿Podrían llegar a desarrollar conciencia, aunque fuese muy rudimentaria? 

Esto y mucho más es lo que se debe estudiar de aquí en adelante. Hasta entonces, nos queda la inteligencia artificial, que no es poco. No hay más que ver los grandes avances que está teniendo en los últimos años.

Recibe cada mañana nuestra newsletter. Una guía para entender lo que importa en relación con la tecnología, la ciencia y la cultura digital.

Procesando...
¡Listo! Ya estás suscrito

También en Hipertextual: